El muy particular juicio que se le siguió al ex subprocurador Mario Ruiz Massieu en Texas es muy expresivo de un tipo de cultura jurídica: la parte acusadora nunca se vio emplazada a probar su dicho (que el dinero provenía del narcotráfico); para seducir al jurado bastaba con que sembrara dudas razonables. La carga de la prueba pesaba sobre la parte acusada. Pero además el juicio civil carece de consecuencias penales, acaso sólo autoriza al gobierno para decomisar los dólares que a juicio de jurado no tienen un origen claro. Y llegado al punto, es inevitable la comparación: las normas estadunidenses diferencian niveles en la procuración de justicia; vistos los giros, descalabros y vulnerabilidades de la procuración de justicia en nuestro país, aparentemente la solvencia de nuestros juicios estaría situada en el nivel civil. Cuántos linchamientos públicos no ha habido que se fundan en las presunciones, en la siembra de dudas razonables.
Y un problema claro de esta cultura, que parece permear a la sociedad, es la capacidad de seducción que las presunciones -las posibilidades lógicas que prescinden de pruebas- pueden ejercer en los medios. Verdades a medias, testimonios dudosos, famas públicas, parecen ser la parte central del repertorio con que juicios, que pudieran ser civiles, pasan a tener el peso de lo penal. Acaso la diferencia es que aquí las valoraciones ligeras sí tienen consecuencias penales, y de nuevo: cuánta gente ha tenido que sufrir encarcelamientos que a la larga aparecen como injustos. No se trata aquí de apelar a la infalibilidad de la justicia, sino más bien a la construcción de una cultura jurídica que se aleje de los juicios ligeros y consiga colocar en el centro de todos los alegatos el valor de las pruebas. Tampoco se trata, por cierto, de tomar una posición respecto del juicio particular que se le hizo al ex subprocurador. En todo caso, lo que se intenta destacar es la propensión que tenemos a frivolizar la justicia.
Pasajes en nuestra historia muy reciente sobran para acreditar cómo la justicia se ha vuelto una coartada perfecta para ventilar diferendos políticos cuyo origen está alejado del litis judicial. Tenemos innumerables casos en los que un hipotético juicio civil ya ha resuelto en favor de la parte acusadora, sin que la carga de la prueba pese en el proceso, y donde el juicio previo sin duda pesa sobre el juicio formal. Aquí le llamamos linchamiento; en Estados Unidos se le llama juicio civil. Actualmente tenemos dos casos paradigmáticos.
La Procuraduría de Justicia de Chiapas ejerció acción penal en contra de dos líderes campesinos y dos sacerdotes jesuitas; los cargos eran graves, pero desde el principio, y casi inverosímiles. Finalmente, y tras constatar la fragilidad de las pruebas aportadas, el Ministerio Público se desistió de ejercer acción penal. Los líderes poseían una cobertura social tal que rápidamente se consiguió hacer aparecer el proceso como una iniciativa con fuertes cargas políticas. La fragilidad de las pruebas hubo de darle la razón a esa lectura.
El otro caso son los cargos que pesan sobre el ex procurador Lozano. Con más juego en medios que en tribunales, con una carga política partidaria que ha resultado evidente, el panista enfrenta las acusaciones de una manera poco común: en lugar de huir o buscar el fuero legislativo, se dice dispuesto a encarar cualquier consecuencia de sus acciones. Y de nuevo, la parte borrosa o confusa del proceso son las pruebas con que cuenta la autoridad para fincar sus acusaciones.
En ambos casos, las lecturas políticas son nítidas, en ambos la consistencia de las pruebas es dudosa y la constante que preocupa es la pretensión de usar el repertorio de la justicia para desahogar litigios políticos.
A los juicios ligeros aquí se les llama linchamientos; en Estados Unidos, juicio civil. Aquí sí pueden llegar a tener consecuencias penales, allá no. No sugiero adoptar el formato de la justicia estadunidense, estoy por perfeccionar nuestras propias acciones de procuración y administración de justicia para alejarlas precisamente de los juicios ligeros.