La Jornada 22 de marzo de 1997

LOS VIENTOS Y LAS TEMPESTADES

Como era desgraciadamente previsible reaparecieron puntualmente los atentados suicidas antiisraelíes. La decisión del primer ministro Benjamin Netanyahu de llevar adelante y contra viento y marea la construcción de un barrio judío en la colina de Jabal Abu Ghneim en Jerusalén oriental es una verdadera provocación, como le habían dicho de todos los modos posibles y en todas las lenguas todos los países, y no podía dejar de agravar la tensión en la zona y de llevar al seno mismo de Israel la tragedia provocada por la larguísima ocupación de las tierras árabes. ``Quien siembra vientos, recoge tempestades''. Ahí estaba para probar la verdad de este proverbio la reciente decisión igualmente provocatoria de cavar un túnel bajo la mezquita de Omar que había provocado manifestaciones y muchos muertos y había debido ser congelada ante la protesta palestina e internacional. Es, en efecto, inconcebible, creer que se puede llevar a un pueblo a la impotencia y la desesperación sin que esto conduzca a acciones y manifestaciones suicidas.

Ya la decisión de echar de Jabal Abu Ghneim a los refugiados beduinos que habían ocupado esa colina al ser expulsados de sus tierras hace decenas de años y de cambiar la composición étnica y religiosa de Jerusalén incorporando a esta ciudad miles de colonos extremistas judíos, no sólo violan los acuerdos de paz firmados en Oslo por Israel sino que también son un desafío a los palestinos, a los árabes, a las Naciones Unidas y a todas las naciones civilizadas, que se niegan a aceptar que Jerusalén sea la capital judía y exigen definir, mediante negociaciones, la situación de esa ciudad, que es sagrada para las tres religiones monoteístas.

Ahora, para agravar aún más las cosas, el gobierno de Tel Aviv, después del atentado que no podía dejar de prever, da un paso ulterior en la escalada del aventurismo y de la intransigencia al acusar a la Autoridad Nacional Palestina de favorecer el terrorismo, al haber liberado a algunos militantes de Hamas precisamente para disminuir la tensión y orientar a ese grupo, que se opone al gobierno de Arafat, a encarrilarse hacia la vía de la acción política pacífica y legal.

Si se cierra sistemáticamente la vía de las negociaciones y se violan con igual premeditación todos los acuerdos firmados entre la ANP e Israel es evidente que se desea acabar con la perspectiva de la paz en la región que habían abierto el realismo de Yitzhak Rabin y la extrema flexibilidad y soportación de Yasser Arafat. Conservar el poder ultraderechista del Likud dando origen a una espiral sangrienta y ascendente de brutalidades militares contra los palestinos y de terribles atentados antijudíos puede, efectivamente, crear en Israel un ambiente de ghetto sitiado y dejar así en minoría a quienes razonan y desean la paz pero lleva a una destrucción de los derechos democráticos elementales no sólo en las tierras árabes ocupadas sino también en Israel mismo.

No hay alternativa sensata a la paz. La ANP la garantiza y no puede ser ni humillada ni desestabilizada. Si se quiere evitar el terrorismo, hay que dejar de lado el terrorismo de Estado y la ocupación militar. Se equivoca quien cree que una relación de fuerzas militar y económica favorable permite el racismo por parte de quienes, precisamente, siempre han sido víctimas de ese monstruo que aún les amenaza. Antes de que sea demasiado tarde, el gobierno del Likud debe dejar de jugar con fuego y suspender la colonización en Jerusalén y en toda Palestina.