La prensa no fue testigo de la muerte de Colosio. Reporteros, corresponsales, fotógrafos, camarógrafos de televisión no estuvieron en Lomas Taurinas porque del aeropuerto se fueron a San Diego de ``fayuca'' con dinero que les entregó un misterioso personaje en el vuelo La Paz-Tijuana, y cuyo nombre nunca se supo ni fue investigado. De todos los integrantes de la fuente sólo estuvieron ese 23 de marzo: José Ureña, Fidel Samaniego y una reportera de El Día. Desde entonces todas las imágenes televisivas y declaraciones de prensa iniciales han pasado por un enorme filtro, del cual prevalece la versión oficial de la Procuraduría General de la República y sus fiscales especiales, que ejercieron ``atracción'' del caso, sólo para confundirlo y desvirtuar todo vínculo entre el escenario del crímen y la situación política.
Cuatro fiscales, cuatro procuradores (del PRI, PAN y ``neutrales'') y la investigación permanece en el mismo punto de partida: un asesino solitario sin móvil interrumpió la sucesión presidencial. La estulticia de la justicia ha promovido que los mexicanos se dediquen a la investigación y la novela. Un ciudadano no puede vivir sin verdades ni silencios porque va contra su propia naturaleza; los que no buscan la verdad, no son ciudadanos, pues renuncian a su principal derecho: la veracidad.
¿Por qué hay asesinos confesos y no existe móvil del crimen? ¿Por qué nunca se han investigado los móviles? Esta ha sido la principal discrepancia entre la investigación del Estado y la que hacen los ciudadanos: los primeros investigan al asesino; los segundos, el móvil, y ambos tienen conclusiones diferentes. Por eso no hay otra alternativa que novelar.
``Tres fueron los asesinos ubicados en el templete; los tres fueron contratados por separado; los tres vestirían igual y tendrían cercano parecido. Hubo tiempo para preparar el crimen con paciencia, pues los asesinos escogieron el lugar, y Colosio eligió fecha y hora de su muerte. El día que marcó Colosio para visitar Lomas Taurinas de Tijuana se convertiría en una escena teatral perfectamente montada con luces, música de fondo y unos actores excelentes en el papel de guardias, cómplices y testigos. Nadie más que ellos darían la versión de ellos mismos. ¿Acaso no tenía que pasar Colosio por Tijuana como candidato? Los asesinos tuvieron por lo menos cuatro meses para preparar los detalles y a los asesinos. En la forma en que fue asesinado el candidato, hay una extraña competencia entre criminales. La señal la dio el candidato al bajar del templete, y desde distintos ángulos se le acercaron, pues los contratantes les advirtieron la regla para salir impunes: el que acierte será protegido; el que falle, cargará con la culpa. Dos acertaron y Mario Aburto fue el inquilino de Almoloya. Los autores necesitaban un asesino solitario y por eso todos eran Mario Aburto, los cuales desaparecieron entre el tumulto de guardias, secretarios y cómplices que lograron cerrar la cápsula donde el candidato sería sacrificado. El asesino solitario no sólo despista, sino que detiene la investigación; hay asesino pero no hay móvil y el único testimonio periodístico es el de Jesús Blancornelas del semanario Zeta de Tijuana, al cual la fiscalía, por instrucciones de Carlos Salinas, permitió entrevistar a Aburto, el de Almoloya, justificando la versión del asesino solitario''.
Acostumbrados a vivir en la mentira, Lomas Taurinas será ya una plaza construida para borrar la historia e impedir que vuele la imaginación. Colosio murió por subestimar a quienes le rodeaban y al no haber sabido descifrar los anuncios de la traición. Su muerte no aclarada, y los suyos que lo abandonaron y le construyen monumentos, plazas, fundaciones, se revierte contra él, pues la falta de verdad da lugar a todo tipo de historias como motivo de su muerte.
Colosio es un personaje trágico que fue elegido para ser sacrificado: la enfermedad terminal de Diana Laura garantizaba que no habría quién reclamase justicia; sus correligionarios naufragarían con su muerte esperando ser rescatados por el poder sustituto; junto con él otros morirían también, como Camacho, que creyendo ser el torero en la sucesión, al salir a la plaza, que enardecida gritaba, cayó en la cuenta de que era el toro.
País de formas y gobiernos de mentiras, hoy ofrece la iconografía de una plaza porque la verdad la tienen escondida.