Educación para la paz y educación en derechos humanos
¿Es posible educar para la paz?

Gloria Ramírez *

La paz no sólo se define por la ausencia de guerra y de conflicto; es también un conflicto dinámico que necesita ser aprendido en términos positivos como la presencia de la justicia y armonía sociales, la posibilidad para los seres humanos de realizar plenamente sus potencialidades y el respeto a su derecho a vivir con dignidad a lo largo de su vida. Un desarrollo humano durable no puede tener lugar sin paz, y sin un desarrollo humano endógeno y continuo, la paz no puede ser mantenida.

Reunión Consultiva del Programa Cultura de Paz. UNESCO, 1994.

Después de más de cincuenta años, la idea de paz ha evolucionado: hemos sido testigos de la carrera científica y tecnológica que si bien ha sido un aporte importante para la humanidad, ha significado también la creación de poderes capaces de destruir el planeta tierra y a la humanidad misma en cuestión de segundos. Asimismo, hemos sido testigos de una serie intermitente de conflictos en los países del llamado Tercer Mundo, del cual ciertamente formamos parte, con las variantes que lo acompañan: extrema pobreza, injusticia, desigualdades y violaciones a los derechos humanos, en particular de los grupos más desprotegidos de la sociedad.

Hasta hace poco tiempo, para los mexicanos los conceptos de guerra y paz se referían a situaciones fuera de nuestras fronteras, y a pesar de la militarización progresiva que conoce el país, todavía hay quienes pretenden negar que este riesgo constante existe en los campos de México. Imaginar un estado de guerra provoca, desde luego, rechazo, cuando no temor y resistencias. Aspiración de paz, realidad de guerra. Fuerte contradicción.

Desde hace varios años encontramos que la expresión ``educación para la paz'' se desarrolla en ciertos medios de militantes o de educadores en el país, y aunque la idea de relacionar educación y paz podría parecer pertinente, e incluso necesaria, hay que constatar que en nuestro medio existe una gran ambigüedad sobre esta noción que no logra generalizarse, ni constituirse en una alternativa frente a las situaciones tan inciertas que hemos conocido. Es necesario entonces, aportar elementos para comprender lo que significa educar para la paz en nuestro tiempo.

Para esto es importante definir, en primer lugar, qué entendemos por ``paz'', noción compleja que comprende múltiples imágenes: para algunos, evoca su contrario, la guerra, con la presencia del ``enemigo'', de las armas, de la destrucción; para otros, evoca un estado que se busca a cualquier precio, una paz civil que silencia a las minorías y a las disidencias, y que se obtiene incluso bajo la opresión y la represión, más cercana a la paz de los cementerios. También hay quienes desde un pacifismo simplista pretenden una paz bajo la pasividad o la sumisión, o bien quienes desde una concepción militarista retoman el viejo lema: ``si tú quieres la paz, prepara la guerra''.

No es, desde luego, de esta paz que hablamos al mencionar la ``educación para la paz''. Al referirnos a esta noción, pensamos que la paz integra algo más que la ausencia de tanques o la ausencia de guerra. Significa el respeto a los derechos humanos y el derecho a los pueblos; significa la justicia y la tolerancia y la democracia. Como alguna vez lo mencionó Willy Brandt, es ``un proceso en el cual la violencia disminuye y la justicia aumenta'' y añadió: ``La paz no es todo, pero sin la paz todo lo demás no es nada'' (1).

El problema no es sencillo. Edgar Morin señala esta dificultad del pensamiento y nos alerta: ``... entre más se repite la palabra paz, paz, paz, más ésta se debilita y se diluye... si nosotros ligamos al problema de la paz, los problemas de la libertad, el hambre, etc., nosotros diluimos el problema de la paz... pero, ¿cómo no diluirla en el conjunto de problemas mundiales que nos acosan?'' (2).

Si el estudio de la guerra es antiguo, el estudio de la paz (la irenología), como tentativa sistemática y rigurosa es reciente. En Europa esta disciplina cuenta ya con cierta tradición; en América Latina su tratamiento resulta aún novedoso y poco conocido, aunque se conocen actualmente organizaciones y centros de investigación en la materia. Pero en todo caso, todavía hay algunos que se preguntan si es una disciplina que es necesario apoyarla para que exista o para que desaparezca. Las objeciones más fuertes giran en torno a su eficacia, especialmente en el campo de la política, a lo que cabe preguntarse: ¿quién podría esperar que el estudio o la investigación para la paz fuera al mismo tiempo generadora de paz? Se trata, como toda área de conocimiento, de aportar elementos racionales para el análisis y toma de decisiones; en este sentido, la irenología abre interesantes y originales campos de reflexión e incluso, de acción.

En las universidades este campo es casi inexistente, como también lo son aquellos conocimientos relacionados con aspectos sobre la militarización, la carrera armamentista, la violencia, etc.

La ``educación para la paz'' es una noción moderna, que nace en particular en Alemania después de 1945, con la idea de que era importante ``reeducar'' al ciudadano alemán después de la terrible experiencia del nazismo. Si este concepto surge en Alemania, es precisamente en reacción a la guerra y sobre todo a la tragedia del genocidio ``con el objeto de que el pueblo alemán no sea jamás el artesano de tales dramas'' (3).

Theodor W. Adorno, filósofo de la escuela de Francfort, señaló de manera tajante que ``lo que es necesario solicitar a la educación en primer lugar, es que Auschwitz no se repita jamás''.

Estas ideas, aunque relevantes, tampoco eran nuevas. Se dice que después de la Primera Guerra Mundial, la World Education Fellowship, primera asociación internacional de pedagogos en 1938, había lanzado una comunicación sobre ``la educación de la juventud para la paz''. En esta asociación estaban personalidades como María Montesori, Martin Buber y Simone Weil.

En estas ideas sobre la educación para la paz, se encuentran propuestas diversas que buscan desarrollar una pedagogía de la responsabilidad, de la tolerancia, de la autonomía. Ideas que se retoman en diversos momentos y por diversos autores, de Freinet en Francia, o como corrientes pedagógicas de la escuela moderna. Poco a poco se han enriquecido de diferentes contextos llegando a ser integradas, incluso, en los documentos de la UNESCO.

Para Jacques Semelin, especialista de la no violencia, la educación para la paz debería de tener como objeto, la educación para el control o dominio de los conflictos, es decir, el aprendizaje de la gestión del conflicto por medios que no sean la agresividad o la violencia. Este autor propone recurrir a la historia, a la búsqueda del diálogo, a la educación ciudadana, al conocimiento y a la comprensión de otras realidades.

Es importante señalar que la educación para la paz, refleja las demandas más sentidas de cada sociedad; así en Europa esta noción integra, por ejemplo, la preocupación sobre el riesgo nuclear, los complejos militares-industriales, el desarme, así como aspectos relacionados con los problemas concretos de derechos humanos en esas sociedades como son la migración, el racismo, etc.

En América Latina la idea de educación para la paz contempla diversos enfoques, desde aquellos que surgen en particular de regiones que han vivido conflictos bélicos, hasta quienes se asimilan en esta práctica la idea de educar en derechos humanos, como propuesta y respuesta de la sociedad civil, ante la historia de violaciones que ha vivido nuestro continente. Estas dos propuestas no son excluyentes, en ocasiones se comparten los mismos contenidos y objetivos, pero se difiere en los medios o métodos para realizarlas. Para nuestros países, el eje esencial de esta preocupación se centra en saber cómo puede, y debe, contribuir la educación para garantizar la defensa y respeto de los derechos humanos, así como para consolidar la democracia. Esta es la especificidad de nuestra región.

Son las organizaciones no gubernamentales, las primeras que construyen y proponen prácticas educativas novedosas para educar en derechos humanos. Desde luego, las metodologías y formas de intervención no son homogéneas. En general se trata de protestas en construcción que acompañan una toma de conciencia generalizada sobre la necesidad de educar en derechos humanos. Se retoman aportaciones de otros países y pedagogos, se enriquece con la experiencia de la educación popular en la región latinoamericana o con experiencias como la de Paulo Freire en Brasil, y se busca incidir en las instituciones educativas.

Hoy en nuestro país existen experiencias de educación en derechos humanos a todos los niveles, formal y no formal, con niños y niñas, con adultos, con grupos específicos, con pueblos indígenas. Si bien se ha avanzado en la materia, todavía existen muchas resistencias y todavía falta consolidar y dar rigor a esta propuesta educativa. Hace falta revisar nuestros diccionarios, evaluar nuestras prácticas, establecer puentes, trabajar cada uno en nuestro espacio, considerando que los esfuerzos de los demás no son antagónicos sino complementarios. Es así como podremos ir construyendo una nueva conciencia y una auténtica educación para la paz y los derechos humanos.

(1) Willy Brandt. L'Europe et le Monde. Revista Pourquoi?, octubre 1988, No. 238, París, Francia, p. 28.

(2) Edgar Morin, Education a la Paix? en: Actas del coloquio Education a la Paix. París, 11-13 de octubre de 1986. Liga Internacional de la Enseñanza, de la Educación y de la Cultura Popular. París, 1986, p. 373.

(3) Jacques Semelin, Qu'est-ce que l'education a la Paix? Actas del coloquio Education a la Paix... op. cit., p. 54.

* Coordinadora general de la Cátedra UNESCO de Derechos Humanos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. UNAM. Miembro del Consejo Consultivo de la Academia Mexicana de Derechos Humanos.