Jordi Soler
El glamour del Tíbet

Hace diez años, en Nueva York, el actor Richard Gere y el profesor Robert Thurman fundaron La Casa del Tíbet, una institución de beneficencia que reúne fondos para ayudar a la banda del Dalai Lama. Esta casa cuenta con el apoyo de la Universidad de Columbia y de personajes como Allen Ginsberg, Phillip Glass, Natalie Merchant y Roy Litchtenstein.

Hace nueve meses, en San Francisco, un grupo de monjes tibetanos, aplaudidos por cien mil espectadores, compartieron el escenario con bandas como los Beastie Boys y los Smashing Pumpkins. La trayectoria de las dos agrupaciones, no hace falta aclararlo, no tiene mucho ni de tibetana ni de monástica.

Un mes más tarde, en la Fundación Himalayo-Americana de Los Angeles, se armó una fila enorme de fanáticos del Dalai Lama que no buscaban más recompensa que estrechar su mano. La fila fue estelarizada por Harrison Ford, que cerraba por fin el ciclo de su personaje Indiana Jones, ese explorador que, harto de hurgar en el Temple of Doom (Templo de la Perdición), ahora estrechaba la mano de un líder espiritual de templo triunfador. También estaban Sharon Stone (suponemos que en el caso de haber cruzado la pierna frente al líder, habrá tenido la precaución de ponerse calzones), Steven Seagal y Shirley McLaine.

Recientemente, en el Carnegie Hall, Patti Smith, Allen Ginsberg y Michael Stipe, compartieron escenario con la misma banda de monjes tibetanos, que fueron vitoreados con la misma dosis de entusiasmo.

Hasta la fecha se sabe que hay cuatro películas en proceso de producción sobre los asuntos espirituales del Tíbet, entre ellas Kundun, de Martin Scorsese, basada en la vida del Dalai y producida por los estudios Walt Disney; y otra, de título aún desconocido, que está rodando el francés Jean Jacques Annaud.

Los monjes del Tíbet, centrados en la figura del Dalai Lama, empiezan a tener auge notorio en Estados Unidos. En rigor, este auge se viene anunciando desde el deslumbramiento budista que sufrieron los Beatnicks y que se refleja en buena parte de sus obras; nada más como curiosidad puede recurrirse a Los vagabundos del Dharma, novela del Budismo-a-lo-gringo, escrita por Jack Kerouac.

Abundan las especulaciones sobre este auge notorio. Un grupo de observadores ha bautizado el fenómeno como la ``hollywoodización del Tíbet'''. No faltará el grupo que con bastante tino proponga la ``Disneylandización del Dalai''. Lo cierto es que los tibetanos, una vez adentro del sistema mercadológico del aquel país que todo lo capitaliza, serán, en el futuro, una secta religiosa original del estado de California.

Thurman, padrino de la causa tibetana, traductor de los grandes hits budistas al inglés y autor biológico de esa obra maestra de la lujuria en masa llamada Uma Thurman, sostiene que el éxito de esa espiritualidad importada se debe a la larga historia de abusos que los chinos han prodigado sobre los tibetanos desde el siglo XVII, con énfasis en la insurrección frustrada de 1957, que le costó a su líder, el Dalai Lama, el destierro. Este drama, según el ojo crítico de Thurman, conmueve a los gringos, ese pueblo eternamente preocupado por los derechos humanos. La hipótesis del profesor Thurman no está mal para el selecto grupo de investigadores de su calibre, pero hay que aceptar que el júbilo de los cien mil espectadores que aplaudieron al contingente monástico que apareció en San Francisco, entre los Beastie Boys y los Pumpkins, obedecía a estímulos menos históricos.

Otros expertos sostienen que el éxito actual del Tíbet se debe a la proyección que le dio al Dalai Lama el premio Nobel en 1991. Si para estar de moda en Estados Unidos, se necesitara exclusivamente ser Nobel de la Paz y pertenecer a un pueblo oprimido durante siglos, hoy Rigoberta Menchú estelarizaría conciertos masivos de rock y estaría provocando la hollywoodización de Guatemala.

Melisa Mathison, esposa de Harrison Ford --guionista de Kundun--, tiene una explicación más chabacana y más certera: ``Lo fascinante es la búsqueda del tercer ojo, los gringos esperan algo así como una puerta mágica hacia lo místico, piensan que siempre hay una razón misteriosa para las cosas, una explicación cósmica. El Tíbet ofrece la más extravagante expresión de lo místico, y cuando la gente conoce a Su Santidad (no a Woijtyla sino al Dalai), tú puedes ver en sus caras el deseo de ese empujón que los haga trascender y los transporte a otro lugar.''