Una medida estratégica de toda empresa editorial consiste en decidir el tipo de letra. En nuestro primer número perjudicamos la vista de los lectores con la encogida tipografía que por alguna extraña razón disfrutan mucho los lectores de periódicos alemanes. Para evitar innecesarios viajes al oculista, agrandamos el punto y nos amparamos en un tipo elegante que lucía de maravilla en las pruebas de imprenta y no siempre resistía los embates de la rotativa. Durante meses buscamos una letra que ofreciera mejores resultados en papel periódico. Hay que decir que nos alarmó la cantidad de nuevas fuentes que no toman en cuenta la lectura. El diseño por computadora ha creado alfabetos dibujados que cubren infinitas variables de decoración, pero que no pueden "usarse", es decir, que apenas se leen. En especial, llama la atención el abandono de los patines en la terminación de las letras. Después de siglos de ciertas vconvenciones funcionales, los diseñadores incurren en despropósitos equivalentes a proponer que leamos de abajo hacia arriba. El desprecio del alfabeto como algo utilitario atañe no sólo a las revistas y los diarios, sino incluso a los libros que no contienen otra cosa que letras. El péndulo de Foucault, de Umberto Eco, fue escrito con evidente abuso de la computadora y llevó la penitencia de ser editado en español en una tipografía sin patines (acaso estemos ante una clave artesanal de por qué un éxito de ventas fue tal fracaso de lectura). Desde hace años, nuestro amigo y colaborador Gonzalo García Barcha trabaja en la recuperación de la fuente tipográfica que Enrico Martínez creó en la Nueva España. Gracias a él y a Juan Pascoe hemos dado adelantos de este singular trabajo y esperamos poder servirnos de él en el futuro. Por lo pronto, nuestra diseñadora Marga Peña ha escogido una tipografía más nítida y resistente que la anterior. Ortega y Gasset escribió: "La claridad es la cortesía del filósofo." En la cultura de la letra, la legibilidad es la cortesía del tipógrafo. Terminamos este pasaje sobre la forma de las letras con un lema de Octavio Paz: "Las palabras son mis ojos." Es lo que deseamos para nuestro nuevo diseño.
Álvaro Bitrán y el chelo
Miembro del Cuarteto Latinoamericano de Cuerdas, Álvaro Bitrán nació en Chile, en una familia peregrina que pasaba de un país a otro cargando estuches musicales (si un Bitrán baja de un avión sin estuche de violín o chelo es porque toca el piano). Álvaro se quedó en México desde el golpe de Pinochet, asumió nuestra nacionalidad y destaca en los escenarios por un ataque de las cuerdas que combina la exactitud del virtuoso con la enérgica pasión del consumado jugador de tenis. En compañía de Javier Montiel y de sus hermanos Arón y Saúl, Álvaro Bitrán ha grabado los cuartetos de Silvestre Revueltas y de Heitor Villa-Lobos, entre muchas otras obras de América Latina, y se ha presentado en todos los Maracanás de la música clásica. Ningún viajero mejor para esta Autopista que el hombre que cede el asiento del copiloto a su instrumento musical. En el mismo número en que el autor de La invención de la soledad narra el descubrimiento de su vocación ante un ídolo del beisbol, ofrecemos la entrañable postal que nos ha hecho llegar Álvaro Bitrán y que nos lleva al día en que encontró, para siempre, el sonido del chelo:
En ese espacio sin fin para mis ocho años, acampaba en compañía de mi padre, mis hermanos y un pequeño radio de onda corta, en el que oíamos cada noche mensajes en idiomas remotos bajo una bóveda de estrellas. Sin embargo una noche (única), en un sondeo caprichoso por las ondas hertzianas, me topé de pronto con el sonido de un violonchelo. Tocaba una melodía tan increíblemente bella, que me pareció venida directamente del espacio sideral que giraba ebrio en el infinito. Poco después desapareció súbitamente, dejándome sumido en un silencio total. Durante los restantes diez días que estuvimos solos en esa playa, no tuve más música en mis oídos que esos ocho compases. Fueron los cómplices severos de mis largas caminatas y de mi éxtasis estelar. Conviví intensamente con cada nota, saboreé la curva delicada de la melodía y suspiré con tristeza ante su armonía desgarradora. Hasta el día de hoy, cada vez que oigo, enseño o toco el concierto para violonchelo de Schumann, me llega teñido de sal, de astros y salpicado por el perfume violento del Pacífico. |
Orozco y Siqueiros, no hay dos personalidades más opuestas. Orozco es el crítico, el escéptico, el desencanto. Vivió como Montaigne en tiempos de matanzas y guerras civiles, y como él, ante la estupidez generalizada, podría haber grabado de divisa "yo me abstengo". Siqueiros es el fervoroso, el militante, el hechizado. Vivió como Dante en tiempos de matanzas y guerras civiles, y como él podría haber expulsado hasta del infierno a los indiferentes que no toman partido en la contienda. ƑCon quién están ustedes? No puede descartarse ninguno de los dos modos de ser. Son el anverso y reverso de la moneda humana. La mayoría tenemos, creo, entremezclados en nosotros esos extremos y somos a veces una cosa y a veces la otra. Pero es que no somos, como ellos, personajes de tragedia. Una tragedia para Orozco, otra diferente para Siqueiros. Orozco estaba deslumbrado por la verdad. Hay cuadros suyos, El gran pato por ejemplo, cuya verdad horrenda duele. En la visión trágica de Orozco, como en la de Shakespeare, la historia es una rueda de fuego que se repite una y otra vez devorando a sus protagonistas. Nada avanza, la misma iniquidad siempre. Con qué furia pintó Orozco a los miserables siempre aplastados por los picudos de corazón duro. Orozco tiene la furia de un hombre que ha sido engañado y ya no confía en nada ni en nadie. Siqueiros está deslumbrado por la justicia. Su falla trágica está en no dudar. El hombre que no duda es peligroso. Siempre hay un error por ahí, comodamente sentado, esperándolo. Un error que nace, si tú quieres, de la generosidad. Generosidad que lo lleva a actuar. Audacia y más audacia, como pedía Danton. Pero lo que se cree indudable engendra monstruos, Ƒquién hoy no lo sabe? Siqueiros se abrazó a su tiempo, su tragedia no es personal, es la de una época entera. Hay un verso de Blok que la resume diciendo: "Soltamos cisnes y la estepa nos devolvió lo horrible." En Orozco hay, a veces, humor, un humor extraño, más que satírico, sarcástico. Pero qué serio es Siqueiros. Mal signo es la falta de humor. Detrás de eso está la ultraortodoxia. Las ceremonias del espíritu de seriedad ocultan intentos de dominio. Orozco declara al inicio de su autobiografía que a él nunca le pasó nada interesante. Estaba completamente equivocado. A pocos años de su muerte hay verdadera pasión por entender su vida. ƑPor qué? Todo converso es interesante y, si no me equivoco, la vida de Orozco es la de una persona varias veces conversa. Y llena de secretos. De muchos tipos diferentes. No sólo su vida amorosa o sus opiniones políticas. Hay murales de Orozco que para mí son incomprensibles. Los que cubrió en San Ildefonso, por ejemplo, o alguno del paraninfo de la Universidad de Guadalajara. Es curioso pero parecen obedecer a especulaciones ocultistas. La vida del Coronelazo es menos apasionante. Porque es lineal, sin vacilaciones, sin cambios. Donde no hay transiciones, por delicadas que sean, como en el teatro de Chejov, no hay drama, hay peripecias, pero no drama verdadero. Cuando era estudiante en la preparatoria de San Ildefonso estudié con sumo cuidado los murales de Orozco. Quería llegar a ser pintor y los miraba con devoción de aprendiz. También me gustaba el azul profundo del mural de Siqueiros en la escalera del patio chico, pero menos. De Siqueiros me fascinaban los demonios que figuran en el mural inconcluso de la plaza de Santo Domingo. Y, sobre todo, el Retrato de la burguesía, obra maestra que pintó en grupo en el Sindicato Mexicano de Electricistas. Mi apreciación de estos maestros viene de entonces, de mi adolescencia. Y en cierta medida no ha cambiado. Junto a ellos, pese a sus errores y limitaciones, me siento pequeño y mediocre, lleno de mezclas y vacilaciones. En ellos no hay mezclas, son radicales y bien perfilados, y tienen algo de gigantesco y de trágico. Grandes expectaciones, grandes errores, grandes pasiones, grandes pinturas, desaforadas y elocuentes, en tono mayor. Qué energía hay en ellos, qué capacidad de vociferar. Son para mí, en la pintura, personajes de la Ilíada o de Edipo Rey, y no como nosotros, pequeños y extraviados deambulantes por una época tan desdichada y poco ilustre como la que lamentablemente vivimos.
Sin brújula en el ciberlaberinto A fuerza de recibir el bombardeo constante y desmesurado de la publicidad, casi hemos terminado por creer el mantra de nuestra era: todo está en la red. En realidad, esta afirmación es más que exagerada, pero dado el caos que reina en Intrenet y el World Wide Web, el mito (o bien, el meme) no puede ser ni confirmado ni desmentido. La realidad es que hay una infinidad de cosas clasificables e inclasificables, residiendo en todas partes y en ningún lado en los laberintos del ciberespacio; lo difícil es dar con ellas. El Web no fue creado con la intención de soportar información organizada ni para facilitar la localización sistematizada de documentos. Para encontrar algo en la red, uno se tiene que guiar por sugerencias, por alguna de las muchas y casi siempre deficientes guías, o bien por algún índice, que puede haber sido elaborado manual o mecánicamente. Dada la magnitud y ambigüedad de la tarea de catalogar las cosas de Internet, las técnicas tradicionales de la biblioteconomía resultan inadecuadas. Para esto se crearon sistemas computarizados de identificación y clasificación de los documentos multimedia de la red y en especial del Web. Estos sistemas se conocen como search engines o dispositivos de búsqueda; los más conocidos son Yahoo!, Infoseek, Excite, Lycos y Altavista (el acceso a los cuales está incluido en casi todas las versiones de Nestscape y otros browsers).
La mecánica de los buscadores
Los dispositivos buscadores son servicios que lanzan a la red periódicamente programas conocidos como webcrawlers, spiders o indexing robots, que identifican una página y van siguiendo todas sus conexiones (o links), elaborando una especie de mapa para no quedar atrapados en un bucle (o loop) por una eternidad. Copian cada página, la analizan y extraen la información necesaria para clasificarla. Si un texto no tiene ninguna referencia en otra página, el webcrawler nunca lo encontrará. Es por eso que si usted busca "La Jornada Virtual" con uno de estos dispositivos, es posible que no la encuentre. Asimismo, hay una variedad de sitios como el del New York Times que requieren de un password de acceso; los buscadores suelen evitar esa responsabilidad. Además, hay páginas que desaparecen de la noche a la mañana o que cambian su contenido de golpe, y sólo los mejores servicios de búsqueda tratan de mantenerse bien actualizados al respecto de estos cambios. Cada sistema tiene sus particularidades para hacer esto: hay algunos que tan sólo localizan palabras o frases clave dentro de un texto, mientras que otros elaboran análisis más sofisticados. La infomación obtenida se almacena en una base de datos junto con la dirección de cada sitio, su URL (Uniform Resource Locator). Al utilizar un programa como Netscape o Spry y someter una palabra o concepto a una búsqueda, el sistema nos ofrece una lista de direcciones correspondientes a las que podemos conectarnos con un clic del mouse.
Robots ingeniosos pero no inteligentes
Cualquiera que haya utilizado estos servicios, sabe que su principal virtud, su naturaleza profundamente democrática, es también su mayor deficiencia. Los search engines "leen" todo lo que pueden, pero no saben distinguir entre los tipos de documentos que encuentran ni pueden identificar las características básicas de un texto, como su género, forma o tema, por lo que tratan de igual manera un anuncio, una tabla de datos, una revista o un poema. Por eso podría suceder que al buscar El Quijote en vez de encontrar a Cervantes Saavedra descubramos la publicidad de un restaurante español en Kyoto, la crítica de un disco de rock, ensayos técnicos y catálogos de lencería. Al hacer una búsqueda tenemos la ilusión de estar revisando el universo entero del Web, pero en realidad estamos tan sólo recorriendo un índice elaborado por un robot de software. Estos ingeniosos indexbots están muy lejos de ser entidades inteligentes que realmente trabajen para uno. Como escribe Clifford Lynch en su artículo Searching the Internet (Scientifc American, marzo de 1997), falta mucho para que estos programas puedan entender el propósito, historia y política de un sitio del Web. Además de que la mayoría tan sólo reconoce texto e ignora archivos de sonido, imagen y video.
Otras opciones
Existen alternativas de búsqueda que pueden ser más eficientes que las anteriores pero también más costosas. Un ejemplo es el servicio AT1 (http://www. at1.com), el cual ofrece búsquedas en lo que denomina la red invisible, aquellas regiones por las que no se aventuran los webcrawlers convencionales, incluyendo bases de datos en CD-ROM. Algunas bases tienen tarifas de consulta que pueden llegar a varios cientos de dólares por hora, aparte de una cuota anual. Las empresas que se dedican a catalogar y orientar en la red conocen perfectamente las deficiencias de sus sistemas, por lo que están introduciendo una serie de mecanismos novedosos para hacer las búsquedas más eficientes, desde clasificación manual temática de Yahoo!, hasta inclusión de catálogos de cientos de revistas y periódicos en Excite. ¤ Naief Yehya ¤ [email protected]
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