El éxito exportador de los últimos años es ciertamente digno de celebración. Se trata de un cambio mayor y largamente esperado en la orientación del modelo de crecimiento de México. No obstante, al fincarse su impulso en un abandono tácito del mercado interno, su base de sustentación económica es endeble. El número de empresas y actividades productivas que participan en el dinamismo de las exportaciones es reducido. Es éste un proceso que tiene un doble origen fundamental: el sector maquilador (del que proviene 40 por ciento de la exportación bruta total) y algunas ramas de la industria manufacturera no maquildora (en especial las del complejo automotriz, cuyos intercambios son, en su mayor parte, comercio ``intrafirma''). El 10 por ciento de los establecimientos productivos con operaciones de comercio internacional en el país son la fuente de 90 por ciento del valor de la exportación total de bienes. Es decir, el modelo exportador vigente no incumbe más que a un muy pequeño grupo de unidades productivas y excluye a un vasto y en verdad mayoritario sector de empresas cuyo potencial de expansión ha sido desperdiciado o francamente destruido.
El alto grado de concentración de la actividad exportadora es un factor que limita la capacidad de arrastre positivo que, por sí misma (es decir, sin políticas de acompañamiento y en ausencia de metas estratéticas definidas), puede ejercer sobre el conjunto de la economía nacional. En el caso de la industria maquiladora, tal limitación está dada por su casi nula integración con el resto de la planta productiva. Este problema es reconocido en el Programa de Política Industrial y Comercio Exterior de la Secofi, pero los planteamientos de la dependencia para aprovechar el potencial de este sector por medio del fomento de cadenas productivas con proveedores nacionales, todavía carece -a pesar de encontrarnos ya a la mitad del actual periodo de gobierno- de definiciones programáticas y objetivos específicos. Es muy probable que ello se deba, en parte, a que las autoridades hacendarias se olvidaron de dar a conocer el Programa de Financiamiento del Desarrollo, documento inédito del que depende gran parte de los buenos propósitos de la Secofi en materia de fomento industrial.
En cuanto al sector no maquilador, sus limitaciones para fungir como locomotora del crecimiento están dadas por un problema secular de nuestra estructura productiva. Un problema que, lejos de reducirse (como lo pregonan los publicistas del modelo económico), parece haber incrementado sus dimensiones, al vaivén de la apertura desordenada que comenzó a finales de la década pasada. Me refiero al alto contenido de insumos importados de la oferta exportable. Para verificar este hecho, basta comparar la evolución de las exportaciones totales del sector no maquilador con la de sus exportaciones netas (en las que se deduce el valor de los insumos que las empresas deben adquirir en el exterior para producir los bienes que venden en el mercado internacional). Mientras el valor de las primeras no deja de incrementarse desde enero de 1995 (su valor se duplicó desde entonces y ahora ronda los 5 mil millones de dólares mensuales), las segundas se mantienen en una banda relativamente constante (en torno a promedios mensuales de mil 500 millones).
Esta evolución divergente sugiere que la economía está nuevamente en el punto en el que la exportación de bienes no maquilados genera un crecimiento más que proporcional de la importación de insumos. De hecho, la balanza comercial no maquiladora tuvo ya en el segundo semestre de 1996 un déficit acumulado de mil 140 millones de dólares. De aquí que el saldo comercial global de la balanza de pagos dismimuyera el año pasado en casi 10 por ciento, en comparación con 1995. Esta tendencia significa que toda ampliación que en adelante llegue a producirse en la plataforma exportadora del sector no maquilador -ampliación que exige la viabilidad del modelo económico- amenazará con recrear el tradicional desequilibrio externo que, a término, suele siempre restringir nuestros ciclos de crecimiento.
Este círculo vicioso no será roto por medio de la sola política de estabilización, a cuyos objetivos está totalmente subordinado el resto de los instrumentos de la política económica. Para operar una transición efectiva hacia una fase de crecimiento sostenido se requiere un cambio en las prioridades de la política gubernamental. Llegó el momento de invertir los términos, de dejar de subordinar el crecimiento a la obsesión de los grandes equilibrios para ponerlos al servicio de una expansión efectiva e incluyente de la producción. Es la hora de pasar ordenada pero firmemente de la represión de la demanda al imperio de las políticas enfocadas en la oferta y el ingreso. Es el momento de una verdadera política industrial.