Julio Moguel
El fascismo sudoriental
En el marco de la globalización, el neoliberalismo mexicano construye desde principios de los años ochenta un nuevo Estado caracterizado por un centralismo y un intervencionismo extremos en el manejo de los instrumentos coercitivos (policía, ejército) y de los instrumentos o aparatos económicos gubernamentales que sirven a la estrategia e intereses del gran capital financiero de casa y del extranjero (¿quién se cree el cuento del Estado ``no obeso'' y no intervencionista?).
La contraparte de este extremo centralismo es un radical ``aflojamiento'' de los lazos de unidad e integridad nacional, producto, entre otros factores, de una estrategia de desconcentración política, económica y administrativa que lleva a la balcanización de los espacios regionales.
Para determinadas entidades y regiones, tal proceso de balcanización es expresión de un rápido y muchas veces violento proceso de rearticulación de los bloques locales de poder (proceso que, repetimos, es muy reciente), con ejes en la trasnacionalización de los propios espacios regionales así como en los favores y beneficios que prodiga tanto el ``nuevo'' Estado central como --en algunos casos-- las redes del narcotráfico.
¿Pero por qué un gobierno central ``moderno'' estaría dispuesto a dicha balcanización o desmembramiento, de altos costos a la larga? Porque el proceso presupone una nueva convergencia de intereses económicos entre los núcleos políticos locales y centrales (recuérdese el vínculo Cabal Peniche-Salinas-Madrazo-etcétera, en el caso de Tabasco). Pero también presupone una nueva convergencia de intereses políticos: la crisis y paulatina desestructuración de los viejos lazos corporativos del priísmo, que hasta hace algún tiempo estaban anudados y manejados desde el centro, revalorizó y dio enorme capacidad de intervención y de chantaje a los poderes locales, incluso a los más caciquiles, tradicionales y corruptos.
Esta caracterización corresponde estrictamente al sub bloque balcanizado o en rápido proceso de balcanización de tres o cuatro entidades mexicanas del sureste: Tabasco, Chiapas, Quintana Roo y Campeche, donde desde hace algún tiempo domina o empieza a dominar un poderosísimo bloque de fuerzas económicas y políticas cuyo sustento real y virtual de poderes está en:
Uno: gobernar los espacios económicos más poderosos del país por la generación y producción de energéticos (Tabasco, Chiapas y Campeche --los nuevos yacimientos de Campeche serán los más ricos y productivos de la historia) y energía. Dos: gobernar entidades relativamente vírgenes en áreas de inversión trasnacional que, como la que ya se programa en las producciones comerciales de eucaliptos, podrían llevar a transformar en poco tiempo todo el espacio económico regional. Tres: controlar el área estratégica de la frontera sur, cada vez más importante en todos los planos. Cuatro: administrar el área de producción y reproducción de pobres y de extremadamente pobres más poderosa y vasta del país, que bien encauzados y controlados son votos buenos (vivos o muertos) para el priísmo. Cinco: tener y proteger la presencia activa y ``productiva'' de redes importantes del narcotráfico (reservorio de fuentes, lavandería de privilegio. escondrijo). Seis: ser primera línea de contención y fuego frente a los irredentos zapatistas chiapanecos o y los tercos perredistas de Tabasco.
El susbsistema político que allí se construye está marcado por el fraude electoral, el racismo, la corrupción y el uso impune y descarnado de la fuerza pública. Pero no sólo ello: el subsistema referido pretende construirse o reconstruirse a través de la participación activa y militante de núcleos civiles y campesinos que, estimulados por sus líderes políticos y comprados con migajas sedesoleras, ganen a sangre y fuego ``lo que derecho no da''.