Durante un siglo, Francia ha recibido inmigrados a una escala comparable a la de Estados Unidos. El historiador recuerda que ha ocurrido tres veces en poco más de un siglo; las tres veces los franceses han reaccionado de manera negativa. En los años 90 del siglo pasado, los trabajadores italianos llegaron especialmente numerosos en toda la costa del Mediterráneo. Un profesor nos contaba cómo la prensa de la época denunciaba la amenaza que esos ``morenos'' representaban para la seguridad de los bienes y de las personas. Según los marselleses de 1890, ``ya no se puede uno pasear tranquilamente en la Canebiere (el equivalente de nuestra avenida Madero o de la Alameda en el Porfiriato) por la presencia perturbadora de tantos jóvenes `nacos' italianos que amenazan a nuestros hijos con su cuchillo y son una amenaza para la virtud del sexo débil''. Además se les acusaba de quitar el pan de la boca a los trabajadores franceses, pues aceptaban sueldos de miseria y funcionaban como esquiroles. Esa corriente xenófoba culminó en una serie de motines antiitalianos en los principales puertos del Mediterráneo. Italia tuvo que protestar y exigir la protección de sus nacionales contra esas violencias que más de una vez culminaron en linchamientos.
La segunda oleada de trabajadores inmigrados fue mucho mayor y afectó principalmente al norte y a las zonas industriales, entre ellas París. Empezó al terminar la guerra mundial que había costado a Francia la vida de un millón 500 mil hombres jóvenes y la mutilación de muchos otros. En un país que venía controlando su natalidad desde hacía un siglo, esa sangría era mortal; por eso Francia abrió sus puertas a polacos e italianos que bajaron a las minas y ocuparon, en compañía de los primeros argelinos, los puestos más duros y peligrosos en las industrias metalúrgicas y químicas.
Españoles e italianos aseguraron el relevo en las campañas del sur de Aquitania y Provenza, despobladas por la gran masacre de 1914-1918. Se sumó a esas corrientes la llegada de los armenios, rusos, ucranianos y otros desplazados por las catástrofes de la época, entre ellos muchos judíos que serían alcanzados por sus hermanos alemanes húngaros, austriacos, rumanos en los años 30. Francia necesitaba de esa inmigración; sin embargo, los años 30 vieron multiplicarse los grupos, las corrientes, finalmente los movimientos de masa xenófobos y antisemitas. Su prensa era de una violencia que, hasta la fecha, nos asombra. Las circunstancias permitieron la explotación de esas pasiones, que se manifestaron de manera horrible a la hora de la colaboración del gobierno de Petain con la Alemania nazi.
Hoy en día, después de una gran ola de inmigración (1950-1980) de trabajadores venidos del Sur (España, Portugal y después Argelia, Marruecos, Túnez y finalmente la Africa negra), atraídos por las necesidades de una economía en expansión necesitada de mano de obra barata, vuelve a repetirse la resaca psicopolítica. Otra vez la inmigración se presta a la explotación política, tan pronto como lo permiten las circunstancias.
Aquellas son la cesantía que afecta a 15 por ciento (o más) de la población activa, fenómeno europeo ligado a una mutación económica, y no a la presencia de los extranjeros. En 1989 buena parte del electorado francés manifestó su acuerdo con las tesis del ultraderechista Frente Nacional, tesis que 20 años antes el mismo electorado hubiera condenado como ``fascistas''. En las elecciones presidenciales de 1995 ese partido de Jean-Marie Le Pen se transformó en el primer partido proletario de Francia, con el 30 por ciento de los votos de la clase obrera. En los últimos días varios sondeos señalan que el 69 por ciento de los franceses aprueba la nueva ley contra una inmigración (que se ha estancado en los últimos 20 años). Algo semejante ocurre en Holanda, Austria e Italia.
La indignación moral contra ese fenómeno social de poco sirve, después del breve alivio inmediato. ¿Cómo evitar que la historia se repita? ¿Cómo hacer para que la ``tierra de asilo'' no se transforme, una vez más, en la ``tierra blanca'' de los racistas? ¿Cómo explicar a los obreros y a la clase medias asustadas que el extranjero no es más que un chivo expiatorio? No es cierto que el Frente Nacional sea el resultado de la inmigración. Aprovecha la crisis económica para resucitar miedos ancestrales y reformar su viejo discurso, un tiempo infumable después de la derrota del III Reich. A río revuelto, ganancia de pescadores.