Antonio R. Cabral
Más sobre el SNI y la evaluación de los investigadores

Desde que el ser humano reconoció que con la ayuda de la ciencia enfrenta y resuelve mejor sus problemas terrenales, el binomio ciencia-sociedad ha sido una empresa exitosa. Mientras la comunidad apoya la ciencia, ésta le retribuye la confianza aumentando sus conocimientos. Sin ánimo triunfalista, podríamos decir que cuando el conocimiento sustituye a la superstición elimina el temor a lo desconocido y brinda la maravillosa oportunidad de tomar el control de nuestras vidas. Una sociedad ilustrada, diría Voltaire, es además una sociedad tolerante y justa.

En los últimos meses, aquí y en otros espacios varios investigadores hemos expresado nuestro descontento por el sistema de evaluación que utiliza desde su creación, en 1984, el Sistema Nacional de Investigadores. A pesar de ello, la única voz que no se ha oído es la del propio organismo. Esto es desafortunado, pues las ideas se combaten con ideas, más entre científicos, entes que por definición gustan de poner a prueba sus opiniones.

Con todo y que la existencia misma del SNI ha sido cuestionada varias veces, eliminarlo sería muy impopular. El nombramiento de Investigador Nacional es una distinción y también ya necesidad curricular. Por otro lado, si las becas son, en la gran mayoría de los casos, más altas que los mismos salarios institucionales, eliminar el SNI sería engrosar en varios miles la ya de por sí vasta fila de desempleados de nuestro país y sería difícil escollo para los académicos. Al menos que esas becas se agreguen al salario de los investigadores conjuntamente con la posibilidad de incrementarlas en forma periódica, no parece factible que algún miembro del gobierno, por más despistado que esté, quiera ponerse la soga al cuello: el SNI seguirá vivo.

Lo que en cambio sí es urgente, deseable y sin duda factible, es la mejora del sistema de evaluación del trabajo cientifico de los investigadores que pertenecen o quieren pertenecer al SNI.

Particularmente, la fórmula cantidad = calidad, hace poco analizada aquí por Pérez Tamayo, merece más atención. Aquí me referiré a las citas a los artículos científicos.

Como sabemos, una de las tareas vitales del científico es la publicación de sus resultados, pues así difunde su quehacer e intenta que otros colegas lo lean y, acompañados de sus respectivos créditos (citas), también publiquen sus resultados. En términos generales, este es uno de los caminos naturales que siguen los hombres de ciencia, al menos los que se dedican a la biomedicina, que es la que menos desconozco. Estos asertos equivalen a decir que el científico que no publica sus hallazgos le falla a la ciencia y que una publicación científica debiera incluir todas las citas que apoyen las conclusiones e hipótesis propuestas. Si esto no es así, no se pierde mucho; con el tiempo la propia ciencia consolida o rechaza tales hipótesis, independientemente del número de veces que hayan sido citadas.

¿Qué sucede cuando un trabajo es citado para refutar sus resultados? Tampoco nada grave, y hasta es deseable que así sea: la ciencia progresa cuando corrige sus errores; pero ¿y cuándo las citas se acumulan y se acumulan porque otros investigadores no han podido confirmar los resultados o cuando los artículos están mal ?

Estos citados puntos pretenden ejemplificar que hay de citas a citas, por ello --y por otras razones más-- valdría la pena que si el SNI no ha de eliminarlas, debiera por lo menos quitarles tanto peso.

Conozco investigadores con líneas de investigación bien cimentadas, con apoyo financiero y reconocimiento nacional e internacional además de extensa productividad científica; pero que son Nivel 1 sólo porque sus trabajos no tienen un número más o menos ``suficiente'' de citas. Igualmente, sé de otros que sin tener grandes merecimientos académicos, apenas graduados y con mucho menor número de publicaciones, pertenecen al mismo Nivel 1. Es decir, el camino andado de unos y la inexperiencia de otros son aspectos que para el SNI tienen el mismo valor. Estas incongruencias, en las que ni la dichosa cantidad funciona, deben corregirse. Si las citaciones han de seguir vigentes (su inventor Eugene Garfield hace poco reconoció públicamente que son instrumentos que no evalúan la calidad de la investigación), sugiero entonces que, además del número, los investigadores especifiquen los detalles de las citas de los artículos más representativos de su línea de investigación.

Así, serán los expertos en el mismo campo los que opinen sobre la trascendencia de los hallazgos del investigador en cuestión.

Si el trabajo del científico es el de diseñar métodos que lo asistan en su búsqueda de la verdad, el SNI, órgano regido y formado por científicos, debiera aplicar métodos de evaluación que sean congruentes con esa tarea y que una y otra vez den resultados que correspondan con la realidad evaluada.