La propuesta del PAN, presentada por el asambleísta Fauzi Hamdam, de crear un Instituto de Supervisión, Control y Vigilancia del Sexoservicio, es una muestra no sólo del atraso panista en la materia sino de una absoluta falta de respeto a los derechos humanos de estos trabajadores. La propuesta pretende que quienes se dediquen a esta actividad cuenten con un certificado de salud vigente. La mayoría de las mujeres prefiere trabajar clandestinamente a aceptar registrarse como ``prostituta'' legal, con la amenaza de que dicho estigma sea conocido por sus hijos, familiares y vecinos. El problema de hasta dónde una persona que ha sido registrada puede ``zafarse'' de esa etiqueta, hasta dónde no se la extorsionará, o hasta dónde existen garantías de que dicho registro no se utilizará fuera del control sanitario, son cuestiones cruciales de derechos humanos, que no se tocan en la propuesta panista.
Las trabajadoras sexuales son las primeras interesadas en que exista un control sanitario. El punto es ¿cómo se va a realizar dicho control sin violar sus derechos humanos, mientras que a los clientes, que significan un riesgo real de contagio, no se les exige nada? Para que el control sanitario no sea utilizado para denigrar o coaccionar, debe ser similar al que ya propuso la doctora Patricia Uribe, de Conasida: una credencial con foto de la trabajadora --maquillada, como cuando está trabajando--y con la utilización de su seudónimo o ``nombre de batalla''.
Es preocupante la formulación de una reglamentación que no considere la relación entre el estigma y la identidad. La vigilancia y prevención sanitaria sólo pueden estar a cargo de autoridades sanitarias, con sistemas de control que sean eficaces para detectar problemas sanitarios, pero que no manejen la identificación ciudadana de las personas, para no poner en riesgo sus derechos humanos. Los países que tienen el índice más bajo de infección de VIH-Sida y de enfermedades venéreas son aquellos, como Holanda, donde el trabajo sexual no es fiscalizado judicial o policiacamente. Además, un verdadero control sanitario no será posible mientras la persecución policiaca y moral recaiga exclusivamente en las trabajadoras y deje sin tocar a los clientes.
La propuesta del PAN es indignante en más de un sentido. La prohibición a ``asociarse con otros sexoservidores o con terceros, aun cuando no obtengan lucro o beneficio'', muestra que no considera ciudadanos con derechos a estos trabajadores. Además desconoce que, precisamente por el gran riesgo y las dificultades para trabajar independientemente, gran número de mujeres en la ciudad de México trabaja en la vía pública o entra en los circuitos organizados de la prostitución. Impedir que las trabajadoras se asocien con otras personas no sólo es una violación a sus derechos, sino un error. Unicamente la aceptación de nuevas formas de organización del trabajo (como la asociación de dos o tres compañeras) realmente detendrá los escándalos callejeros, frenará los atropellos personales y logrará una forma efectiva de control sanitario.
La retipificación del delito de lenocinio --que actualmente se utiliza no contra los verdaderos lenones sino contra las propias trabajadoras-- permitiría la apertura de formas nuevas de trabajo, vía anuncio en el periódico y atención en departamentos, con un descenso en la prostitución callejera y el escándalo, y con el consiguiente beneplácito de algunos vecinos. Hay que recordar que las primeras interesadas en que no se las identifique como prostitutas son las propias trabajadoras. La experiencia europea muestra que el trabajo discreto a domicilio es una mucho mejor alternativa que las zonas de tolerancia. Debería contemplarse esa modalidad, en vez de proponer las inoperantes zonas rojas, para ``aplacar'' a grupos conservadores.
Lo que está en juego con la propuesta panista es si las personas que trabajan sexualmente pierden sus derechos humanos y ciudadanos por hacerlo. La gravedad de tal suposición estremece. Es aterrador que el PAN les niegue a estos trabajadores el derecho de asociación de todo individuo por cuestiones moralistas mal conceptualizadas. Si ya teníamos suficientes indicios de su trasnochado conservadurismo, esta muestra inaugura un registro de flagrante antihumanismo.