Jorge Alberto Manrique
Arte popular

La presentación, hace unos días, de los dos volúmenes Arte popular. Cinco siglos, que dan cuenta de la exposición del mismo título que alberga ahora el Colegio de San Ildefonso, la más ambiciosa en su género, dio justificado motivo a que se bordara un tanto sobre los problemas peculiares que implica la reflexión sobre ese arte.

El primer volumen contiene textos que se ocupan de diversos asuntos y aspectos del arte popular, escritos por Carlos Monsiváis, Olga Sáenz --que fue la curadora general de la exposición--, Felipe Solís, María Teresa Pomar, Pedro Angeles, Sol Rubín de la Borbolla, Cristina Suárez, Ruth Lechuga, Alicia Azuela y Esteban de Antuñano. Trae la estupenda ilustración de una selección de obras, algunas de ellas no expuestas, a través de las impecables fotografías de Michel Zabé. El segundo, por su parte, es el catálogo cumplido de las piezas reunidas para la exposición, con fotos del archivo fotográfico del Instituto de Investigaciones Estéticas; viene con él un solo texto, de Juan Coronel Rivera.

Ante la imposibilidad de referirme a la exposición, ni a los textos en particular, pongo aquí en breve la idea de lo que fue mi intervención en la presentación a que me refiero:

Considero una cuestión central, sobre la que correrá mucha tinta, pues aquélla es inagotable --como la discusión sobre el arte-- la determinación del concepto de ``arte popular''. Ya en 1921, cuando el Dr. Atl realiza la primera gran exposición con ese título, él mismo en el libro aparecido a propósito interviene en esa discusión. De hecho podemos ver la actual muestra de San Ildefonso y los textos comentados como el testimonio actual sobre esa cuestión.

Se suele hablar de un ``reconocimiento'' del arte popular en su condición de artístico. Ese reconocimiento relativamente reciente (en México se inicia hace un siglo y tiene un nuevo y más fuerte relance coincidiendo con el nacionalismo de la Revolución) no sería otra cosa que un acto de conciencia y de justicia. Por cierto nunca totalmente logrado hasta ahora. De ahí se sigue la afirmación (entre los textos del catálogo, por ejemplo en Olga Sáenz y en Ma. Teresa Pomar) de que el ``arte popular'' es pura y simplemente ``arte''. Tan mayor como cualquier otro. De donde la adjetivación de ``popular'' sale sobrando y es una manera sutil de desvalorizarlo o rebajarlo frente a lo que sería simplemente ``arte'', sin adjetivo.

Pero las cosas no son quizá tan sencillas. Recordemos que cuando se formula el concepto de ``bellas artes'' o ``nobles artes'' --que vendrían a terminar en sólo ``arte''-- allá en la Florencia del siglo XV, precisamente su sentido es el de distinguir entre el pintor o el escultor, Donatello o Masaccio, digamos, y el tejedor o el zapatero, que andando el tiempo vendríamos a llamar ``artesano''. El distingo se establece en que, si bien unos y otros trabajan con las manos, en el pintor hay una ``filosofía'' que guía la habilidad manual, mientras que ésta no estgá presente en el zapatero. De modo que el pintor se asimila al filósofo y al humanista, mientras que el zapatero no es sino un trabajador manual.

No digo que esa formulación sea buena o mala, ni que sea correcta (no tengo dudas, por ejemplo, de que un ``artista popular'' filosofa a su manera y expresa su concepción del mundo a través de sus obras, sino que históricamente está en la concepción de lo artístico.

Cuando en el siglo pasado se rompe la unicidad de lo artístico y se acepta el arte gótico como arte, siendo tan diferente al griego y romano y al renacentista, se abren grandes posibilidades de comprensión. Vendrá la conceptualización del arte romántico, del bizantino, del egipcio, etcétera. Cuando la antropología se aboca a otras culturas fuera de Europa, Boas propondrá que lo que han hecho y hacen esos pueblos tiene una categoría de arte.

Por esos caminos llegamos a la aceptación del ``arte popular'' concibiendo sus obras como objetos artísticos. Apreciados lo habían sido siempre, por eso existían, se fabricaban y se usaban. Pero la gran diferencia es que ahora se les reconoce en su artisticidad, asimilándolos así a la calidad del, por así decir, ``gran arte''. Así es, pero a condición de adjetivar lo artístico con lo popular''. Lo que no lo disminuye (recordemos que ``gótico'' o ``barroco'' o ``manierista'' fueron originalmente términos peyorativos) pero le es necesario precisamente para poderlo llamar arte.