Arnoldo Kraus
Clonación: politizar la biología

No se requieren gafas para comprender: el mundo es, a la vez, ancho y angosto. Ancho por las beldades y maravillas de la biología, ya sea en la naturaleza o en la que da vida a nuestra especie. Angosto, paradójicamente, debido al mismo ser humano, que se empecina en modificar el orden natural y aniquila sin cesar. Las recientes revelaciones en torno a la clonación compendian, como suele serlo, la inteligencia del ser humano con las infinitas posibilidades de la biología. El enfoque que se le dé no depende nuevamente de prismas ni de dioptrías: su buen o mal uso compete sólo al humano.

Desde hace años, la crudeza de la cotidianeidad ha suplido mi ingenuidad y buenos deseos. Cada vez resulta más difícil sorprenderse o alarmarse: las calles y los periódicos aseguran que cualquier novela de terror es corta y parca. Sin embargo, admito que algunas opiniones recientes en relación a la clonación levantaron algunas costras viejas. Clinton se manifiesta sorprendido, el Vaticano horrorizado y los periódicos saturan sus páginas angustiados por la posible creación de nuevos Hitleres o imaginando qué sería el mundo si otro Beethoven se fabricase. Sorprende, pero sobre todo irrita, la inocencia de estos y otros comentarios afines: que los biólogos clonen --clona: organismo genéticamente idéntico a otro-- preocupa a los ``directores del mundo'', pues presuponen que pronto se crearán duplas humanas cuyas amenazas podrían predominar sobre los beneficios. Nada más equivocado: amén de que la ciencia aún no cuenta con suficientes herramientas para clonar humanos, la naturaleza, a pesar de ser la mejor ``experimentadora natural'' --los gemelos idénticos son clonas-- sabe que mientras un gemelo puede ser criminal el otro puede ser político. Inquietud paralela y mentira infinita, siempre embozada, y que revela la insuficiencia biológica, de conocimiento y ética de nuestros jerarcas, es que a pesar de no crear ni bautizar dollies --Dolly es el nombre del borrego escocés que recientemente se clonó--, en las últimas décadas el ser humano no ha dejado de clonar. Después de Hitler nació Sarajevo, de Bangladesh llegamos a Ruanda y del PRI al PRI.

¿Son diferentes las matanzas en Europa, el hambre en Asia-Africa o la impunidad y la corrupción del México de ayer al de hoy? La respuesta es no. La clonación extraprobeta y fuera de los ámbitos de la biología molecular, es avalada y aprobada en silencio. Sea porque conviene, sea por las oscuras reglas del poder, la perversidad siempre ha arropado humanos idénticos aunque procedan de otras células.

Las angustias cimentales de los ``políticos eticistas'' carecen de fundamento. Reverberan en el ambiente términos amenazadores que a fuerza de repetirse confunden al lector desarmado: eugenesia, clonación de seres humanos y procreación ``selectiva'' son los más representativos.

Reconciliemos ciencia y humanidad. Como ya lo dije, no hay por ahora posibilidades (y creo que tampoco deseos) para clonar humanos. No hay científico que pretenda reinventar a Hitler, ni médico o biólogo que ignore que por medio de la reproducción sexual se crean nuevas combinaciones genéticas que fortalecen la especie. Aún hoy, bajo las tormentas de las distancias humanas, la gran mayoría de lo biólogos y médicos que investigan siguen cobijados por la idea del bien. Por la aureola de la ética y del afán de servicio en pos de modificar algunas enfermedades. La biotecnología y la ingeniería genética maduran continuamente, y por medio de la terapia génica algunas enfermedades devastadoras caracterizadas por deficiencias protéicas o enzimáticas tienen ahora visos de solución.

Al hablar de clonación, los disparates de políticos o credos omnipresentes deben leerse con frialdad. No hay que condenar a la ligera los avances de la ciencia sin antes reparar que las mismas voces han sido copartícipes en la destrucción de bosques, en la desaparición de especies, en el desalojo de comunidades que cohabitaban armónicamente con la naturaleza o en la contaminación de todo lo que la naturaleza puso a nuestro servicio. Quienes temen que Huxley regrese se equivocan. Un mundo feliz es pequeña página de la imaginación. No hay que preocuparse por los científicos escoceses o estadunidenses ni por sus borregos o simios. Hay que voltear a los políticos del mundo, quienes se clonan, autoclonan y reproducen macabramente todos los días.