Albania tiene una historia tan larga como trágica. Cada una de las novelas del admirable Ismail Kadaré nos lo recuerda. Y la actualidad también. El 28 de noviembre de 1443 Jorge Kastriotis, Skanderbeg, tomó la ciudadela de Kruzha, capital de la Albania ocupada por los turcos. Mandó bajar el emblema turco con la estrella y el creciente para luego izar la bandera roja albanesa (bizantina) del águila bicéfala negra. Aquel día pronunció las palabras famosas: ``La libertad no se la traje yo, la encontré entre ustedes''. Así empezó la lucha asombrosa que iba a durar 25 años entre la superpotencia otomana y la muy pequeña Albania. Ni el sultán Mehmet II, el conquistador de Constantinopla, el vencedor del último emperador paleólogo pudo vencer a los clanes unidos detrás de Skanderberg. Fue hasta 1480 cuando los turcos pudieron ocupar el país. Durante más de cuatro siglos, hasta la independencia de 1913, los albaneses se levantaron muchas veces; después lucharon contra los griegos, los italianos, los serbios, los alemanes.
En 1944 la guerrilla capitaneada por el maestro comunista Enver Hodja terminó de liberar el país de la dominación extranjera para encerrarlo en un larguísimo cautiverio. El dictador, nuevo Skanderberg, retó a los grandes imperios rompiendo con Moscú en 1961 y con Pekín en 1976-78. Bloqueo económico y amenazas militares fueron inútiles. Nadie se atrevió a atacar a los terribles montañeses. Para su desgracia, los albaneses comparten con otras naciones serranas (ahí están los escoceses, los afganos, los chechenos) una doble calidad: invencibles frente al extranjero, se abisman en luchas clánicas en divisiones internas que incitan a la intervención extranjera o a la dictadura.
La división religiosa entre católicos, ortodoxos y musulmanes no parece haber sido decisiva a lo largo de la historia más grave, una vieja tradición de mosaico político y la oposición profunda entre el norte y el sur que se manifiesta en la crisis presente. Grave también es la pretensión de los dirigentes griegos sobre el sureste del país, grave el hecho de que millones de albaneses se encuentran fuera de las fronteras, en el Kosovo dominado por Serbia (90 por ciento de albaneses) y en Macedonia. Esto le puede dar a toda guerra civil albanesa una terrible dimensión internacional.
En 1990-1992 el derrumbe del poder comunista que había encerrado a Albania en un castillo de la pureza roja tan miserable como orgulloso, llevó al poder al médico Sall Berisha, miembro del clan montañes noteño Gueg. Sus colaboradores y su guardia pertenecen al mismo grupo, mientras que la presente rebelión empezó en el sur, el de los Tosk y de los griegos, cuna del difunto Enver Hodzha y baluarte del partido socialista, el antiguo Partido Comunista.
Subrayar ese fenómeno, sur contra norte, no es minimizar la responsabilidad del presidente Berisha: cosecha lo que ha sembrado en política con su autoritarismo, su control sobre la información, el uso sistemático del fraude electoral y de la represión. Su reciente y rapidísima reelección por cinco años por un Congreso a su devoción (más que mal electo) fue la provocación final, cuando debió de haber convocado a nuevas y limpias elecciones. Hoy su renuncia parece inevitable.
Es tanto más triste que el país, el más pobre de Europa con un PNI de 850 dólares comparable al de muchos países africanos, había empezado a crecer económicamente. 5.5 por ciento en 1996 no era nada despreciable después de la casi hambruna de 1990, resultado de un largo estancamiento. Curiosamente el escándalo de las pirámides financieras (México lo ha conocido a pequeña escala), detonador de la actual crisis, empezó en el sur, región políticamente castigada, pero en rápido crecimiento económico, gracias a sus elecciones con Grecia e Italia ¡Las! El dinero que empezaba a juntarse fue a perderse en los misterios de la Gran Pirámide, ¡mil millones, la tercera parte del PNI! Y el sur más rico (menos pobre) resultó más duramente castigado que el norte pobre. Cinco de las ocho principales pirámides se encontraban en Vlora en el sur Vlo; después de seis semanas de crecientes manifestaciones se lanzó a la rebelión abierta. El presidente Berisha hizo lo demás para que el país se hundiera en el caos ¡Ojalá y la comunidad europea sea capaz de ayudar a los albaneses que le piden, de manera unánime, una intercención audaz, rápida y sagaz! Me temo que la UE no practique ninguna de esas tres cualidades.