La sociedad mexicana ha rebasado en algunos aspectos a los partidos políticos. La Nación ha manifestado en toda su plenitud su carácter plural y su diversidad cultural. Los mexicanos están exigiendo su derecho a participar más directamente en la toma de decisiones. Una multitud de organizaciones no gubernamentales dan cuenta de este fenómeno social que se ha desarrollado al margen de las formaciones tradicionales.
Las instituciones partidarias han sido sorprendidas y responden, en muchas ocasiones, recurriendo a esquemas que han probado ser insuficientes para ganarse a la ciudadanía. A este respecto, se debe abrir la puerta a esa realidad en donde se manifiestan mil y una formas de participación ciudadana, si lo que se quiere es capitalizar la energía de esos millones de personas deseosas de ser tomadas en cuenta, no sólo en términos electorales sino por su propio peso específico.
En el México de nuestros días es un mosaico en donde convive una activa participación social y política comunitaria al lado de formas exclusivamente ciudadanas, que se manifiestan sobre todo en las urbes. Estas no son dos realidades, como dicen algunos ideólogos, que asignan a una el papel de premoderna y a la otra la saludan como el fruto de una modernidad deseable. Son dos caras de una misma realidad.
Estas formas de participación de nuestra sociedad están sirviendo para enterrar algunos vicios del pasado. Se rechaza por igual el voto corporativo que el discurso constestatario sin alternativas. Ahora, el peso de las organizaciones no gubernamentales es indudable, al igual que la participación política individual. Los ciudadanos que no pertenecen formalmente a ningún partido están teniendo cada vez mayor peso en las elecciones e influyen en el curso de muchas decisiones.
En este panorama, una de las tareas más urgentes es la de atraer al ciudadano medio a través de una imaginativa estrategia de organización territorial, que tome en cuenta sus problemas y sus propias alternativas de solución.
El partido que se reclame moderno tendrá que diseñar una política territorial amplia, que trabaje de manera eficiente con grupos de ciudadanos unidos alrededor de intereses que tienen que ver con su entorno. Igualmente, tendrá que convivir con sectores de mexicanos que no estén interesados en militar, por lo menos no en el sentido tradicional del término, pero que sí puedan identificarse con los principios, los métodos y la capacidad de respuesta de alguna institución política.
La organización territorial apenas está despuntando, pero ya nos ha enseñado algunas cosas que escapan a las sutilezas de analistas y teóricos.
Una de ellas es la participación de la mujer, no sólo como parte de un movimiento sino como protagonista principal del mismo. Por doquier se están consolidando los liderazgos de mujeres que esperan allanar los caminos para mayores responsabilidades.
Otro elemento a destacarse es el entusiasmo, la disciplina y la capacidad de respuesta que han demostrado los ciudadanos agrupados en torno a demandas territoriales. Con su acción, se han convertido en el motor de sus comunidades.
En el Partido Revolucionario Institucional está ganando importancia el impulso a la organización territorial que ha mostrado que puede consolidarse sin competir por espacios políticos con los sectores tradicionales del mismo.
De hecho muchas veces la organización territorial nació en lugares en donde no había ninguna actividad política partidaria.
En segundo término, las organizaciones territoriales del partido han demostrado la iniciativa de sus integrantes. En muchos lugares se agruparon prácticamente de manera autónoma, generando sus propios liderazgos.
En otro nivel, han enseñado su capacidad para crecer políticamente.
La mayoría empezó en la gestión ya fuera de recursos o bien demandando terrenos o regularización.
Después, ampliaron sus peticiones y pasaron de ser organizaciones eminentemente gestoras a investirse de una personalidad política que las ha empezado a convertir en interlocutoras válidas de una sociedad exigente y madura.