Hay que reconocer que muchos de los políticos norteamericanos son un tantito prepotentes. Pero junto a esa condición tan conocida, me da la impresión de que en estos últimos tiempos agregan una buena ración de tontería endémica. Al menos los señores que han tomado a México como víctima propicia de sus necesidades con motivo de la famosa certificación.
Incluyo en el grupo a la nueva adquisición de Bill Clinton, la muy de moda señora Albright, doña Madeleine, la mujer más despistada del mundo que ignoraba, eso dice ella al menos, su origen judío. Eso me recuerda la famosa descripción que hacía Salvador Novo: cejijunto, barbicerrado, coñodicente y permanentemente encabronado. ¿Sería español?
Pero esta doña no viaja sola: la acompañan los abogados del Gobierno norteamericano que, según la oportuna nota de nuestros corresponsales Jim Cason y David Brooks (¡qué excelentes reporteros!) se han atrevido a decir que su representado, el señor Gobierno, ``no puede garantizar la seguridad de los fiscales estadunidenses o los abogados del solicitante (Mario Ruiz Massieu)...'' en su viaje a México para grabar declaraciones de Raúl Salinas de Gortari.
Pero también la juez Atlas (¿será la hija de don Charles?) encargada del proceso en trámite en contra de Mario Ruiz Massieu, se da el lujo de autorizar el desahogo de la prueba en México ``en la Embajada de Estados Unidos, en la ciudad de México, o en una ubicación alternativa, segura de que podría (¡podría!) ser designada por las autoridades mexicanas en custodia de Raúl Salinas de Gortari''.
La tal Madeleine ha decidido colocar a México bajo un microscopio para ver si cumplimos con los arrestos de capos. Me temo que eso excede del derecho a rescindir contratos no cumplidos que mencioné la semana pasada. No estamos obligados a soportar tanta tontería y, en el fondo, una profunda falta de respeto.
En rigor, la tal señora pretende ser una especie de auditora externa sin cuya intervención no se podrá dar validez a nuestros balances. Estos, en lugar de contener referencias a activos y pasivos, ahora deberán mostrar lindas fotografías con numeritos de cada uno de los narcos que hayamos ido pepenando.
¿Tenemos realmente que soportar las impertinencias de esa señora?
Lo de la seguridad de los representantes del gobierno norteamericano y de los abogados de Mario Ruiz Massieu durante sus gestiones en México sería motivo de risa si no fuera tan trágico, por lo que implica de actitud de desprecio hacia nosotros. Y la exigencia de la señora juez de que se desahogue la diligencia en la Embajada norteamericana, bajo limitaciones de tiempo (dos horas de filmación para cada parte), o en un lugar seguro que podría ser designado por nuestras autoridades, es otro insulto a la dignidad mexicana, además de ser la expresión de la más estúpida ignorancia de las reglas internacionales que regulan los servicios judiciales de un país a petición de otro.
Así como en los casos en que un juez nacional requiere de otro igual que desahogue alguna prueba en su jurisdicción, el término que se usa es el de ``exhorto'', lo que implica también una cierta petición pero con exigencia; tratándose de asuntos internacionales se envían ``cartas rogatorias'', esto es una súplica de ayuda. A ningún juez mexicano se le ocurriría indicar a un colega de otro país cuánto tiempo debe dedicar a la prueba ni le podría imponer un lugar específico para desahogarla, salvo, claro está, en el caso de una inspección, y mucho menos cuando se trata de recibir la declaración de un encarcelado.
Tampoco haría maldita la falta la presencia de un camarógrafo norteamericano bajo juramento, porque imponer que así se desahogue la prueba es un insulto en contra de nuestra propia capacidad de hacer las cosas.
Yo sé que digo una barbaridad, pero, ¿no habrá llegado el momento de decirle a esos señores que se guarden sus ayudas en donde les quepan y nos dejen en paz para resolver por nosotros mismos nuestros problemas? En eso todos estaríamos de acuerdo.