El tonto del pueblo Ť Jaime Avilés
Días de masacre
El domingo pasado, a la hora de comer, un aguacero con granizo anegó el ruedo de la Plaza México. Después de la tormenta, la arena encharcada fue recubierta con una mezcla de arena seca y aserrín, y en esas condiciones comenzó la penúltima corrida de la temporada 1996-97. En una barrera de primera fila (según la foto de Arturo Guerra) estaba el ex gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa Alcocer quien, en compañía del jefe de la policía capitalina y de un alto funcionario de Televisa, se disponía a presenciar la lidia a muerte de seis bravos toros de Huichapan y uno de Cerro Viejo, y de paso mostrar que sigue impune por la matanza de 17 pacíficos campesinos en Aguas Blancas.
Al oír los timbales y clarines del palco del juez de plaza, El Chino abrió las puertas de toriles para que saliera, como estaba previsto, un cárdeno bragado de 488 kilos de peso y de nombre Recuerdo, con el hierro de la ganadería de Cerro Viejo. El toro corrió en dirección del caballo negro que, al otro lado de la plaza, montaba con un traje de príncipe lusitano el rejoneador Eduardo Funtanet, acaudalado inversionista mexicano de 33 años que actuaba de vez en cuando en los ruedos por placer.
Como también estaba previsto, Funtanet clavó el primer rejón de castigo, caracoleó su caballo en torno del toro para demostrar su dominio sobre ambos animales, pero ante la chiclosa consistencia del piso, el caballo resbaló al ser impulsado por el hocico del toro, que tenía los cuernos cuidadosamente mellados para no lastimar las costosas cabalgaduras de Funtanet. Lo demás ya se sabe: el caballo perdió el equilibrio, Funtanet cayó sobre su costado derecho y se azotó la cabeza contra el suelo, el caballo rodó sobre el pecho y las piernas del jinete, y por un instante quedó con las cuatro patas para arriba, como suelen hacer, cuando retozan, los gatos y los perros. Y entonces el toro saltó sobre el vientre del caballo y triplicó la carga que trituraba a Funtanet.
El rejoneador permaneció 40 horas en coma profundo, los médicos decretaron que tenía muerte cerebral, pero lo negaron ante la prensa. Funtanet expiró el martes a las 7:55 de la mañana. Quince horas más tarde, en el tramo final del noticiero 24 horas, el periodista Jacobo Zabludovsky recibió, al aire, una llamada telefónica de Diego Fernández de Cevallos. El ex candidato presidencial del PAN se sumó a la congoja de la torería mexicana, dijo, quizá, una mentira (que Funtanet había prometido brindarle el toro que a la postre lo mató); luego, aprovechó para informar que ya había pagado su adeudo fiscal por los famosos terrenos de Punta Diamante y entonces informó, urbi et orbis, que el doctor Ernesto Zedillo también era propietario de una casa en Punta Diamante, y que también debía sus impuestos.
Finalizado el noticiero, Televisa inició la transmisión de otro de sus bostezables bodrios de entretenimiento. Pero no habían transcurrido 15 minutos, cuando de golpe el programa se suspendió y reapareció a cuadro Zabludovsky. En uno de sus teléfonos aguardaba, impaciente, el secretario de Gobernación. En la crónica de Miguel Angel Granados Chapa (Reforma, 21/03/97), ``Emilio Chuayffet quiso `proteger al patrón', como se dice. Telefoneó a Zabludovsky para desmentir a Diego: `es absolutamente falso que el señor Presidente de la República tenga un terreno de su propiedad en Punta Diamante. Por lo tanto, no puede tener adeudo alguno sobre impuesto predial en una propiedad inexistente''.
De esta suerte, y para tales y tan poco honrosos motivos, el secretario de Gobernación rompió el inexplicable silencio que guardaba desde los últimos días de diciembre, cuando hablando con todo el peso de su investidura como jefe de la política interior del país, avisó que el gobierno no negociaría con terroristas, frase que todavía se ignora a cuento de qué o para quién fue.
Sin embargo, la impulsiva y seguramente no calculada irrupción de Chuayffet en la televisión pública no marcó lo que se podría calificar de un retorno glorioso. Añade la crónica de Granados Chapa, después del punto y seguido en que la dejamos: ``Pero poco después de Los Pinos surgió la confirmación: el Presidente posee una villa en Playa Diamante. Punta o Playa, es Diamante. Y aunque el propio Presidente, que también ante Zabludovsky... hizo precisiones, el hecho referido por Diego quedó allí: en efecto, no se había cubierto el impuesto predial'' (Reforma, ídem).
A finales de diciembre pasado, allá por los mismos días en que Chuayffet dio a conocer su enigmático vaticinio (``el gobierno no negociará con terroristas''), el reportero José Gil Olmos y la fotógrafa Ana Isabel Patiño visitaron en Oaxaca la región de Los Loxicha. Descubrieron la miseria infrahumana y el acoso que priva en aquellas montañas de Oaxaca, y preguntando por los campesinos que el Ejército había detenido como presuntos miembros del EPR, supieron que éstos se encontraban en la cárcel de Santa María Ixcotel, situada en un barrio del oriente de la capital del estado.
Siguiendo la pista, Patiño y Gil llegaron tras muchas horas de viaje a la penitenciaría. Pidieron hablar con los presos de Los Loxicha, fueron conducidos a través de un patio de Calcuta y los hicieron detenerse ante una puerta en el fondo de un corredor. Entonces, los custodios abrieron la puerta y los periodistas se vieron ante más de 30 individuos amontonados en un cuarto oscuro, sintieron el hedor del orín y los sudores allí concentrados, y recibieron lluvias de quejas que La Jornada publicó en su momento y a las cuales nadie, nunca, les prestó atención.
El lunes pasado, a las 6:30 de la mañana, estalló un motín en la cárcel de Santa María Ixcotel. Antonio Palma, presidente de la mesa directiva de los internos, declaró que a esa hora Miguel Eduardo Sánchez Valencia, subdirector del penal, comenzó a recorrer la zona de dormitorios al frente de unos cien reos de las celdas 14 y 18, que iban armados con rifles, pistolas, navajas, varillas y palos, y que trataron de dar muerte a Palma y a los demás integrantes de la mesa directiva. Por supuesto, el escándalo despertó a todos los habitantes de ese infecto círculo del infierno, y pronto se generalizó una batalla en la que participaron más de 800 reclusos.
-Nomás calcula -me dice el tonto del pueblo-. Si de acuerdo con la nota de Víctor Ruiz Arrazola, en las celdas 14 y 18 había cerca de cien personas, ¿cuántas viven en cada celda? ¿Cerca de 50?
Sánchez Valencia, el subdirector atacante, salió huyendo en compañía de un condenado al que apodaba El Matraca, su guardaespaldas. La batalla se prolongó hasta las 9 de la mañana. Siete personas murieron y 43 más quedaron heridas, algunas de ellas muy gravemente, pero al aplacarse la cólera furibunda de los presidiarios, entró en acción la violencia de las autoridades. Bañados en sangre, desmayados o desvaídos, confundidos con los cadáveres, los lesionados debieron esperar a que un representante de la Subsecretaría de Gobernación guiara a un grupo de 10 o 12 reporteros, que gozaron del tiempo necesario para grabar las imágenes de los cuerpos que alfombraban el patio, y obligar incluso a uno de los internos a posar con un fusil entre las manos, a pesar que lucía como si a él también le hubiesen caído encima el toro y el caballo de Funtanet.
El horroroso episodio, que conmovió al país entero porque fue difundido con despliegue de sangre por los canales de la televisión, no produjo reacción oficial ninguna. Chuayffet no llamó a Zabludovsky, el gobernador Diódoro Carrasco no se sintió impelido a excusarse ante la opinión pública, los partidos políticos no promovieron debate alguno sobre las pésimas condiciones del sistema penitenciario -pese a que un día antes se había suscitado una fuga, también sangrienta, en una cárcel del Distrito Federal- y al día siguiente hubo una nueva trifulca en el patio de Santa María Ixcotel. Y nadie dijo ya ni media palabra.
Hace dos sábados, los viejos caciques del sureste, representados por una banda de policías y ladrones, entre los cuales figuran incluso poetas, detuvieron a dos sacerdotes jesuitas y a dos dirigentes indígenas de Palenque. Los cuatro fueron torturados, incomunicados, sometidos tanto al horror como a una serie de acusaciones menos falsas que absurdas. La estupidez desató un choque de frente -estilo Crash- entre la cúpula de la Iglesia y el campanario del Estado. A fin de cuentas, por la furia de la gracia divina, el ``gobierno'' debió recular. Los inocentes fueron liberados y regresaron con honor a su tierra, pero...
Hace un sábado, es decir, un día antes del accidente mortal de Funtanet y de la fuga doblemente mortal del Reclusorio Oriente, en otras palabras, el sábado pasado apenas, más de un camión -pues Hermann Bellinghausen habla de ``camiones''- y por lo menos dos helicópteros de la increíblemente llamada ``Seguridad Pública del Estado de Chiapas'', ametrallaron a los habitantes de una comunidad indígena, enclavada en el Municipio Rebelde de San Juan de la Libertad, que en los mapas oficiales todavía se llama El Bosque.
Por lo menos cinco indígenas fueron asesinados por las fuerzas que protegen a quienes sospechan que los indígenas todavía practican sacrificios humanos. Vuelve a contar Hermann Bellinghausen: ``Los cinco muertos, los 27 detenidos, 2 niños desaparecidos y un número indeterminado de heridos de bala son, todos, civiles zapatistas que no dispararon, simplemente porque se encontraban desarmados. No fue emboscada, coinciden todos los testigos (contradiciendo la versión de la policía, anota el tonto del pueblo). `¿Cómo iban a hacer los compas una emboscada en el centro del pueblo? Y si tienen heridas de bala ellos, de la policía, es que ellos mismos les dispararon', asegura la promotora de salud, con su rostro cubierto con un paliacate'' (La Jornada, 16/03/97).
Hoy, nuevamente, es sábado en Chiapas.
El Consejo del Instituto Federal Electoral, que preside José Woldenberg, por iniciativa de uno de sus miembros, Mauricio Merino, ha tomado la firme determinación de impulsar una campaña de anuncios promocionales, en la cual se subraye como elemento central de cada mensaje el clima de paz social en que habrán de celebrarse las elecciones del próximo 6 de julio, que puede también ser un nuevo Seis de Julio.
Después de consultar con diversos expertos en el diseño de ``escenarios'', como dicen los que nunca van el teatro, el tonto del pueblo ha decido aceptar el generoso ofrecimiento del presidente municipal, naturalmente panista, y por ello representará a uno de los dos ladrones que habrán de acompañar a Cristo hasta la cima del Calvario, en las fiestas de la Pasión de Tecamacharco.