La Jornada 18 de marzo de 1997

LAGUNA MIRAMAR, EN LOS MONTES AZULES

Angélica Enciso, enviada/II y última, Montes Azules, Chis. Ť Enclavados en el suroeste de la selva Lacandona, cerca de 10 mil indígenas de la reserva de la biosfera Montes Azules apenas sobreviven con su gran riqueza. Rodeados de caobas y cedros, esperan ver cumplirse las promesas que desde hace casi dos décadas los gobiernos les han hecho: carretera, educación y salud.

Es una de las diez reservas ecológicas del país que cuentan con recursos cercanos a los 200 mil dólares del Banco Mundial a través del GEF (Global Enviromental Facility) para su manejo, pero los habitantes aún no ven los beneficios de vivir en una región de gran riqueza biológica.


Un indígena chol muestra la orqueta que usa para pajarear.
Foto: Francisco Olvera

En una sola hectárea de la selva Lacandona se pueden encontrar 30 especies de árboles, 50 de orquídeas, 40 de aves, 20 de mamíferos, 300 de mariposas diurnas y aproximadamente 5 mil más de otro tipo de invertebrados, indican datos de Conservación Internacional. Además, entre sus plantas más características están la ceiba, el mamey y el chicozapote.

Sin embargo, en esta selva no se han llevado a cabo programas permanentes institucionales para su protección y atención. Algunos de sus residentes dicen que el gobierno únicamente invierte en campañas políticas y sólo los toma en cuenta para las elecciones. Para votar, los habitantes de Nueva Argentina tienen que caminar una hora, pero la mayoría nunca lo hace: ``nada más perdemos el tiempo'', dicen.

El gobierno del estado tenía contabilizados hasta 1992 al menos 53 proyectos para la selva, que datan desde la década de los setenta, en los que estaban involucradas, entre otras, instituciones como la SARH, la SRA, la entonces Sedue y el Instituto de Ecología, indica el investigador del Colegio de la Frontera Sur, Miguel Angel Vásquez.

``¿Nos preguntan qué queremos? Pues tan sólo un camino para salir a ofrecer nuestros productos. ¿De qué nos sirve tener frutas, café y maíz, si no los podemos vender? Ya ni hablar de que vivimos en una reserva ecológica y dicen que no se pueden hacer varias cosas, pero la educación, salud y atención del gobierno. ¿Será mucho pedir?''

Es Abelardo, uno de los 300 habitantes del ejido de Nueva Argentina, del municipio de Ocosingo, que está dentro de la reserva. Aquí las casas de madera dispersas en un claro de las montañas cuyos árboles poco a poco han sido tumbados para sembrar y construir viviendas son el marco para el desarrollo de la vida cotidiana de esta comunidad perdida en la selva Lacandona y en la miseria.

Entre las decenas de niños corriendo por la pista de aterrizaje del ejido, los hombres en los acahuales y las mujeres cargando agua, las enfermedades proliferan. ¿Ahora qué es? Turbeculosis, diarreas, infecciones de piel.

Don Ramiro comenta que su esposa desde hace como un mes tose mucho y escupe sangre. ¿Qué podrá ser? Quizá tuberculosis ¿Cómo la saco de aquí? sólo en bestia, porque no aguantará caminar el monte, se responde a sí mismo.

Los profesores acuden cerca de seis días al mes a dar clases, y la única presencia institucional hasta hace unos días era la de dos personas que trabajan para la dirección de la reserva, las cuales a exigencia de presuntos zapatistas debieron salir de la comunidad.

Casi la tercera parte de los habitantes de este ejido son niños menores a diez años, para los cuales las clases sólo se toman algunos días al mes, el resto del tiempo es trabajo y, para algunos, recreo. ``Los pasan de año así nada más, sin exámenes ni nada, por eso muchos ni siquiera saben escribir'', dice Abelardo.

Este ejido está ubicado en mil 47 hectáreas de lo que es el último reducto de selva alta perennifolia o bosque tropical del país, donde sus habitantes, que además están dentro de la zona de conflicto zapatista, ven pasar los días sin dejar de lado la demanda de construcción de un camino, la cual se ha hecho desde que los ahora viejos eran jóvenes.

Las mujeres acuden a la casa comunitaria, que se construye con apoyo de la dirección de la reserva y del ejido, para aprender a bordar. Sin embargo, todas se ven preocupadas. ¿Es cierto que van a cerrar la casa, como lo pidieron los zapatistas?, se preguntan entre ellas.

De acuerdo con el comisariado ejidal, Alfonso Gómez Pérez, indígena tojolabal, el pasado 27 de febrero fue llamado por gente a la que señaló como ``zapatistas'', quienes le pidieron que cerrara la casa comunitaria y que saliera del lugar la gente del gobierno, hasta que haya soluciones a sus demandas.

Preocupado por esto, expuso en asamblea la situación a los 39 ejidatarios, los cuales acordaron que las dos personas de la reserva tendrían que salir para no tener problemas. Sin embargo, también se hablaba de envidias, ya que hubo quienes se habían inconformado debido a que en la construcción de la casa se había contratado a algunos ejidatarios con sueldo y no todos tenían ese ``privilegio''.

Algunos buscaban la forma de continuar con los trabajos de agricultura y bordado que iniciaron hace año y medio con la gente de la reserva. Sin embargo, el temor del comisariado ejidal los desalentó: ``Es que yo no quiero tener problemas, entiéndanme''.

En una carta firmada por un presunto ``Consejo de Municipales del municipio'', que le fue enviada a Gómez Pérez, se le pide que cierre la casa municipal ya que ``si no lo hacen quiere decir que se están pasando de listos'' y tendrán que ``atenerse a las consecuencias''.

Los ejidatarios comentaron que poco antes de enero de 1994 los zapatistas se acercaron a la comunidad para saber si se interesaban en incorporarse a su movimiento, pero su respuesta fue negativa: ``ni estamos con ustedes y tampoco estamos en su contra''.

Poco después de iniciado el conflicto, algunas familias abandonaron el ejido. Posteriormente regresaron porque se dieron cuenta de que ahí no pasaba nada ni en su beneficio ni en su perjuicio.

Sólo un camino

Provenientes de pueblos de las cañadas, como La Realidad y Las Margaritas, y también de Zapata, arribaron hace 20 años a Nueva Argentina los primeros pobladores choles y tojolabales. Se instalaron aquí, y el gobierno federal en 1985 les otorgó los certificados de propiedad ejidal; siete años después de que se decretara la reserva de la biosfera.

Como muchos otros ejidos de la reserva, el único acceso es caminando o en avioneta; también como la mayoría ``sólo sabemos del gobierno cuando hay elecciones, ponen casillas en el pueblo que está a una hora de aquí pero no vamos, porque perdemos tiempo''.

Dicen saber que habitan dentro de una reserva ecológica y que deben dejar de cortar el monte. Aunque la mayor parte de los ejidatarios participó en la orientación de la gente de la reserva para mejorar sus sistemas de cultivo, mediante la rehabilitación de la tierra, también se quejan de que a pesar de los buenos resultados no pueden comerciar los productos.

Esta es la primera comunidad de Montes Azules, donde la dirección de la reserva inició un trabajo directo con los poseedores de esas tierras, ya que en otras áreas ha desarrollado proyectos básicamente científicos.

``La marginación nos ha tenido muy jodidos todo el tiempo. Ojalá que el gobierno cumpliera con lo que dice. Vemos a gente que lucha con la fuerza armada, pero tampoco han solucionado nada'', comenta Abelardo.

Resignado, Abemar dice que ``nos vamos a morir solicitando eso y nunca veremos los beneficios. Vean a nuestros viejos, cómo están, desde que eran jóvenes pedían lo mismo.

``Estamos fastidiados, pero eso sí, el gobierno es muy exigente, quiere que paguemos impuestos y que cumplamos con la ley, pero cuando él debe cumplir no lo hace. Hace tiempo nos dijeron que nos darían el camino y no hay nada'', agrega.

``También nos hablan mucho de educación, pero aquí ni maestros tenemos, vienen cuando las marchas y los plantones los dejan. Cinco o seis veces al mes, nada más'', añade mientras toma un pozol de cacao que le acaba de preparar su esposa Fidelia. Dice que tres de sus cinco hijos van a la escuela y apenas saben escribir su nombre.

Mientras Fidelia echa las tortillas en el comal, que se calienta con leños recién cortados de la selva, este indígena tojolabal explica que además les piden ``cuidar la montaña y estamos dispuestos a hacerlo, pero hasta ahora no hemos visto ningún beneficio''.

Meciéndose en la hamaca que está dentro de la cocina, dice que ``estamos bien jodidos. ¿De qué nos sirve tener tanta fruta, cacao y café si todo se nos echa a perder por no poder venderlo? Casi siempre lo tenemos que ofrecer a cualquier ladrón que viene aquí y nos da cualquier cosa por nuestros productos''.