René Drucker Colín
Léase este cuento

Ilusión Angeles nació en un pequeño pueblo indígena en el norte del país. El día de su nacimiento, su madre murió con la ilusión de que su hijo fuera especial y así lo manifestó a su marido en el último suspiro. De ahi su primer nombre. Con gran esfuerzo y en contra de todas las predicciones, Ilusión Angeles logró una carrera universitaria en el área médica y se prometió que si la libraba, iba a ayudar a su gente. Con el tiempo, se hizo un nicho en el hospital más importante del estado, dentro del cual logró no sólo un reconocimiento de sus colegas, ser un excelente maestro y formar varios residentes, sino también cumplir su promesa interna. A diferencia de sus colegas, Ilusión tenía entre otras cosas, aspiraciones de reconocimiento científico, lo que lo colocaba como un caso inaudito entre su comunidad. Los pobres medios, desinterés de las autoridades y enorme carga de trabajo, hizo que con el tiempo y por lo luchón que era, este interés por la ciencia se le fuera acrecentando. Pudo publicar algunos trabajos en Revistas Nacionales los más y en Revistas Extranjeras los menos. Su inglés no era bueno y la ayuda en esto difícil, Ilusión soñaba con tener impacto científico. La oportunidad se le presentó un buen día al recibir a un paciente con una extraña patología, que apuntaba hacia lo que podría ser una infección microbiana. Inteligente como era, fue a visitar la comunidad de origen del paciente, después de que éste muriera prácticamente en sus brazos en estado hipóxico. Durante la visita, Ilusión Angeles se sorprendió, pues encontró 4 casos más de paisanos con muertes fulminantes en estado de hipoxia. Pensando en una infección mirobiana extraña, solicitó autopsia, las cuales no pudieron confirmar evidencia de bacterias ni de virus comunes.

Pensó: hay pocos casos de muerte por un síndrome respiratorio agudo de etiología desconocida. Después de ponderar durante varios días, llegó a la conclusión de que los pacientes cuyos síntomas iniciales eran fiebre, dolor muscular y de cabeza debían haber estado en contacto ya sea con una toxina química, un nuevo virus de influenza, anthrax, un virus tipo Ebola o Hantaan o algo totalmente desconocido.

En una segunda visita al pueblo de los sujetos muertos, averiguó que dada la condición tan enorme de pobreza, la población recientemente había adquirido la costumbre de colectar, sacrificar y comer una especie de roedor que abundaba en la región. Ilusión descartó la hipótesis sobre agentes químicos tóxicos, que en ocasiones usaba el gobierno en la región, pues los químicos rara vez producen fiebre y se centró en la posibilidad de contaminación por un agente patógeno originado por el roedor.

Decidió solicitar apoyo económico al Conacyt para hacer un estudio colaborando con epidemiólogos y un par de investigadores interesados en enfermedades infecciosas. La única forma que podría ayudar era consiguiendo fondos. El resultado de las gestiones de Ilusión Angeles para obtener fondos fue un fracaso, pues algunos miembros del jurado revisor sintieron que su solicitud de proyecto no era propiamente de investigación y otros sugirieron que él en realidad no tenía antecedentes de investigador. Ilusión Angeles tuvo que recurrir a su poder de convencimiento para pedir a la gente del pueblo que se abstuvieran de comer el roedor, con lo cual se generó la disyuntiva de que la gente o se muriera lentamente de hambre o se muriera rápidamente a causa de posible agente patógeno.

Usted lector y/o revisor de proyectos del Conacyt ¿qué haría?, le aprobaba los fondos o no. Desde luego si nos guiamos por las recomendaciones de Ricardo Tapia, publicadas en la Revista Ciencia Vol. 48: 24-30, 1997, Ilusión Angeles pertenece al Grupo 4, pues como dice Tapia, carece de antecedentes significativos en el tema (quién sabe que querrá decir eso), tiene productividad internacional pobre o nula, prácticamente no ha formado personal de investigación y no pertenece al SNI. Demasiados pecados para aspirar siquiera al Grupo 3, ya no se diga al Grupo 2, y mucho menos al Grupo 1, que son ``los azules que se caen de morados'', como se menciona al citar el verso de Pellicer.

Pienso que las sugerencias de Ricardo promueven un sistema casi feudal, son poco generosas y por demás no promueven en lo más mínimo el desarrollo de la ciencia mexicana, la cual, en el concierto universal de la ciencia está lejísimos de figurar (vease Science, Vol. 275: 793-796, 1997). Yo creo que ningún miembro de la comunidad científica intenta hacer mal su trabajo ni pretende que éste no sea evaluado. Pienso que quizás el proceso de evaluación debe modificarse y que la constante búsqueda de la ``certificación'' internacional, buena en sí misma, no es necesariamente la única válida. Que las revistas nacionales tienen su valor interno en el contexto nacional, es un criterio que valdría la pena analizar.

En fin, el problema es sumamente complejo, pero ciertamente proponiendo un sistema casi feudal no me parece que se contribuya al avance de la ciencia nacional y mucho menos pone a la ciencia al servicio de la nación y del pueblo, quien a final de cuentas es quien la mantiene.