Al Capone, buen ciudadano, aún inspira a las mafias de EU
José Steinsleger, especial para La Jornada Ť Desconcertadas por el ímpetu, crueldad y ausencia de honorabilidad de los muchachos de Asia y América Latina, las cinco familias más importantes del crimen organizado de Estados Unidos (Genovese, Gambino, Bonano, Luchese y Colombo) conmemoran el 50 aniversario de la muerte del grande de grandes: Al Capone (1899-1947). Noblesse obligue.
Es cierto que el tráfico ilegal de drogas ya no es suyo y urge hacer algo, pero los nietos de Al Capone aún tienen para pagar teléfono y luz: 100 mil millones de dólares de ganancias anuales que gotean de compañías de autotransporte textil, sindicatos obreros, mercados de pescado y alcachofas, sector inmobiliario, mundo del espectáculo y de juegos de azar, industria de las joyas, medicamentos, petróleo y computadoras. Ganancias que les permitirán morir como Dios manda: escupiendo sangre sobre los manteles a cuadros de restaurantes italianos de Nueva York o perforados en los sillones de las peluquerías de lujo.
Hoy la nostalgia los mata porque otros eran los tiempos de Capone y su meteórica carrera, inscrita en la leyenda y los anales de los self-made-men. ¿Cómo no evocar a quien a los 16 años llegó a Chicago con su mamma y 40 dólares en el bolsillo y a los 25 había exterminado a las bandas rivales de origen judío, irlandés y polaco después de comprar el puesto de subjefe de policía del comando de Cook?
Capone amasó su fortuna durante la ley seca (1920-1933), invento puritano previsto en la 18 enmienda de la Constitución (1917), que enriqueció a políticos como el padre de John Kennedy y fortaleció la telaraña orgánica de la mafia siciliana. Tiempos legendarios en los que Capone se fotografiaba con el uniforme azul de la policía.
En 1929, año del crack financiero, el periodista Claude Cockburn, del Times, realizó una entrevista a Capone, pero se negó a publicarla porque el mafioso elogió a tal punto el sistema americano (``este sistema que nos da a todos una oportunidad'', expresó) que ``la mayoría de las cosas dichas eran idénticas a las que publicaba el Times en sus editoriales''.
El 17 de octubre de 1931, el famoso periodista Cornelius Vanderbilt Jr. (1898-1974) lo entrevistó para la revista Liberty. El encuentro tuvo lugar en la suite de lujo de un hotel de Chicago, un día después del asesinato de un diarista enemigo del gángster. Minutos más tarde, Pat Roche, jefe de la policía local, rodeó el hotel.
Vanderbilt cuenta que mientras se aflojaba el nudo de la corbata para facilitar la transpiración, Capone interrumpió la entrevista y se aproximó a la ventana con unos binoculares para leer los titulares que aullaban los voceadores: ``Pat Roche confía en detener a Capone en breve''.
Tranquilo, movió dubitativamente la cabeza, alzó los hombros y dijo: ``Pat es un tipo estupendo, pero le gusta demasiado ver su nombre en la prensa. ¿Creerá que soy el responsable de todos los crímenes que se cometen en el país?
``Mire usted, señor Vanderbilt, prosiguió, tenemos que contribuir a llenar las barrigas y a mantener los cuerpos calientes. Si no lo hacemos, se acabó nuestra forma de vida... América está al borde de una revolución social. El bolchevismo llama a nuestras puertas. Tenemos que organizarnos hombro con hombro y resistir. Necesitamos fondos para combatir el hambre. El gobierno del señor Hoover no hará nada.''
En Chicago, Al Capone no sólo abastecía bares clandestinos de alcohol, corría también con los gastos de un comedor gratuito para desempleados y celebraba fiestas para los pobres en el barrio Little Italy. ``Así es, el invierno pasado di de comer a 350 mil personas por día. ¿Qué ofrecen los hombres importantes para solucionar la depresión? El mundo se ha capitalizado a base de papel; los accionistas especulan con el papel. El mundo se ha vuelto loco. Los banqueros nunca van a la cárcel. Son tan aborrecibles como los políticos corruptos. ¡Si lo sabré yo! Llevo mucho alimentándoles y vistiéndoles... el gobierno de Estados Unidos blande una estaca muy frágil contra los que violan la ley, limitándose a amenazarles con la cárcel. Los transgresores se parten de risa y contratan buenos abogados. En cambio, cuando la ley sea derogada ya no habrá que actuar en secreto y me ahorraré muchísimo dinero en sueldos. A los que no respetan nada les aterroriza el miedo... Quienes trabajan conmigo no tienen nada que temer, en cambio ¿conoce a alguien que haga feliz la idea de que puedan llevárselo a dar un paseo?
``... Debemos mantener a América íntegra, a salvo y libre de corrupción. Si las máquinas arrebatan puestos de trabajo al obrero, habrá que encontrar otra cosa en la que pueda ocuparse... Si el gobierno del señor Hoover quiere que dé explicaciones acerca de mis impuestos federales, lo haré encantando. Puedo aclararles a él y a otros funcionarios unas cuantas cosas y cada vez que necesiten temas sensacionales de qué hablar los tendré listos para su difusión. Tenemos que luchar para ser libres. Buena suerte, señor Vanderbilt. Me da mucho gusto haberle conocido.''
La carrera de Al Capone terminó a los 33 años. En 1932 fue detenido por evasión de impuestos y enviado a la prisión de Alcatraz. En 1941, enfermo de neurosífilis, fue liberado. Retirado de los negocios, dedicado a la pesca, el gángster vivió los últimos ocho años de vida en una mansión de Miami, y allí, rodeado de su familia, murió en paz.