Horacio Labastida
Las certificaciones norteamericanas

La mejor teoría del conocimiento sugiere que para lograrlo debe la razón marchar de lo concreto, la experiencia, a lo universal, lo abstracto, y de esto a lo concreto, la experiencia, y por este camino podrá alcanzarse la verdad, o sea, el porqué del acontecer de los hechos naturales, sociales o políticos. En el juego de esa lógica, conviene plantear el escandaloso asunto de las certificaciones que hoy ganan primera plana en los diarios.

El aspecto más general del problema nos lleva a 1991, la caída de la URSS, y a la soberbia del gobierno de Washington, apoyado por el capitalismo trasnacional y su indudable poderío militar, al pretender treparse al mando supremo del planeta, loco intento que le revelaría sus propias debilidades frente a la opulencia del sudeste asiático, regida por Japón, a la creciente e independiente República Popular China, y al enorme peso de Europa. Pero la Casa Blanca no cejó en su utopía; primero frenó en su precipitación y luego se hizo de una nueva estrategia para conseguir a más largo plazo el propósito original.

Haciendo una cuidadosa revisión de sus relaciones internacionales y de las lecciones que se le ofrecían a partir de su Independencia (1776), trazó rutas y objetivos más realistas, sin renunciar a la idea de su enseñoramiento monopolar en el ya inminente siglo XXI. Una de tales estretegias se halla a la vista. No se trata por lo pronto de acabar con Cuba, China, Corea del Norte, Vietnam u otros países izquierdistas, sino de dotar a EU de una reserva rica y suficiente para explotarla en favor del fortalecimiento máximo de su producción y distribución, a fin de constituir un frente económico-militar-político de indiscutible prevalencia entre los otros núcleos de poder mundial. En este punto se inicia nuestro descenso de la premisa mayor a vivencias más cercanas.

Washington hizo una recapitulación de su posición en América y más allá del Atlántico al revaluar los significados del monroismo, inaugurado en 1823 y perfeccionado por Jackson y Polk durante las guerras de Texas (1835) y contra México (1846-48). En su preliminar fase, el monroismo puso en marcha una mezcla del Big Stick, de Teodoro Roosevelt, instituida al segregar Panamá de Colombia, y de la corrupta Diplomacia del Dólar, de Guillermo H. Taft, montada en la decisión de acallar las protestas de los pueblos invadidos con sustanciosas ofertas de dinero a sus élites gobernantes. En la siguiente fase surge un neomonroismo apoyado en el uso bien planeado del poder financiero, industrial y comercial, para expanderse en AL y transformarla en gigantesco reservorio de fuerza de trabajo, materias primas y toda clase de especies y recursos tonificantes del capitalismo norteamericano. Una AL subyugada es asunto de interés y seguridad nacional para la política de la Casa Blanca.

Así es como llegamos al México abanderado desde 1810 en los valores de democracia, soberanía, derechos humanos y justicia social, principios contrarios a los del avasallamiento nacional. Ha recordado con precisión el Tío Sam dos previas certificaciones, presentadas con otro nombre y en circunstancias distintas. Fue bochornosa la que se otorgó a Santa Anna, en 1847, para trasladarse de su exilio en La Habana al puerto de Veracruz, con la autorización de Polk, concedida una vez que supo de las pláticas de ese personaje con el agente norteamericano Slidell Mackenzie. Santa Anna en la Presidencia o como jefe del Ejército, garantizó la derrota de México en La Angostura y Cerro-Gordo frente a la soldadesca de Taylor y Scott. El reconocimiento que el gobierno de Harding entregó a Alvaro Obregón en 1923, por virtud del cual fue restringida la aplicación del artículo 27 constitucional, respetándose a las compañías extranjeras que extraían del país nuestros hidrocarburos, es otro escandaloso caso de certificación.

Ahora no se busca doblegarnos directamente. El pretexto del narcotráfico es útil para angostar la soberanía e incrementar la dependencia económica por la vía de asfixiar las fuentes crediticias esenciales a la sobrevivencia de la infraestructura material altamente subordinada que se ha organizado en los últimos sexenios, principalmente desde 1988.

Respetemos el Organon aristotélico. La conclusión es obvia. Las certificaciones tienen dos características sine qua non: son un asalto a la razón y un asalto al patrimonio ajeno por parte del Big Money de Washington y asociados. ¿O habrá quien opine de otro modo?