Miguel Covián Pérez
Nacionalismos

La política nacionalista, aplicada con rigor y firmeza ejemplares en nuestras relaciones con EU por todos los gobiernos posrevolucionarios, sufrió un drástico viraje durante el sexenio de Carlos Salinas. He revisado las opiniones que en su momento expusieron algunas de las personas que participaron en el diseño y ejecución de las diversas estrategias de acercamiento, apertura, asociación e integración periférica al sistema hegemónico de la economía de EU, y todas niegan que hubiese un trasfondo de sumisión y entreguismo. Hacen hincapié en una justificación que vendría a ser la idea motriz de la filosofía política subyacente: hacer de la necesidad virtud.

Nuestra vecindad con EU es un hecho geopolítico que sólo un cataclismo telúrico podría cambiar. Esa proximidad ha sido fuente de la mayor parte de los males que ha padecido nuestro país. Por tanto, decían los exponentes de la tesis salinista, la necesidad ineludible de soportar las presiones, inconvenientes y daños producto de la vecindad podría derivar en virtud, si extraemos de esa fatalidad las ventajas cuya inherencia no puede dejar de percibirse y que sólo un nacionalismo exacerbado se empeña en negar.

Los agravios que México está sufriendo con el pretexto de la lucha contra el narcotráfico, los insultantes plazos de gracia para merecer una certificación jamás solicitada y que sería ya baldón y deshonra, los excesos oratorios de congresistas estadunidenses que difícilmente pasarían una prueba antidoping, los debates y votaciones equivalentes a un enjuiciamiento político y moral que nos denigra como nación, los condicionamientos amenanzantes que envuelven la exigencia de cederles parte de nuestra soberanía territorial, no son sino el preludio de una política injerencista de mayores alcances.

Troglodita insaciable, el poder imperial no se satisface con mutilaciones parciales. Cualquier cesión, por onerosa que fuese, nunca sería insuficiente. Este episodio, artificiosamente maquillado, tiene otros móviles no declarados pero implícitos en el contexto de sus intereses de mediano y largo plazo.

Recordemos. Cuando México entró en la etapa más reciente de la crisis económica que nos ha agobiado desde los años 70, el gobierno de Clinton nos arrojó aparentemente un salvavidas. ¿Desinteresada y gratuitamente? Por supuesto que no. Es bien sabido que los ingresos provenientes de la venta de petróleo fueron exigidos como garantía. Hace unos meses, México hizo el pago anticipado del saldo total y con ello liberó la garantía otorgada. Estados Unidos tuvo que sacar las manos y los ojos que ya había metido en el complejo industrial y financiero cuyo eje son nuestros recursos y reservas de hidrocarburos. Estratégicamente, el pago anticipado del gobierno mexicano fue una mala noticia para el poder imperial.

¿En qué ámbito es más importante México para los centros hegemónicos de EU? ¿Como instrumento para la reducción del narcotráfico o como fuente de acceso y control a cuantiosas reservas de energéticos?

Es obvio que los 12 ó 13 millones de drogadictos activos que hay en EU son un problema de salud pública; pero eliminar de un tajo los flujos de provisión a ese universo de consumidores agravaría el problema, pues sería médica y socialmente inmanejable.

Los centros de decisión política en EU aparentan, por razones de imagen, que la lucha contra el narcotráfico es una prioridad y exigen a otros gobiernos acciones más eficaces, cuando ellos mismos están en favor de un tráfico internacional y un mercado interno bajo relativo control.

Al mismo tiempo, los acuerdos de cooperación para la lucha contra el narcotráfico son la llave que les permite meter las narices en otros espacios estratégicos de la acción gubernativa de los demás países. Cuando otras puertas o ventanas se cierran, como en el caso del petróleo mexicano, la llave (cooperación) se torna ganzúa (certificación o descertificación) para entrar a donde les dé la gana. Sólo los valladares de un nacionalismo reafirmado con claridad inequívoca y aplicado sin complejos, hace inviolables nuestro territorio y libre autodeterminación.

Con perdón de algunos colegas, el mal llamado rollo nacionalista tiene el valor de una declaración de principios y los efectos de una severa advertencia. Debe preceder a las acciones que otros hechos de la realidad exijan ulteriormente. Cada cosa a su tiempo, si hemos de conducirnos conforme a los dictados de la razón y no por la sola vehemencia de las emociones.