El de 1997 es un año eminentemente político, por cuanto en la coyuntura electoral se medirán las fuerzas y correlaciones que apunten a la próxima sucesión presidencial y a la conducción de la transición nacional. Abrir la política más allá de las elecciones es necesario para que el proceso de paz se oriente a la solución de las causas de los conflictos.
2. La construcción de la paz es un proceso de nivel estructural vivido dramáticamente a través de situaciones, tareas y dinámicas también coyunturales. Para avanzarla y potenciarla se hace indispensable vincularla con los actores y procesos políticos, económicos, sociales y culturales relacionados con las causas.
Lograr que la paz se convierta en el eje articulador de todas las agendas y actores nacionales --particularmente de la justicia, la democracia, el desarrollo sustentable y los derechos humanos y sociales-- aparece como el reto y perspectiva del 97.
3. 1996 mostró la importancia de la participación civil para generar condiciones de negociación y pacificación. Sin embargo, ante la crisis y los retos nacionales, se requiere ahora un cambio cualitativo en la participación civil. Mas allá de la mera solidaridad y apoyo es necesario que la sociedad se asuma y reconozca como actor principal de la paz. Su construcción, seguimos insistiendo, no es tarea de los actores de la guerra; los actores de la paz son todos aquellos necesarios para generar los cambios que se requieren. En torno a esta participación civil han de orientarse también los esfuerzos específicos de universidades, académicos, movimientos civiles y ciudadanos, instancias eclesiales y culturales. Con base en la más amplia participación podrá lograrse la correlación favorable para la irrupción definitiva de la vía política que garantice la paz con justicia y dignidad.
4. 1996 mostró las limitaciones que se producen por la desarticulación de actores, pero sobre todo por la falta de una concepción y una visión de conjunto y nacional respecto del proceso de paz. Son diversos los actores que se orientan solamente por visiones sectoriales, coyunturales o parciales. Esta limitación urge que sea superada en 1997, en torno al diseño participativo de una concepción y proceso de paz mucho más global, integral y articulada. No se trata de administrar, canalizar o posponer el conflicto, sino de resolverlo. Las experiencias de otros países nos indican que el proceso de paz ha de garantizar el cumplimiento de sus acuerdos para realmente atender las causas de los conflictos; ello no será posible sin una visión estratégica y de largo plazo donde participen corresponsablemente todas las agendas y actores.
5. 1996 mostró también el grado en el que pueden polarizarse y encrisparse los distintos niveles y crisis de la negociación y pacificación. 1997 tendrá como clave el impulso simultáneo de medidas en todos los niveles concernientes a la paz, particularmente para:
--Garantizar una real desmilitarización y distensión.
--Reorientar las tendencias sociales hacia la reconciliación,
--Ampliar y diversificar la participación civil y sus aportes en todos los órdenes.
--Orientar el proceso de paz en torno a los cambios políticos, económicos y sociales que la demanda nacional de democratización requiere y concretiza.
6. 1996 mostró la pugna, flujos y reflujos de la vinculación de Chiapas con la situación nacional. En momentos, seguía siendo Chiapas la que jalaba y de la que dependía la situación y estabilidad nacional. Después, fue ganando la tendencia de invertir los términos de esta relación, de manera que ahora puede afirmarse que el proceso de paz y las soluciones en Chiapas dependen en 97 del propio avance y correlación de la dimensión nacional. 1997 fortalecerá esta tendencia en la que la coyuntura electoral medirá también la correlación, contenidos y propuestas en torno a la paz y la problemática indígena y chiapaneca. La apuesta por la paz es de fondo, estructural y nacional, pero debe fortalecerse también en esta coyuntura.
7. 1996 mostró la crisis y el auge de San Andrés. Mostró que la lucha política es compleja y que requiere diversidad de actores. Sin menoscabo de la dimensión nacional, 1997 marca también la urgencia de fortalecer a los actores locales y chiapanecos. Sin ellos no es posible construir la gobernabilidad que requiere la solución de las causas del conflicto. No bastan los andamiajes nacionales e internacionales, o la solidaridad, para sustituir el papel que toca jugar a los actores locales. Impulsar su articulación y su propuesta es indispensable para encauzar la tendencia de la reconciliación. La base de este esfuerzo está en la dinámica de las propias comunidades; con ellas debemos priorizar la relación.
8. Igualmente, la complejidad de 96 ha mostrado la conveniencia de incorporar directamente en el proceso de diálogo y negociación a otros actores, civiles pero también políticos, A pesar de los ruidos, inconsistencias y errores de procedimiento que este tipo de actores introducen en el proceso, 96 muestra que ésta es también una tarea a consolidar. Necesitamos involucrar a las organizaciones políticas, más decididamente a todos los poderes de la Unión y a todos los sectores sociales, económicos, culturales y religiosos del país.
9. Si 1996 diversifica también los propios roles y tareas de la Conai, en 1997 asoma el reto de consolidar su capacidad en todos esos terrenos, de manera de aportar a la paz en los diversos niveles, conflictos y elementos que tienen que ver con su construcción. El 97 será un año definitivo para la posibilidad, alcances y ritmos del proceso de paz.
La clave en 1997 estará en la integralidad y visión de conjunto que se aporte para los procesos de pacificación, reconciliación y negociación, así como para la apertura de las vías políticas a nivel nacional. El punto fundamental de todos estos retos radica en el fortalecimiento de la participación y corresponsabilidad civil. Cambiar la correlación de fuerzas favorables a la solución política es un problema de movilización, de actores y de propuestas.
10. Tenemos enfrente una fuerte campaña pública y de confusión que va más allá de las reformas constitucionales de los acuerdos de San Andrés o de la competencia de la Comisión de Seguimiento y Verificación. En el fondo, esta campaña pretende servir a la imagen de que el conflicto no tiene ya un carácter militar, sino sólo un incómodo contenido político. Se quiere evitar que crezca la participación y solidaridad internacional, así como asilar a los nuevos movimientos armados (de manera que se generen en torno a ellos movimientos de solidaridad que obliguen al Estado a reconocerlos como actores de otros conflictos armados, con los cuales obligarse a generar proceso de negociación).
Muy en el fondo, hay una grave diferencia de diagnóstico sobre la situación nacional, el status e implicaciones de los conflictos armados, y la concepción y estrategia del proceso de paz. Otro problema de fondo está en el grado de voluntad y disposición para cumplir acuerdos reales que contribuyan a la solución de las causas de estos conflictos. En otros niveles están los problemas por la propia complejidad del formato y procedimiento del diálogo y negociación; las dificultades para desatar la dinámica de reconciliación y el impulso a la desmilitarización y la pacificación, así como para lograr la reactivación y reforma de la participación civil en el proceso de paz. En el contexto de año electoral, se prevé será sumamente difícil acordar estos asuntos con las partes.
En todo caso, sin ser optimistas, sí ratificamos la esperanza de que siga avanzando la vía política y no la lógica militar. No pensamos que el riesgo inmediato sea la reanudación de hostilidades militares; nos preocupa más la diversificación de formas de violencia inorgánica y civil que se impulsa con la ``guerra sucia''. Contra estas violencias y riesgos, el gran resorte que impulse el proceso está en vincular la paz con la transición a la democracia y en articular el eje de la paz con todos los actores y agendas del cambio nacional.
Esa es la gravedad que requiere iniciativas extraordinarias. Hagamos del Primer Encuentro Nacional por la Paz, del 14 al 16 de marzo, un paso fuerte que incida y reoriente el proceso. La paz de México lo requiere.
* Miembro de la Conai.