Arnoldo Kraus
Chiapas o la impotencia

Chiapas reune tres impotencias: la del gobierno, la de los indios representados por el EZLN y la de la razón. La suma de los desencuentros y la incapacidad para borrar del mapa periodístico el conflicto chiapaneco y reintegrar a los indígenas al mapa ``normal'' de México tiene muchas lecturas. La mayoría amargas, desesperanzadoras. La primera estocada es la del tiempo: los días se han apilado, uno a uno, semana a semana, mes tras mes y, finalmente un año después del otro. Dicen los calendarios que han transcurrido mil 173 días desde la toma simbólica de San Cristóbal de las Casas, ese uno de enero de 1994. Es mucho el tiempo desperdiciado.

El balance crudo de las negociaciones llevadas desde entonces es todo menos halagüeño. Los acuerdos de San Andrés congelados, la captura de jesuitas por el gobierno, el incremento de la presencia militar en Chiapas, el distanciamiento con la Comisión de Concordia y Pacificación y los recientes asesinatos de zapatistas perpetrados con la crueldad de la superioridad --fueron baleados desde helicópteros-- resumen el fracaso de las negociaciones. De acuerdo al último número de la revista Proceso (16 de marzo), desde los Diálogos de la Catedral, en febrero de 1994, ``se han registrado mil 600 asesinatos de indígenas, unas 2 mil 300 invasiones de predios a causa de la lucha por la tierra, e innumerables desalojos de campesinos por policías preventivos, agentes judiciales y grupos de choque que sirven a los caciques de la entidad''. Renglones adelante se lee, ``no existe el libre tránsito y los grupos militares siguen asesinando impunemente a la población''.

Sirvan los datos anteriores como botón de muestra para resumir el ``curso de las negociaciones''. Después de tres años es evidente que los intentos por restañar las viejas heridas de la comunidad indígena tienen el olor de la derrota, de las batallas que se han perdido. No en Chiapas, en México. El inmenso problema del letargo en las negociaciones actuales no sólo radica en que el uso de la fuerza es inútil, sino que cada vez es más peligroso recurrir a ella. Las semillas sembradas por la tenacidad y razón del EZLN, y la imperiosa necesidad de restituirle a los indios sus derechos ha cobrado gran presencia en el mundo. Son muchas las oficinas creadas en gran número de países para apoyar el movimiento zapatista. Es por eso que la reciente ola de violencia es incomprensible: la imagen del país en el extranjero se deteriora en forma paralela al número de muertos.

A la par, no debe olvidarse que las heridas y amnesias viejas rejuvenecen en épocas de crisis. A pesar de la creciente propaganda, las millonarias cifras anunciadas por el gobierno en favor del estado sureño difícilmente rebasan los límites del papel. Los datos proporcionados recientemente por el Instituto Nacional Indigenista parecen desconocer las voces oficiales: más del 75 por ciento de los indígenas chiapanecos vive en pobreza extrema. Junto con Guerrero y Oaxaca, la desnutrición, el analfabetismo, la deserción escolar, y las muertes tempranas por enfermedades previsibles son la norma en las tierras del EZLN. Los números anteriores son realidades innegables y nadie los usa para difamar o rellenar artículos. Son simplemente, cotidianidades presentes cuya puntual solución y respuesta corresponde al poder.

Observadores comprometidos con la idea de justicia y humanismo, pensamos que ``solucionar'' Chiapas es más importante que seguir cabeza gacha tras los diplomas o certificaciones de los estadunidenses. Consideramos que la solución depende del gobierno y que su postergación perjudica a toda la nación. La impotencia de la razón, a la que hacía alusión al principio de este texto, queda enmarcada entre el Río Bravo y América Central. En la frontera norte la pelea es por acreditaciones oscuras, efímeras, de papel. En la frontera del sur, la lucha es por la vida o por la muerte de una patria; no para unos cuantos, sino para todos los mexicanos.