En ocasión del aniversario 59 de la expropiación petrolera, el Presidente de la República anunció enfáticamente la defensa de la soberanía, mencionando la irrevocable capacidad de los mexicanos para tomar sus propias decisiones, en clara referencia al proceso de descertificación con el que ha amenazado el Congreso norteamericano.
Qué bueno que el Presidente haya declarado su determinación de impedir que intereses externos atenten contra la soberanía. Desafortunadamente ello dista mucho de lo que el país necesita para recuperar la soberanía que ha ido dejando en el camino en pedacitos, precisamente como resultado de acciones y decisiones gubernamentales; porque la soberanía no es un asunto de retórica sino de algo más esencial, excepto que mi concepto de soberanía y al que se refiere el Presidente sean dos cosas distintas.
Porque ¿cómo puede hablar de soberanía el jefe de un gobierno que estuvo de acuerdo en dar como garantía de pago ante un juez del estado de New York, el producto futuro de las ventas del petróleo de México? El Presidente habla de violación de nuestra soberanía ante la posible descertificación, cuando esta violación se dio en el momento mismo en que los procesos de certificación quedaron establecidos, sin que el gobierno mexicano los denunciara ante un tribunal internacional. De hecho, el ataque a nuestra soberanía no está ni siquiera en la famosa descertificación, sino en la serie de represalias económicas concretas que el gobierno norteamericano puede aplicar a México, en el caso de que la descertificación se materialice; represalias que pueden ser desvastadoras en virtud, precisamente, de nuestra dependencia económica y de la soberanía que hemos venido perdiendo.
Así, decir que México tiene capacidad para tomar sus propias decisiones nos lleva a preguntar por qué ``nuestras'' decisiones en materia económica se parecen tanto en tiempos, formas y errores a las tomadas en la Argentina de Menem, en la Venezuela de Carlos Andrés Pérez, en el Ecuador de Bucaram, o en el Perú de Fujimori, o por qué nuestras nuevas afores se parecen tanto a las chilenas, o por qué nuestra deuda externa creció en forma tan paralela a la de Brasil. ¿Se debe, acaso, a puras coincidencias? ¿O es que nuestras decisiones nos las dictan, a todos, desde el mismo lugar?
¿De qué soberanía habla el Presidente, cuando las políticas económicas de su gobierno están orientadas a captar capitales extranjeros a cualquier precio? ¿Cuando el 80 por ciento del valor de las exportaciones es producido por empresas extranjeras dirigidas casi exclusivamente por extranjeros? ¿A qué soberanía puede referirse cuando los trabajadores mexicanos reciben menos de la décima parte de los ingresos de los trabajadores norteamericanos por tareas iguales?
Yo, como seguramente muchos, nos preguntamos cómo puede pensar en soberanía una nación que manda a capacitar a los mandos de su Ejército a escuelas extranjeras, en donde además de capacitarlos se incluye indoctrinamiento; una nación que está dispuesta a vender sus vías de comunicación a empresas extranjeras. Cómo puede luchar por su soberanía una nación que renuncia al desarrollo de su tecnología, y que prefiere comprarla en el exterior para ahorrarse problemas. Cómo puede una nación luchar por su soberanía, cuando la única oportunidad real de desarrollo que ofrece a sus jóvenes está en emplearse en una empresa exitosa, ante la ausencia de un proyecto de desarrollo nacional.
Con su discurso del 18 de marzo, el Presidente pretende buscar el apoyo de la sociedad mexicana, para esta supuesta lucha por la soberanía; en los hechos nos queda la duda de si pronto estaremos viendo aviones militares norteamericanos volando sobre el territorio mexicano, y si habremos de enterarnos de la existencia de agentes norteamericanos armados actuando con impunidad en nuestro país.