Mañana se cumple otro aniversario de la fecha en que el presidente Cárdenas rescató el petróleo para la nación mexicana. El acto, ``de una temeridad increíble, saca por un momento a mis compatriotas de la actitud de `no puedo', de la sensación de ser inferiores o ineficientes, (e incluso) estuvo a punto de conducirnos a delirios de grandeza'', escribió Luis González.
La reacción popular al acto expropiatorio fue impresionante. Rafael Solana recordaba ``...las colas de mujeres pobres que se formaban para depositar el único oro que habían conocido en su vida, el de su anillo de bodas''. Así contribuían al pago que exigía la indemnización.
A partir de entonces, los mexicanos pudimos resolver sobre los recursos de nuestro territorio sin que mediaran intereses ajenos. La decisión de Cárdenas le dio a México una sólida base para tratar en términos de respeto con Estados Unidos.
Recordar la historia no es un ejercicio inútil, permite sacar lecciones y, sobre todo, fuerzas para enfrentar las dificultades del presente.
En estos días, múltiples voces en el Congreso estadunidense discuten sobre nuestra cooperación en el combate a las drogas pero, más allá, enjuician nuestro sistema político. Un senador republicano llegó a sugerir la fabricación de una crisis como fórmula para derrotar al partido gobernante en México.
El jueves pasado se dieron a conocer los condicionantes a la certificación --la Enmienda Hastert-- de la Cámara Baja: el incremento de agentes de la DEA en el territorio mexicano, la autorización para que porten armas, el compromiso de tomar medidas concretas para encontrar y eliminar la corrupción en las agencias policiales, la autorización para sobrevuelos y el derecho de reabastecimiento para naves y aviones antinarcóticos, avances en un acuerdo marítimo para permitir la detención de narcotraficantes en aguas mexicanas, y el compromiso de extraditar a los mexicanos requeridos por Estados Unidos por delitos de narcotráfico y otros relacionados.
Podemos entender que, en la complejidad de la política estadunidense, esta ofensiva se inscribe en las dispuestas inter e intra partidistas, o que miembros del Congreso buscan debilitar al presidente Clinton. Sabemos, también, de las dificultades que la descertificación enfrentará en el Senado estadunidense e, incluso si se aprobara, del eventual veto del presidente Clinton... pero estos hechos no excluyen otro: el combate al narcotráfico se ha convertido en un medio de presión para que los países más débiles acepten las directrices que más convienen a los intereses globales de Washington.
A punto de entrar al nuevo siglo, Estados Unidos puede condicionar las exportaciones de petróleo, atún, aguacate; puede imponer bloqueos comerciales, como el que desde hace varios lustros sufre Cuba... hacer lo que le venga en gana. Pero ese poder que Estados Unidos se ha otorgado a sí mismo, sobrepasa los límites del derecho internacional, de la ética y no carece de límites.
México es una nación, no un tema en la agenda política de la potencia. Hoy de nuevo, como el 18 de marzo de 1938 y tantos otros momentos en nuestra historia, tenemos que privilegiar, por sobre las cartas de buena conducta, el riesgo de retiro de créditos, de salida de capitales u otros más, el activo más valioso de un pueblo: la dignidad.
En los días de la expropiación petrolera, poco importó que Inglaterra, Francia y Estados Unidos --los grandes poderes de ese tiempo-- nos impusieran un bloqueo comercial y nos amenazaran con cosas peores. Nada valdríamos hoy los mexicanos si no supíeramos honrar a quienes, como Lázaro Cárdenas, antepusieron a los riesgos, en condiciones muy duras, la defensa de la soberanía.
Es hora de discutir alternativas --mexicanas, latinoamericanas e internacionales-- que rechacen semejantes prácticas: llevar el tema a las cortes internacionales, insistir en la ONU en la necesidad de un enfoque integral, multidisciplinario al problema del narcotráfico...
Pero la respuesta a la insolencia de los congresistas estadunidenses, no compete solamente a las autoridades gubernamentales, incluye a la sociedad entera. Esa es la lección que hace 59 años nos dieron otros mexicanos.