La invención del voto comprometido o aclientelado tiene añosa raigambre. En la democracia ateniense los manumitidos o los ciudadanos más o menos riquitos descubrieron que su prosperidad dependía de personajes influyentes que los ayudaban; y por esto acudían a su amparo, a cambio de apoyarlos en las manifestaciones públicas o en los debates del ágora; usando tal aclientelamiento, los miembros de las élites lograban mantenerse en las jerarquías del poder. La corrupción y enmascaramiento de la gran mentira del gobierno del pueblo, no fue exclusividad helénica, pues repetiríase en la república romana y entre las hordas germanas invasoras del ya decadente imperio de Augusto. Los poderosos con su poder y los débiles con su debilidad contribuyeron eficazmente a pervertir la libre voluntad ciudadana al enajenar el sufragio por un plato de lentejas.
Los electores medievales no prescindieron de la venta del voto; por lo general los señores feudales de mayor peso en el conjunto de los participantes eran elegidos a las dignidades reales por la vía de secretas subastas de los sufragios, práctica que concluyó en la era del absolutismo monárquico, cuyo símbolo es aún el Palacio de Versalles y su resplandeciente Rey Sol. Pero los sueños de Juan Bodino y Luis XIV se extinguieron con la decapitación del derecho divino de los reyes y el florecimiento de la democracia capitalista en los trece años que separan 1776 y 1789, democracia, con notables excepciones, predominante en el mundo desde fines del siglo XVIII.
Precisamente ese sistema sería replicado en México excluida la justicia social que Morelos demandara en 1813, y que Lázaro Cárdenas propiciara enarbolando la Constitución de 1917. Fuera de estos dos casos excepcionales jamás nuestra democracia se ha vinculado con el pueblo ni con la justicia social. Entonces vale preguntar sobre el porqué de una tan grave frustración, a pesar de que las Leyes Supremas desde 1814 hablan de régimen democrático. No es necesario quebrarse la cabeza para encontrar la respuesta cierta: en México no hay democracia porque los ciudadanos han sido excluidos por igual del poder que de la toma de decisiones públicas. Los mecanismos para simular la democracia que no existe son bien conocidos. El voto libre transfórmase en voto aclientelado a través de tres principales procesos. El primero, repetido desde Anastasio Bustamente y Santa Anna hasta Porfirio Díaz y el régimen Obregón-Calles, estuvo caracterizado por asesinatos de disidentes, asaltos de casillas electorales, destrucción de urnas y falsificación de sufragios, hechos reproducidos en tiempos más recientes. El segundo método consiste en la compra directa del voto, las presiones y amenazas sindicales o gremiales y la profusión de ofertas de esperanzas chicas o grandes, para garantizar votos en determinado sentido, método extendido en nuestro país con la creación del partido oficial (1929); desde entonces el voto aclientelado ha llevado al gobierno la totalidad o la mayoría de los candidatos oficialistas. La tercera etapa es reciente e influida por la mercadotecnia estadunidense del bipartidismo republicano-demócrata. Una intensa y sutil propaganda infiltrada en la intimidad subconsciente del ciudadano, determina el voto de éste hacia quien la maneja con más habilidad. La democracia convertida en mercadotecnia es predominante en Occidente.
¿Qué pasa ahora en México? La antepenúltima certificación otorgada por el ex presidente George Bush en los momentos esplendentes del espíritu de Houston, nos precipitó al desastre neoliberal iniciado en 1988 y, a la vez, al renacimiento de la generalizada conciencia cívica que cada instante con más intensidad muestra al ciudadano el verdadero poder de su voto, o sea la posibilidad de cambiar la explotación económica y la opresión política existentes por su liberación a través del enseñoramiento del pueblo en las potestades del Estado creado durante el septenio revolucionario 1910-17. Dos pruebas de este renacimiento están a la vista: el triunfo de la oposición en el estado de México y las victorias del PRD y del PAN el pasado domingo 16, en Morelos, son quizá la anunciación del nacimiento de una nueva democracia en los comicios del próximo 7 de julio. El poder mayoritario del pueblo en el Congreso abriría las puertas a una historia justa, popular, independiente y soberana; es decir, al triunfo rotundo del voto libre por sobre el voto aclientelado.