El Ultimo tango en París fue la última película en la que Marlon Brando sufrió por un personaje; desde entonces, dice él, ha suplido con técnica esos sentimientos que ya no está dispuesto a invertir en sus actuaciones. Ya en El Padrino, que fue su penúltima película de catarsis total, empezaba a desplegar, por todos los rincones del set, su nueva técnica de actuación: prendió con alfileres un papel que traía escrito uno de sus parlamentos en la espalda de Al Pacino. El resultado fue una actuación inusualmente natural; el esfuerzo de leer a distancia las líneas que no había aprendido, le dieron a su expresión un tinte dramático desconocido. Satisfecho con el resultado, decidió que en vez de aprenderse los diálogos, los desparramaría por el escenario. Así colocó papelitos en la cámara, en el respaldo de las sillas, debajo de una cafetera, en el suelo, en las partes poco visibles de su vestuario y hasta en el lomo de un perro que gozaba de un sueño profundo. Si se observa con atención, en una de las escenas de Don Corleone aleccionando a la familia, puede verse uno de los papelitos saliendo de atrás de una sandía.
Luego de su actuación en El último. tango.., todavía sufrió 45 minutos de catarsis total al encarnar, en 1979, el papel del enloquecido coronel Kurtz, en Apocalipsis. Metido en su escondite a media selva, recitó un monólogo enorme de su inspiración, que dejó a Coppola sin aliento y sin rollo de película. Brando, a petición del director y a costa de su salud mental, repitió la escena entera y quedó satisfecho.
Cuando asistió a la premier contempló desconsolado que los mejores 45 minutos de su vida habían sido reducidos a un monologuito sin sentido.
Entre El último tango... y la mutilación de Coppola, el actor dedicó su mejor esfuerzo a pelear por los derechos de los indígenas de su país. En este espinoso apartado la historia nos enseña, a través de las páginas autobiográficas de Brando, que en todos lados se cuecen habas, y que los paralelismos que usa la realidad suelen ser más delirantes que cualquier ficción. Primero cuenta que en 1492, en la zona de América que ahora ocupa Estados Unidos, había entre siete y 18 millones de indígenas. Para 1924 quedaban 240 mil. Luego dice que a pesar del exterminio indígena, los habitantes de su país se sienten orgullosos de sus etnias, pues hay modelos de helicópteros del ejército que se llaman Navajo y Cherokee, y los soldados paracaidistas (que encarnan el último eslabón del exterminio) gritan ¡Gerónimoooo! cuando se arrojan al vacío. El problema de los indígenas en EU está centrado en la falta de esas tierras que antes fueron suyas y que ahora pertenecen al hombre blanco que las compró. Hasta aquí, cualquier paralelismo con nuestro asunto indígena, puede ser pura coincidencia.
En 1973, doscientos indígenas tomaron la población de Wounded Knee, en Dakota del Sur, para que sus demandas de derecho a la tierra y a la vida con dignidad, fueran escuchadas por el gobierno. Este intento de rebelión fue enfriado con el encarcelamiento de los líderes y con el esfuerzo de Marlon Brando y otros colegas interesados en resolver ese conflicto pacíficamente. En 1975, en Gresham, Wisconsin, un grupo de indios menomines se apoderó de un edificio que había sido construido ilegalmente sobre tierras indígenas. Brando, acompañado por el padre James Groppi, entró al edificio que ya estaba rodeado y balaceado por la guardia nacional, para establecer el diálogo. La demanda indígena era específica: ``escrituras'' (de la tierra en donde habían construido el edificio) ``o muerte'' (de aquellos que exigían las escrituras).
Los representantes del gobierno cedieron las escrituras, pero no pensaban retirar los cargos de rebelión que llevaría a los menomines a la cárcel. Aquí conviene, para darle vuelo al asombro histórico, reproducir las líneas de Brando: ``Me uní a los indios en la sala principal del edificio para repasar los pro y los contras de la oferta. Como siempre, quedé impresionado por su gran sentido de la democracia y el respeto por el individuo. Recorrieron la sala al estilo indio, para que todos pudieran expresar su opinión acerca de aceptar la oferta o seguir luchando''. Aquel diálogo por la paz terminó con la respuesta de los indios: aceptaban los cargos a cambio de las escrituras. A esta altura los paralelismos con nuestro asunto indígena, toda proporción guardada, difícilmente pueden ser una coincidencia. Brando escribe: ``Todo había terminado, salvo un detalle: al final los indios fueron a la cárcel,pero no consiguieron las escrituras. Una vez más habían firmado un tratado con el hombre blanco y éste no lo había cumplido.''