Reabren al público El origen del agua, mural subacuático de Diego Rivera
Julieta Lozano (ASIC) Ť Obra única por su condición subacuática, El agua, origen de la vida, mural de Diego Rivera ubicado en el Cárcamo del Lerma, será rexhibido al público tras cuatro décadas de silencio y un extenuante proceso de restauración.
Sumergido en el agua y en el olvido durante 42 años, el mural--ideado como una unidad ``expresión-movimiento''-- afrontó obstáculos físicos y económicos para ser devuelto, íntegro, a los espectadores.
Los tropiezos empezaron en las características espaciales de la obra, sostuvo Alejandro Morfín Fauré, subdirector del Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble, del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).
``Pintado en la cámara de distribución de Dolores --conocida como Cárcamo del Lerma--, el mural de Rivera sufrió la fiera corriente del río que desgastó el color y dañó las formas.''
No obstante que el autor concibió su obra para acompañarse con el agua, ``era necesario desviar el afluente para restaurarla; pero hacerlo implicaba una importante inversión económica''.
Fue un convenio entre el INBA y la delegación Miguel Hidalgo --con el apoyo de Margarita González Gamio-- el que permitió construir vías alternas para el río Lerma y así pasar al proceso de rescate.
Con la dirección de la restauradora María Teresa Hernández comenzaron los quehaceres para recuperar un mural cuyo nacimiento procede de la reverencia.
De acuerdo con Hernández, El agua, origen de la vida tiene su principio en una celebración. Para rendir homenaje al agua, dadora de vida, Diego Rivera tomó asiento en el centro del piso del cárcamo y allí dibujo la ``célula primigenia''. Desde ella realizó una vorágine de bacterias que evolucionan de forma circular hasta llegar a los pies de cada muro.
En las paredes, peces, mantarrayas, ajolotes, medusas y moluscos ascienden con la mira elevada hasta convertirse en una mujer embarazada, un hombre de raza negroide y una anciana con una cruz en el pecho que bebe agua, entre otras figuras. La evolución y el ciclo de la vida.
El rencuentro
Cuando en junio de 1992 María Teresa Hernández se presentó en el cárcamo, su rencuentro con la obra fue desalentador: sobre los muros halló ``una capa de limo y sarro de un centímetro de espesor --muy considerable para un mural--, una película endurecida de óxidos procedentes del agua, además de sales endurecidas en las fisuras y partículas sueltas de polvo''.
El piso de la cámara estaba recubierto por una película irregular de color negro perteneciente a un impermeabilizante, que ``alguien aplicó borrando los trazos de Rivera casi por completo''.
Además, la sección de El mural de los ingenieros, pintura realizada sobre las compuertas de la cámara, estaba ``lavada'' casi en su totalidad, debido al choque del afluente con las compuertas.
``Al impactarse la corriente de agua con las compuertas se tornaba en brisa, que atravesada por los rayos ultravioleta de la luz de la mañana provocó a lo largo de 42 años la degradación del color en esa sección.''
No obstante, el trazo y el color originales en los muros y el túnel se mantenían gracias a varias capas de barniz de poliestireno que el autor aplicó.
Desde entonces y hasta septiembre de 1994, un equipo de 12 restauradores lidereado por Hernández trabajó a mano y con mucha paciencia: ``Nos sentíamos satisfechos si al término de ocho horas de labores habíamos logrado limpiar dos o tres centímetros cuadrados del mural''.
Los restauradores tallaron, limpiaron, untaron productos, se sentaron en andamios colgantes y compararon en antiguas fotografías las líneas originales de la obra con las propias.
Entre las dificultades ambientales que el equipo afrontó se encontraron la desecación paulatina del mural, la conservación de la humedad y a la baja temperatura a que debían someterse durante su labor: ``En otras condiciones, este trabajo pudo haberse concluido quizás en un año''.
Pero no fue todo. El piso debía reconstruirse. ``Sin embargo, no teníamos una fotografía en picada, por lo que se carecía de algún documento que por sí solo diera toda la información''.
En un trabajo de recreación mental, gracias a las fotografías de los muros norte y poniente y el ángulo de deformación de otras impresiones, el equipo de restauración logró reconstruir lo que fue el inicio de la obra.
Ahora que el proceso ha culminado, Hernández y su equipo seleccionan los documentos que acompañarán la exhibición del gran sueño de Rivera.
Este trabajo de restauración en ``un bien nacional, ampliamente reconocido en el extranjero y que podrá admirar el pueblo mexicano'', constituye un enorme logro para sus responsables, acotó Alejandro Morfín Fauré, quien es también presidente de la Sociedad Mexicana de Conservadores del Patrimonio Nacional.
El agua, origen de la vida
El mural, de 272 metros cuadrados, abarca los muros norte, sur, oriente y poniente, el piso y el túnel del Cárcamo del Lerma, en la segunda sección del Bosque de Chapultepec.
Para esta obra, Rivera --fiel al uso de materiales naturales-- eligió sorpresivamente un sintético derivado del petróleo: el poliestireno, emulsión impermeabilizante que prometía permanecer indeleble 40 años y alargar la vida a sus colores submarinos.
Pero en 1956, cinco años después de haberlo terminado, el mural se encontraba en franco deterioro: la parte inmersa en el líquido presentaba una capa de limo y sedimentos minerales, y la superior había perdido la brillantez de rojos, azules y violetas.
Rivera ofreció restaurar su obra sin recibir ningún pago; solicitó únicamente la aportación de varias cajas de mosaico de cristal para repintar en él los murales y adherirlos a paredes y piso.
``Qué fortuna que no prosperó este cambio'', señaló la restauradora. ``Un mosaico suelto impulsado por la fuerza de la corriente hubiese arrastrado al resto y provocado un daño mayor''.
Fue el cáncer de Rivera --causa de su muerte un año después, en 1957--el que impidió la modificación en la obra y su gran proyecto de ``colorear el movimiento'', lleno de limo y con tono lodoso que hacía dudar de la potabilidad del agua a aquellos que visitaban el cárcamo.
Cuatro décadas después, ya sin la corriente del Lerma que dotaba de ritmo al origen de la vida, el sueño de Rivera será reinaugurado el 21 de marzo, convertido en museo de sitio.
Y aunque carente de agua puede observarse con detalle cada línea y cada giro de las figuras, Hernández confió que ahora ella quisiera --con una maqueta o la ayuda de algún ordenador quizá-- ver correr por última vez el río sobre la pintura, tal como Diego Rivera lo concibió.