Rechazamos persecuciones en caliente, agentes de la DEA armados, fuerzas multinacionales o que nos obliguen a extraditar: Gurría en Japón
Elena Gallegos y David Aponte, enviados, Kioto, Japón, 13 de marzo Ť En los jardines del antiguo Palacio Imperial, Jorge Bustamante, uno de los más importantes estudiosos de la vecindad México-Estados Unidos, escuchaba al canciller. Irritado, José Angel Gurría lo enteraba de los pormenores de la situación: ``Ahora quieren enviar una expedición de congresistas el fin de semana y pretenden que el presidente Zedillo los reciba para plantearle las condiciones que buscan imponer. Es como si nos sometieran a una certificación cada 90 días''.
Remarcaba cada una de las palabras: ``No vamos a aceptar condición alguna. Rechazaremos persecuciones en caliente. No admitiremos a agentes estadunidenses (de la DEA) armados ni fuerzas multinacionales, mucho menos que nos obliguen a extraditar. ¡Ninguna condición! ¡Nada!'', señalaba.
Los cerezos que anuncian aquí la primavera comenzaban a florear. A unos metros, el presidente Ernesto Zedillo y su esposa Nilda Patricia Velasco se adentraban en la milenaria cultura japonesa.
Investigador y canciller seguían charlando: ``Imagínate --continuaba Gurría dirigiéndose a Bustamante--, un legislador en aras de ayudarnos y para destrabar este embrollo fue el que propuso que el Comité de Reglas abriera un periodo de gracia...'', explicaba.
A medida que la charla proseguía, el enojo iba encendiendo el rostro del canciller. En estas circunstancias no podía tener mejor interlocutor. Bustamante, quien conoce como pocos la veleidosa relación con Estados Unidos, hacía certeros comentarios y hurgaba más: ``Aceptar la modificación del Comité de Reglas de la Cámara de Representantes --insistió Gurría-- nos pondría en una situación muy incómoda. De veras, es como si nos certificaran cada tres meses... ''. Bustamante asentía.
``¡En fin --manoteó el secretario de Relaciones Exteriores--, que hagan lo que se les dé la gana y que se atengan a las consecuencias!''.
Antes, a un grupo de reporteros Gurría había dicho que en materia de combate al narcotráfico, México no podía aceptar ninguna condicionante. Al contrario, el reconocimiento total al empeño puesto en esta lucha. Los miembros de la comitiva presidencial ya preveían que la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobara la enmienda.
Eso ocurrió al mediodía en el vestíbulo del hotel Nagoya Kanko. Ahí, el presidente Ernesto Zedillo sostuvo una reunión con las autoridades de la Prefectura de Aichi y asistió a un almuerzo que le ofrecieron empresarios de esta región.
Se conocía ya del comunicado emitido en México por la Secretaría de Relaciones Exteriores. La orden de dar respuesta inmediata a lo sucedido en el Capitolio y el tono en el que se hizo provino del presidente Ernesto Zedillo.
Gurría Treviño comentó: ``Este es un momento de confusión mayor. Antes, la interlocución era con siete funcionarios de la administración Clinton; hoy están involucrados 435 representantes y 100 senadores estadunidenses''.
Se explicaba también el por qué en la cena ofrecida por el premier Ryutaro Hashimoto, la noche anterior en Tokio, Zedillo había utilizado tal lenguaje al referirse al tema: la lucha al narcotráfico y su ineficacia sí pasa por encima de soberanías y dignidades.
Horas después, durante su conversación con Bustamante por pasillos y jardines del antiguo Palacio Imperial --albergó a la familia del emperador hasta 1868--, abierto especialmente a la comitiva mexicana, Gurría le contó al estudioso, quien viaja como invitado especial, que México había dado ya una respuesta muy enérgica a las pretensiones del Congreso de Estados Unidos.
Entre otras: incremento en el número de agentes de la DEA; permisos para que éstos puedan portar armas cortas; que el gobierno mexicano haga compromisos sustanciales para erradicar la corrupción y para extraditar a los mexicanos que sean buscados en Estados Unidos por tráfico de estupefacientes y la instalación de radares para detectar vuelos con drogas en nuestro espacio aéreo.
Aquí, Gurría Treviño nuevamente aludió a las posibilidades que aún existen para que el nuevo proyecto --90 días de gracia, lapso en el que México aceptaría las condicionantes-- se pare en la Cámara de Senadores o, en última instancia, la resolución que el Congreso tome se someta al veto del presidente Bill Clinton.
Y es que aquí, del otro lado del mundo, en este Japón envuelto en el vertiginoso cambio tecnológico pero que se aferra aún a sus tradiciones más antiguas, en la comitiva mexicana el tema de conversaciones y susurros volvía siempre al giro que alcanzó el debate sobre la descertificación de México en materia de combate a las drogas.
Akihito quiso saber más de Juárez
Por la mañana --a las 9:30 en punto, tal y como lo marcaba la agenda--, el emperador Akihito y la emperatriz Mishiko llegaron al Palacio de Akasaka a despedir a su invitado. Antes del adiós, emperador y Presidente sostuvieron una última charla.
De pronto, Akihito le dijo: ``Cuénteme eso de que Benito Juárez era un indio zapoteca''. Y Zedillo le contó. Eso les llevó un rato. Luego otra vez hablaron sobre la visita que en mayo --el 12-- harán a México los príncipes Akishino, Fumihito y su esposa, y también se refirieron al viaje que el príncipe heredero hizo a Cancún. Le gustó tanto el turquesa del mar caribeño, que ya le recomendó a su hermano que no deje de conocer las bellas playas quintanarroenses.
Entonces el emperador se dirigió a Gurría: ``Sí, le han recomendado mucho que vaya a Cancún, pero le gusta más la montaña, aunque ciertamente no es donde se siente mejor''. El canciller le respondió: ``No se preocupe, nosotros nos encargamos''. Vino luego la despedida.
También los 73 hombres y mujeres del servicio del Palacio de Akasaka formaron una larga fila para despedir al presidente mexicano.
Enseguida, los Zedillo se dirigieron a la estación del ferrocarril y ahí tomaron el tren bala que los llevó a Nagoya, Kioto y, por la noche, a Osaka. Este recorrido ya no lo hizo el secretario de Hacienda, Guillermo Ortiz.
En Nagoya, uno de los polos industriales de este país y del mundo, Ernesto Zedillo volvió a insistir en la necesidad de fortalecer los vínculos económicos y políticos entre México y Japón, con la posibilidad de crear una relación estratégica que rinda frutos a las regiones de América Latina y Asia.
La estancia duró apenas un par de horas. De ahí a Kioto, hermosa ciudad que se extiende en las faldas de las montañas y en cuyo perímetro fueron construidos mil 600 templos budistas y 300 santuarios sintoístas. Kioto fue, después de Nara, y hasta el siglo pasado, la segunda capital del imperio japonés. De la estación del tren, la comitiva se dirigió de inmediato al Templo de los Mil Budas, una de las maravillas del arte oriental.
Antes de ingresar, el Presidente y todos sus acompañantes se descalzaron; los monjes budistas --rapados y ataviados con azafranes (especie de túnica) color naranja-- ofrecieron a los visitantes sandalias. La señora Zedillo prefirió caminar descalza. Lo mismo hicieron algunas otras de las mujeres de la comitiva y es que las zapatillas eran tan grandes, que resultaba más cómodo no usarlas.
Acompañados por el monje de mayor jerarquía y responsable del templo, Denchú Amano, funcionarios y empresarios se sumergieron --en la penumbra-- en el enigmático mundo de budas y deidades protectoras o guardianes del filósofo, desde el trueno hasta la lluvia.
En este lugar que ha sido elevado a rango de ``tesoro nacional'' pueden observarse --como su nombre lo sugiere-- mil imágenes distintas, aunque en realidad son mil más una: la del enorme Buda que se levanta al centro y fue tallado por el escultor Tankei, uno de los más prestigiados en el periodo de Kamakura, cuando tenía ya 82 años de edad.
Fundado hace más de 800 años, el templo de maderas preciosas --fundamentalmente ciprés japonés, muy apreciado aquí--, estuco y papel, recibe cuantiosos recursos de gobierno y profesantes, además de las tarifas de entrada que pagan miles de turistas que lo visitan cada año, pero apenas si son suficientes para mantener su esplendor.
Y es que sólo para restaurar todas y cada una de las imágenes --según le comentó el monje Amano al presidente mexicano--, tiene que pasar medio siglo y vuelta a empezar.
El Ceniciento de los Mil Budas
Ya de salida, en la escalinata de la puerta principal, los funcionarios volvieron a ponerse sus zapatos. El empresario Fernando Senderos, del Grupo Desk, se encontró con que del par que le dejaron sólo uno era suyo. Alguien se equivocó y se lo puso. Muy apurado, el dirigente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE), Héctor Larios, y otros destacados empresarios, le ayudaron a buscarlo. Fue inútil.
Senderos no paraba de lamentarse: ``Me costaron (el par de zapatos) un dineral y ahora sólo tengo uno''. Lo que no decía era que el zapato que le dejaron a cambio parecía más nuevo. El secretario de Comercio y Fomento Industrial, Herminio Blanco, se desternillaba de risa. Senderos se había convertido en una versión masculina de La Cenicienta, y no faltó quien lo comenzara a llamar El Ceniciento de los Mil Budas.
Esta tarde, medio fría y medio nublada, habría de terminar en el antiguo Palacio Imperial. Los mexicanos tuvieron una experiencia que millones de japoneses nunca llegan a tener en toda su vida: adentrarse en los territorios de la familia real. Ahí, entre la angustia de los anfitriones porque los periodistas ``se colaron'', la comitiva fue llevada al Salón del Trono, el mismo en el que Hirohito, padre de Akihito --al que amplios sectores de Japón aún le reprochan su alianza con Hitler-- asumió el poder.
Fue en ese salón donde se solicitó al presidente Zedillo estampara su firma en el libro de visitantes distinguidos: ``Con sincera admiración'', escribió el primer mandatario y remató con su firma. Entonces ofrecieron otro libro a la señora Velasco de Zedillo, para que dejara también constancia de su presencia.
En un gesto de cortesía, los funcionarios japoneses que hicieron las veces de guías mostraron a los visitantes una de las hojas y señalaron sonrientes: ``Aquí también estuvo la señora Cecilia Occelli de Salinas. Esta es su firma''.
``Qué bonita'', dijo amable la señora Zedillo y puso su nombre debajo del de su marido.