Una de las consecuencias sociales más alarmantes del neoliberalismo es la fragmentación del movimiento obrero, la reducción del proletariado a mera ``fuerza de trabajo'' mercantil y desarticulada, precisamente cuando un aspecto esencial de ese sistema consiste en mantener elevadas tasas de desocupación. El miedo al desempleo y a la degradación social es uno de los más poderosos argumentos que paralizan la acción obrera y desquician sus posibilidades de acción conjunta y solidaria.
El neoliberalismo desearía que la ``fuerza de trabajo'' fuera simplemente objeto de contratación individual, sin capacidad de resistencia ni de acción conjunta. Ha procurado borrar la historia de más de 150 años de luchas obreras y sindicalistas. La solidaridad de clase es destruida, mistificada y cambiada por un trabajador que tendría todas las competencias imaginables para actuar como sujeto pleno en el mercado, como agente económico individual, en el que supuestamente obtendría una y mil ventajas.
Ecos de esta visión del mundo se reconocen en las transformaciones ``privatistas'' de nuestro Seguro Social, y las vemos florecer en la inconsiderada campaña comercial de las empresas privadas que obtuvieron concesión para organizar Afores. Ahí, cada trabajador es considerado como individuo aislado y singular, como sujeto especial y diferenciado de crédito, con plena capacidad para contratar y recurrir a las ventanillas de cada empresa. La mistificación llega a sus últimas consecuencias: la subsistencia del trabajador no depende ya de su solidaridad de clase sino de su ``asimilación'' a los ``libres'' agentes de la economía en el mercado.
En más de un aspecto la ejecución del neoliberalismo en México se valió de estructuras políticas y sociales que en nuestra historia habían servido para otras metas y propósitos. La centralización del poder político había tenido la finalidad de ``aglutinar'' en la revolución a las fuerzas sociales en diáspora y confrontación, de construir un nuevo Estado, nuevas instituciones, y cumplir el programa revolucionario. Con la llegada del neoliberalismo, ese mismo poder centralizado sirvió para entronizar medidas radicalmente contrarrevolucionarias.
Es el mismo destino que ha seguido nuestro movimiento obrero: de soporte político de la nacionalización del petróleo a recio aparato de control para hacer ``digeribles'' las más desgastantes y brutales medidas antisociales del neoliberalismo.
Allí han estado la CTM y el Congreso del Trabajo (CT), ejerciendo sus poderes de control corporativo, apuntalando los ``desequilibrios'' de nuestra economía, apoyando incondicionalmente la demolición de nuestro Estado benefactor.
La desmovilización es el mejor camino que encuentra nuestro sistema corporativo para reconocer la tragedia que lo cerca. Este año será el tercero consecutivo en que CTM y CT deciden suspender la conmemoración del 1o de mayo. Tienen razón. Habría sido una ocasión en que, de manera casi fatal, se expresarían fuertes protestas antigubernamentales. La fragmentación de la clase obrera, la pérdida de sus capacidades para la lucha colectiva, el desmantelamiento del Estado benefactor y de las instituciones sociales, tales son algunas de los herencias sombrías del neoliberalismo y del endiosamiento del mercado en nuestro país.
¿Hasta cuándo? Imposible predecir. El ascenso de las luchas obreras no sólo depende de la ``conciencia de clase'' (o del empobrecimiento extremo de los trabajadores), sino de infinidad de factores políticos que están muy lejos de madurar y producirse en nuestro país.
A nivel mundial se vive el decaimiento de la clase trabajadora en las luchas sociales y por la democracia. Seguramente el desastre del ``socialismo real'' es, entre otros, un factor explicativo. Pero no el único. El hecho de que las luchas sociales y democráticas se hayan desplazado en los últimos años a la sociedad civil es significativo, y debería dar claves interpretativas. Hay muy pocas excepciones de ese retraimiento general del movimiento obrero: lo fue Francia hace año y medio, y ahora pareciera que se retoma de nueva cuenta la estafeta.
Veremos hasta dónde y hasta cuándo persistirá esa marginación del movimiento obrero respecto a las transformaciones democráticas de México. Ya no aparece históricamente la clase trabajadora como ``la clase universal'' de la ``salvación universal'', pero sin duda su presencia en la profundización de la democracia en nuestro país sería invaluable.