Iván Restrepo
Modernización a toda costa
No reconocen fronteras geográficas, políticas o culturales y son fuente de discordia entre países, ya que no sólo afectan la salud y el ambiente en donde se generan sino que, transportados por las corrientes de aire, también dejan sentir sus nocivos efectos a miles de kilómetros. Me refiero a las sustancias químicas que a fines de los sesenta se detectaron en las nieves del Antártico y habían sido producidas en sitios lejanos por ciertas ramas industriales, sistemas de combustión de millones de vehículos, aplicación de plaguicidas, procesos de incineración de desechos industriales o municipales, o en el tratamiento de aguas negras, entre otros. Hoy, gracias al mayor conocimiento sobre el transporte de contaminantes químicos a través de la atmósfera o las corrientes de agua, así como de los efectos negativos que ocasionan ocupan la atención de la comunidad internacional y de grupos de países, como México, Estados Unidos y Canadá, integrantes del Tratado de Libre Comercio (TLC).
En la lista de emisiones indeseables sobresalen los contaminantes orgánicos persistentes que resisten la degradación y se caracterizan por su solubilidad en poca agua y mucha grasa, lo que los hace idóneos para la bioacumulación y biomagnificación. Descuellan en este grupo los bifenilploriclorados, plaguicidas, dioximas y furanos. No menos peligroso es el mercurio cuya presencia en la atmósfera de Norteamérica va en aumento tanto por la combustión de hidrocarburos y de carbón como por la producción de metales y la incineración de desechos de asentamientos humanos y hospitales. Está bien documentado lo que sucede en la cuenca de los grandes lagos, al sur de Canadá, hasta donde llegan las emisiones de mercurio originadas en Estados Unidos.
De esa lista hacen parte también otros metales, como plomo, cadmio y magnesio; las partículas inhalables, sólidas o líquidas, de diez micras o menos de diámetro, asociadas a enfermedades crónicas del pulmón que pueden causar la muerte. Agréguese el bióxido de azufre y los óxidos de nitrógeno, precursores de la lluvia acida. Estos últimos son de igual forma precursores del ozono, cuyos niveles casi a diario rebasan la norma en el Distrito Federal, y es muy nocivo en el noreste de Estados Unidos y Canadá durante el verano. Citemos finalmente al nitrógeno, y al monóxido de carbono, el cual se deriva de la combustión incompleta de los hidrocarduros por vehículos mal afinados o antiguos carentes de convertidores catalíticos, y que son la inmensa mayoría de los que circulan en México.
Todas estas sustancias químicas, y otras más no incluidas aquí por falta de espacio, se asocian a graves daños a la salud y al medio. Aunque aún hacen falta muchos estudios para medir su peligrosidad, no hay duda de que ciertos grupos de población, como indígenas, marginados de las ciudades y jornaleros agrícolas son los más expuestos a contaminantes atmosféricos. Ni siquiera los indígenas que habitan el Artico han escapado al indeseable efecto al consumir especies animales (focas, pescados y otra fauna acuática) que acumularon diversos tóxicos. No sobra señalar el impacto adverso del comercio internacional de sustancias químicas, cuyo uso se prohíbe en el país de origen, pero se aplica sin mínimo control en otras latitudes, como en las áreas de riego del norte y noroeste de México, o en California y Texas en Estados Unidos.
No hay duda de la urgencia de tomar medidas para evitar y controlar en el menor tiempo la emisión de contaminantes atmosféricos transportados a grandes distancias. Precisamente el miércoles y jueves próximos se realiza en esta ciudad la primera de tres reuniones destinadas a escuchar la opinión del público interesado. Convocada por la Comisión de Cooperación Ambiental, de la que hacen parte Canadá, Estados Unidos y México, la idea es lograr la participación efectiva de investigadores, empresarios, organizaciones no gubernamentales y demás grupos interesados en la tarea inaplazable de fijar prioridades para resolver un problema que afecta en grado distinto a los integrantes del TLC; tarea nada fácil pues el actual modelo de integración mundial y modernización a toda costa, relega los asuntos ambientales a segundo término. Sólo la presión ciudadana revertirá la situación imperante y hará realidad el desarrollo sin deteriorar salud y naturaleza, no como el que ahora, a cualquier precio, se busca imponer en nuestro país.