En un artículo anterior y en esta misma columna se planteó que el objetivo central de las transformaciones económicas que gran parte del mundo comenzó a experimentar desde la década de los 80 fue incrementar la ganancia, dado que este es el estímulo de la producción capitalista y la fuente de financiamiento de la inversión. Este propósito central fue logrado. Si hasta la década de los 70 la participación de las ganancias manufactureras fue descendente, en los 80 esta tendencia se revirtió, particularmente en Europa. El mecanismo clave para lograr la recuperación de la economía fue el descenso en los ritmos de incremento salarial.
Este cambio en la distribución del ingreso en favor de las ganancias y en contra de los salarios fue posible por el debilitamiento de los sindicatos, derivado del aumento en la desocupación a partir de los años 70. Tal debilidad hizo posible que el grado de conflicto en los países desarrollados fuese menos agudo, dada la menor resistencia de los trabajadores. Esto se manifestó en un descenso significativo en el número de días de huelga en comparación con lo que había ocurrido en los 70. A su vez, la pérdida de la capacidad de defensa de los trabajadores hizo posible que la tasa de inflación descendiera significativamente, pues se veían limitadas sus posibilidades de incremento en los salarios. Además, la menor resistencia de los trabajadores derivada del desempleo hizo posible la introducción de cambios en la legislación laboral, los que contribuyeron a debilitar aún más el movimiento sindical.
Por otra parte, también hacia fines de la década de los 80 se registró un descenso generalizado en el déficit del presupuesto público de un gran número de países, toda vez que la debilidad de los sindicatos hizo posible el recorte de los gastos sociales, lo que también contribuía a debilitar aún más a los trabajadores. La reducción en el déficit gubernamental perseguía, simultáneamente, estimular la inversión, dado el planteamiento del pensamiento conservador de que el elevado déficit público significaba que el ahorro, en lugar de financiar la inversión privada, se estaba canalizando hacia el financiamiento del gasto público excesivo. Otro cambio importante que tuvo lugar en este plano se refiere a la reducción de las tasas impositivas que afectaban a los sectores de elevados niveles de ingreso, con el argumento de que esto también estaba reduciendo la inversión porque disminuía los ingresos precisamente de aquellos estratos que están en condiciones de ahorrar.
En suma, a partir de la década de los 80 se produjo una modificación relevante en la distribución de los ingresos en favor de los ricos y de los empresarios y en contra de los pobres y los trabajadores.
Lo que prometían los que postulaban estos cambios era que todos estos sacrificios permitirían la recuperación de la inversión y del crecimiento, por lo que, en último término, la sociedad en su conjunto se vería beneficiada, pues también los niveles de empleo se incrementarían. Sin embargo, aunque la inversión fue aumentando en el mundo desarrollado, su recuperación fue extremadamente lenta. Además tuvo lugar un cambio importante en el patrón de inversión, el que se fue desviando desde el sector manufacturero hacia el de servicios, particularmente los conectados con el consumo interno. Por lo tanto, las manufacturas, que constituyen la rama clave de la economía en virtud de sus efectos sobre el resto de los sectores, experimentaron una recuperación lenta en su dinamismo, lo que determinó el lento crecimiento del conjunto de la economía. En parte, estos débiles estímulos a la inversión manufacturera se explican por la creciente competencia internacional, que ponía límites a las posibilidades de incremento en los precios de los productos internacionalmente transados. Por ello, los empresarios prefirieron dedicarse a los servicios que no están sujetos a esta competencia.