El titular de la división de Educación Continua de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Boris Berenson, es un historiador que estudia los enfoques psicológicos dirigidos al arte y la cultura. Así, concibió que su interés era susceptible de ser tratado en un diplomado tipo seminario y me solicitó una propuesta al respecto.
Se la comenté al psicoanalista Mario Cárdenas Trigos, hasta hace poco responsable del departamento de Ciencias de la Conducta en la Unidad Iztacala; se entusiasmó con el proyecto y entre ambos urdimos un programa que previsiblemente iniciará en abril. Participaremos como profesores, además de las tres personas mencionadas, Héctor Pérez Rincón y Alfredo Valencia (psiquiatra y psicoanalista, respectivamente), el doctor en filosofía Miguel Zarco Neri y dos artistas. Habrá asimismo otros invitados que serán convocados sobre la marcha. Las cuestiones que trataremos van en relación con los procesos creativos, lo que al parecer ha resultado atractivo para los asistentes al diplomado ``Las modernidades'' que se impartió el año pasado en esa facultad.
``Que la locura sea fenómeno inherente a toda manifestación del arte es una verdad axiomática'' afirmó contundente Giorgio de Chirico en 1918, en su texto ``Sobre el arte metafísico'', publicado en la revista Valori Plastici. Ahora bien, convendría examinar en qué sentido es que De Chirico formula su ``verdad axiomática'', porque en realidad se está refiriendo a las relaciones asociativas que se establecen entre las personas, los objetos artísticos, el medio en el que se producen y nosotros como sujetos de percepción. El pintor escribe su texto al terminar la Primera Guerra Mundial, en una época en la que La interpretación de los sueños de Freud (1900) no iniciaba aún su larga trayectoria editorial en la península itálica. De hecho, el primer texto freudiano que tanto ``metafísicos'' como surrealistas avant la lettre veneraron a conciencia no fue éste, sino El delirio y los sueños en la `Gradiva' de Jensen publicado por primera vez en Austria (1907), traducido y muy leído a fines de la siguiente década. De Chirico no debe haberlo entendido del todo bien, le fascinó porque el estudio es pródigo en referencias arqueológicas, ya que el héroe de la novela de Jensen es un arqueólogo y como es de todos sabido el pintor --nacido en Grecia-- amaba las estatuas y ruinas antiguas. Pero no comprendía aún los procesos del trabajo onírico ni su posible interpretación y por eso afirma que ``el sueño es un fenómeno extrañísimo... un misterio inexplicable''. Si se quiere es más complicada de explicar, y sólo a medias, la operación por medio de la cual artistas y no artistas conferimos a ciertas cosas un carácter extraño, depositario de sentimientos, afectos, nostalgias, miedos que sin duda empiezan a gestarse en la infancia y toman tempranamente ``cuerpo''. Pero el líder de la llamada escuela metafísica no pensaba así. Imbuido todavía por el sentir romántico que estableció la mancuerna entre genio y locura, afirma que el hecho de descubrir ``un aspecto misterioso en los objetos sería un síntoma de anormalidad cerebral''.
Es bien cierto que los locos, pero también los brujos, los chamanes, los afectos a las ciencias ocultas y hasta los coleccionistas en general (Freud incluido) crean fetiches a los que cargan de significado. Sin embargo, muchos de quienes se dice que somos aparentemente normales también lo hacemos. En realidad De Chirico (1888-1978) fue un pintor que supo reflexionar a fondo sobre las cosas que le interesaron y por años se ayudó de alguien muy inteligente e intuitivo: su hermano Alberto Savinio, cuyo verdadero nombre era Andrea de Chirico. Ambos se dieron cuenta de que los procesos creativos ``cogen al vuelo'', esos singulares momentos en los que la atención no se dirige a nada concreto. La atención flotante propia de pensadores y artistas y de aquellas personas que parecen ensimismarse con facilidad, permite a veces descubrir aspectos insólitos de aquello que llamamos la realidad, que escapan al tipo de distracción común y corriente.
En 1945 Giorgio de Chirico, a quien siempre le gustó escribir, publicó unas Memorie della mia vita un poco prematuras, pues sobrevivió 33 años a la aparición del libro. Dice allí que ``no persigue la objetividad'', sino la autoconstrucción de un protagonista ``di finissima cultura e di forza primordiale''' Ese protagonista era él mismo, así que sus buenas dosis narcisistas se habían acrecentado con los años. Y si como pintor metafísico dijo ``haber santificado la realidad'', no menos cierto es que en un determinado momento dejó de santificarla y a través del reciclamiento, tanto de los lenguajes de otros pintores como del que le dio fama imperecedera (el de su propia etapa metafísica) vino a convertirse en uno de los precursores más audaces de la actitud posmoderna. ¿El psicoanálisis tiene que ver en esto, como método de aproximación? Sí, bastante. De eso y otras cosas trata el curso en cuestión.