Luis González Souza
Nacionalismo sano
Lo que mal comienza, mal acaba. Todavía hace pocos años, TLC por delante, las cúpulas de México y EU decían inaugurar una era de amistad y cooperación; decían transformarse en socios, aliados o algo así como un dúo indestructible para enfrentar esta época de bloques y globalización. ¿Y qué observamos ahora? Una especie de tragicomedia bélica, con el narcotráfico como el actor central por el momento (al rato podrían serlo el propio TLC o, una vez más, la migración) y con la esquizofrenia como directora escenográfica.
En las cúpulas de EU esa esquizofrenia aparece cual lisa hipocresía: el principal narcomotor del mundo erigido en el comandante de la lucha antidrogas y en el certificador mundial de soldados buenos y malos. Luego aparece cual incongruencia aguda entre fines y medios. Respecto a la propia lucha antidrogas, ¿puede ser exitosa sin extirpar las raíces del narcotráfico, que están dentro de EU? ¿Puede ser siquiera creíble cuando se golpea sólo a unos cárteles (la competencia); o cuando se exige la militarización de esa lucha en otros países, mas no en el propio? ¿Puede triunfar con métodos represivos más que preventivos?
Respecto a la relación general con México, la incongruencia es igualmente aguda. En el discurso, el fin es ayudar al socio de tal modo que la asociación sea benéfica para ambas naciones. Pero los medios son de plano incomprensibles. Una larga cadena de exigencias y agravios más bien tienden a hundir a México ya no sólo en el atraso y la dependencia; ahora también en el sótano de la humillación, ``Socios, pero con grandes y crecientes jerarquías'', esa parece ser, en el mejor de los casos, la nueva consigna.
Por lo que toca a las cúpulas de México, la esquizofrenia deambula entre la soberanía rollo y la soberanía negocio (entregada en los hechos al mejor postor); entre el nacionalismo conservador y las políticas desnacionalizadoras en nombre de un cambio modernizador que nunca llega. La narcocomedia cupular de estos días sólo es el capítulo más reciente. Al menos desde que se admitió a la DEA en México, las cúpulas mexicanas han hecho de la lucha antidrogas una película de subordinación creciente disfrazada de cooperación bilateral. Y su final ya puede adivinarse: las fuerzas policiaco-militares de EU haciéndose cargo directamente, y con todas sus trampas, de la lucha antidrogas en México. Los pretextos comienzan a sobrar: la falta de credibilidad inclusive de militares mexicanos (caso Gutiérrez Rebollo), la debilidad del sistema judicial mexicano (en palabras, más o menos, del propio presidente Zedillo).
Pese a ello, son las propias cúpulas mexicanas quienes reactivan la subcultura de los desplegados en defensa del Presidente a su vez defensor insuperable de la soberanía de México. Y ese nacionalismo conservador (la conservación de la patria es mi conservación en el poder) sólo se dirige a la epidermis del problema (la certificación): sólo contra un segmento de los certificadores, y con teorías superficiales: los agravios a México obedecen a disputas electoreras del Congreso contra el Ejecutivo; finalmente la certificación es un asunto interno de ellos que sólo amerita una respuesta --eso sí, bien enérgica-- si origina perjuicios prácticos. Extremando la soberanía rollo, nuevas concesiones a EU ya caminan al tiempo que se grita ¡No más concesiones!
El hecho es que a la sociedad tanto de México como de EU se les prometió una nueva era de amistad y prosperidad compartida, TLC mediante. Y ahora resulta que esa promesa se desvanece a causa de un narcopleito cupular de los prometedores. Más a fondo, a causa de haber delegado la conducción de las relaciones México-EU en cúpulas que ya exhiben la cruz de su parroquia mercantil: amorosas a la hora de proyectar las ganancias de su asociación; fieras y fariseas al repartir pérdidas y culpas.
Convendría, antes que nada, abrir bien los ojos y cerrar la puerta a un nacionalismo tan viejo como estéril. Entre muchas otras cosas, hoy se requiere un nacionalismo no en contra de alguien. Más bien a favor de derechos, comenzando con el derecho a seguir siendo mexicanos, y de causas que, como la lucha antidrogas, exigen la genuina cooperación multinacional. En este caso, la cooperación México-EU pero conducida por las mayorías en ambos lados de la frontera. No más conducciones cupulares hacia el incendio de la vecindad.