Don Antonio Ortiz Mena fue secretario de Hacienda en los sexenios de López Mateos y Díaz Ordaz; fue director del entonces recién nacionalizado Banco Nacional de México (Banamex) con López Portillo, y posteriormente presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Washington. Fue y ha sido, por lo tanto, hombre de tres reinos, ave de las transiciones y también padre tutor del grupo neoliberal en el poder desde 1982.
Tal vez por estos antecedentes lo dicho en una breve y casual entrevista el pasado día 12 se convirtió en noticia y amerita una reflexión.
Quitando la ambigüedad de sus declaraciones, sintetizables en un vamos muy bien pero estamos muy mal, lo importante fue su contundente aseveración: ``Desde hace mucho tiempo hemos seguido una política donde los precios suben y los sueldos bajan. Esa es la parte central. No puede haber para el pueblo una situación satisfactoria en tanto persista esa desigualdad [...] El objetivo central de cualquier economía debe ser la mejoría de los niveles de vida del pueblo''. Palabras que hacen sospechar que don Antonio ya se pasó al PRD y busca una curul para enfrentarse de Ortiz a Ortiz.
Tras advertir --no sabemos con qué intención-- que la etapa actual es ``sumamente difícil'' y que este año será crucial paara el desenvolvimiento nacional, recomendó volver la mirada a los años 60 y su valiosa experiencia en que la estrategia económica permitió un elevado crecimiento con baja inflación y altos sueldos.
Haciendo caso omiso del autoelogio implícito, don Antonio tiene razones suficientes para sugerir voltear la vista a los años 60. Como secretario de Hacienda (1958-1970), fue actor principal de la fase culminante del llamado Milagro mexicano y artífice del Desarrollo estabilizador, como denominó a su estrategia económica en un documento presentado en la reunión de 1969 del Fondo Monetario Internacional. Y, en efecto, sabe lo que dice: en la década 1960-1970 la tasa promedio de crecimiento económico (Producto Interno Bruto) fue de 6.3 por ciento anual, habiendo llegado incluso a 10.6 por ciento en 1994, y el consumo creció a una tasa de 6.6 por ciento anual; los precios al consumidor (inflación) crecieron a sólo 3.1 por ciento en promedio anual entre 1959 y 1970, mientras que los salarios mínimos lo hicieron en 6 por ciento anual y los salarios industriales en 3.5 por ciento.
Como porcentaje del PIB, en 1959 la inversión del país representaba el 16.5 por ciento, 14.3 por ciento de la cual era financiada con ahorro interno y 2.2 por ciento con ahorro externo. Para 1970, la inversión representaba ya el 21.1 por ciento del PIB y se financiaba 17.8 por ciento con ahorro interno y sólo 3.3 por ciento con ahorro externo. Hoy la inversión escasamente representa un 16 por ciento aproximado del PIB y descansa desmedidamente en el ahorro externo (la inversión privada de este año se estima casi mitad nacional y mitad extranjera).
Por supuesto que la actual no es aquella Edad de oro del capitalismo, sino la de la Regresión salvaje, y que el Desarrollo Estabilizador no fue el summum en todos los aspectos, por ejemplo en la generación de empleos y el desarrollo social, ni en su política de tipo de cambio fijo que debió ajustarse, aunque ligeramente (devaluándolo un 15 por ciento en el periodo), ni en materia de equilibrio externo (las importaciones crecieron a una tasa de 7.9 por ciento anual y las exportaciones sólo al 5.4 por ciento, lo cual ya para 1970 representó un déficit en cuenta corriente de un mil 188 millones de dólares en ese año y el inicio del crecimiento expansivo de la deuda externa). Sin embargo, su estrategia y su balance resultan infinitamente positivos en comparación a los años posteriores y en particular con los últimos 15 años.
La recomendación a los neoinventores del agua caliente de volver la vista a los años 60 es, pues, pertinente, aunque mejor sería que fueran más allá... a la inmensa experiencia y riqueza histórica de un pueblo, de una cultura y de un México que no parecen conocer ni entender.