En esta semana por fin arrancó formalmente la campaña de los ocho candidatos al gobierno del Distrito Federal. Se inició enmedio del escenario prometedor dados los triunfos electorales de la oposición, particularmente del PRD, en las ciudades y municipios que rodean a la capital. Felicitamos y celebramos tales vientos esperanzadores, aunque valdría la pena hacer algunas reflexiones.
El ascenso político del PRD en el estado de México, Hidalgo, y ahora en Morelos, donde gobernará como primera fuerza del estado en los principales municipios, excepto Cuernavaca, no necesariamente garantizará en forma automática un triunfo igual en el DF. Aquí se dará una de las campañas electorales más competidas en la historia del país. Al parecer, la estrategia del gobierno por suprimir la sana distancia con el PRI le resultó contraproducente. La irritación social contra un gobierno asociado a un PRI desprestigiado, que a todas luces aparece junto con los responsables de la crisis económica, funcionó allá como uno de los factores determinantes a favor de la oposición. Aquí sin duda tambíén lo será. Pero lo que no se sabe con certeza es a qué tipo de oposición favorecerá tal tendencia; dado el carácter histórico del voto conservador en la capital, el PAN podría ser el más beneficiado. Por otra parte, la existencia de otras cinco opciones más podrían resultar no tan pequeñas como se les ha calificado, determinando los reducidos márgenes de la votación a favor de algún partido grande, incluyendo al propio PRI. Apostar a la crisis como el factor más importante para ganar una elección sería una falsa ilusión.
Pero igualmente sería una falsa ilusión ganar con promesas que no serán cumplidas, principalmente por un partido como el PRD, perfilado por primera vez en su historia como una fuerza real de poder. No hay que perder de vista que la batalla definitiva para consolidar una verdadera democracia en el país serán las elecciones federales del año 2000. Todo lo que suceda con los partidos políticos en la actual contienda electoral será determinante en el futuro.
En estos tiempos de crisis de confianza, el prestigio de un partido es la mayor de sus riquezas; el PRD y otras organizaciones políticas afines lo han conquistado aun costa de la vida de sus militantes; no pueden darse el lujo de perderlo. Lo necesitan para ganar las próximas elecciones y sobre todo para conservarse como una opción en la gran batalla política de los próximos tres años. Una errónea estrategia de comunicación en las actuales elecciones podría disminuir seriamente su prestigio.
Nos referimos al reciente anuncio del PRD en la radio, en donde se alude al grave problema de los créditos hipotecarios y, por supuesto, a la incertidumbre familiar causada por las deudas de la casa. La propaganda electoral infiere que de llegar al poder, el PRD resolverá tal situación. ¿Será posible que un gobierno perredista en el DF tenga en verdad la capacidad política y financiera de resolverlo? ¿No resultará a la postre una falsa promesa del PRD? Habrá que tener mucho cuidado en no fincar de ilusiones una campaña política que fuera para el elector lo mismo que ha tenido de otros partidos.
Resultaría un serio retroceso político para las fuerzas opositoras y democráticas, como sucedió en el caso de Lima con Barrantes y en San Paulo con Luisa Erundina, donde la izquierda gobernó en gran parte con promesas e ilusiones no cumplidas. Guardando las diferencias existe cierta similitud con el caso de la ciudad de México; ambos alcaldes triunfadores fueron postulados igualmente como probables candidatos a la presidencia del país. Los electores no volvieron a votar por ellos y lo peor, desapareció prácticamente la izquierda del escenario político como una opción real de poder, principalmente en el caso de Perú. Hay que aprender la lección.
Una campaña no basada en ilusiones electorales, sino en propuestas viables, seguras y creíbles, que afiance el prestigio en los partidos que se perfilan hacia el poder, fortalecerá la credibilidad y la confianza política en un régimen de partidos, único camino para aspirar a la plena democracia en la ciudad y en el país.