En el declive de su largo dominio, el PRI acusa a sus opositores: al PRD le llama ``partido de la violencia''; al PAN ``partido de la intolerancia''. Tales son las divisas con las que se presenta ante los ciudadanos, sin definirse a sí mismo, sino acusando a sus adversarios.
El PRD ha sido el partido que más ha contribuido a evitar la violencia. Desde su nacimiento ha tenido que convencer a muchos miles de mexicanos de que las acciones violentas contribuyen a la represión contra los opositores, y que las armas no son los instrumentos para encauzar la lucha en favor de la democracia.
En ese penoso trayecto desde 1988, el PRD ha dejado sembrados a más de 200 militantes, y la lista se sigue nutriendo de víctimas de cacicazgos y autoridades despóticas y criminales. En varias ocasiones este partido ha estado involucrado en hechos de fuerza, pero como víctima de atropellos.
En 1968, la versión oficial difundida por los medios de comunicación al servicio del despotismo diazordacista presentó a los estudiantes como delincuentes violentos, quienes dispararon --se dijo-- contra pacíficos militares que se presentaron con sus armas bien perfiladas en un mitin en la Plaza de las Tres Culturas. Muchos creyeron entonces, por desgracia, esa versión; hoy nadie (o casi) le otorga el menor crédito.
El partido de la violencia en México ha sido y es el PRI, es decir, el poder político establecido. No solamente ha recurrido sin descanso a la represión contra movimientos políticos y sociales, sino que creó unas pseudoinstituciones de justicia y seguridad pública enteramente lumpenizadas, al servicio del poder, pero también al servicio de sus integrantes: toda clase de criminales con placa y título, que llevaron la arbitrariedad policiaca y judicial a los extremos de la delincuencia organizada y de la narcopolítica.
La violencia priísta es de todo género, desde la caciquil hasta la que genera el despotismo presidencial, pasando por la tortura policiaca, la represalia sorda contra inconformes o disidentes en el aparato público, e incluso contra empresarios respondones o rebeldes. Esa violencia no ha dejado en pie a casi ningún sindicato verdadero en el país. Las cosas han llegado al asesinato político entre priístas.
Mandar matar campesinos, obreros o estudiantes inermes, como recientemente lo hizo Rubén Figueroa en Guerrero, no es algo extraordinario en México, sino parte del ejercicio del poder. La intolerancia cultural es también una característica del priísmo. Antes que el PAN clausurara estúpidamente una exposición de fotografías en Aguascalientes, el PRI lo hizo muchas veces en tantos otros lugares del país. Recordemos las cacerías de ``propaganda subversiva'' que se hicieron durante muchos años en México, y cómo el gobierno ha admitido las presiones de las buenas conciencias --tipo Provida-- para censurar filmes, exposiciones y otras expresiones culturales.
No es verdad que el PAN sea el único partido que pretende --a veces sí, a veces quién sabe-- imponer su propia moral a los demás; el PRI lo ha intentado a través de muchas formas y según el predominio de ciertas moralinas en la administración pública.
Las persecuciones contra homosexuales y lesbianas se producen por oleadas, pero siempre están presentes en alguna medida como expresiones de autoridades menores. Ahora mismo se realiza una cruzada contra las revistas pornográficas en la delegación Cuauhtémoc del DF, cuando imágenes semejantes se proyectan en salas cinematográficas o se venden en tiendas elegantes de la Zona Rosa. Quizá la diferencia con el PAN es que, casi siempre, las cacerías morales del PRI se traducen en negocios de mordidas, lo cual no impide tener sosegadas a las modernas ligas de la decencia.
Roque Villanueva es el escogido por Zedillo para organizar las campañas contra el PRD y el PAN. Pero aquél es un político menor, nombrado por alguien de la misma talla: ambos carecen de armas políticas para una contienda verdadera. El Presidente le pide a su partido que siga siendo mayoritario en el Congreso para que él pueda gobernar. Es decir, Zedillo no asume la posibilidad de realizar sus funciones al lado de legisladores que en su mayoría no obedezcan sus órdenes: su presupuesto de la gobernabilidad es la sumisión de los diputados.
Los gobiernos del PRI han ido de la violencia ilegal a la intolerancia, y de ésta a aquélla. Es parte de nuestra triste historia política contemporánea. Ya es hora de dejarla atrás.