José Steinsleger
Prometeo desenmascarado /III y última

En pleno siglo de las luces, el pedagogo Jean Jacques Rousseau (1712-1778), explicó cómo debían ser educados los niños. Pero antes optó por abandonar a cinco de los suyos en cinco orfelinatos diferentes.

De la época, escasas son las referencias sobre Madame de Beaumont. Sin embargo, es probable que el motivo que la llevó a escribir La Bella y la Bestia (1757) haya tenido origen en el rechazo por igual del racionalismo enciclopedista y el romanticismo desmelenado de los antirracionalistas.

Más acá de las docenas de versiones que hasta nuestros días han merecido los patrones estéticos que rigen el ser ``lindo'' o ``feo'' (y que influyen sugestivamente en la percepción del ``bien'' y del ``mal'') La Bella y la Bestia parece haber sido la reacción femenina contra el ``perfil griego'' y las ``formas perfectas'' puestas de moda por las primeras excavaciones arqueológicas que mostraban la magnificencia de la escultura helénico-romana. A fines del siglo XIX el tema fue motivo de inspiración para las angustias que en Occidente suscitaba el paso del tiempo. ``Juventud es belleza'' dice Oscar Wilde en El retrato de Dorian Gray.

Los poetas del romanticismo dejaron una experiencia maravillosa. Pero de paso hicieron una mescolanza entre la Venus de Milo y el ideal virginal de la Edad Media. J.F. Goethe (1749-1832) se enamoró perdidamente de la novia de un amigo suyo. Y como ella le debe haber dicho que era feo escribió una novela en la que en vez de suicidarse prefirió suicidar al joven Werther, abriendo de par en par las puertas del romanticismo.

Sin que se le consulte nada, la mujer pasó súbitamente a ser causa de suicidios, enfermedades y otras ``patologías del alma''. El suicidio por causas del amor despechado se puso de moda. Enloquecer y enfermar, luchar por causas ajenas como Lord Byron o morir en el transcurso de un duelo por pretender una niña casada como Ferdinand Lasalle, precursor del movimiento obrero de Prusia, fue visto como un acto de distinción.

Otro poeta precursor del romanticismo, Novalis (1772-1802), escribió en Granos de Polen: ``La virgen es la más acertada imagen del futuro... Toda enfermedad será el principio de la entrañable unión de dos seres: en el momento en que se amara el sufrimiento, se hallaría la más encantadora voluptuosidad... tan sólo la razón separa a las mujeres del amor''. Para no ser menos, August Moebius (1790-1868), el de la cinta, invirtió años de tenacidad germánica para demostrar ``irrefutablemente'' que la mujer es una ``débil mental fisiológica''.

En semejante contexto cultural la lucha de la mujer sólo pudo ser muy lenta. En plena revolución francesa Olympia de Gougés publicó La Declaración de los Derechos de la Mujer (1791) donde protesta por el olvido de la mujer en la solemne Declaración de los Derechos del Hombre. Dos años después, Olympia fue acusada de complicidad con el enemigo y su cabeza fue a parar a la canasta del verdugo. Para conjurar otras iniciativas similares Robespierre prohibió por decreto la participación de las mujeres en política.

En los acelerados tiempos de la modernidad la cultura occidental condenó la poligamia. Pero ninguna ley la condenó explícitamente. En cambio sí hubo legislación y penas contra la bigamia en tanto que el prostíbulo y la ``casa de tolerancia'' levantaron las columnas del matrimonio burgués. De ahí la delicada galantería del hombre con las mujeres de su rango, ausente cuando trata con las mujeres de las clases desposeídas. Un desprecio que sólo podía enaltecer a la prostituta pues su determinación de seguir siendo mujer era también prueba de su fortaleza como ser humano.

La causa de Olympia de Gougés fue retomada por la inglesa Mary Wollstonecraff, casada con el anarquista William Godwin y pionera del feminismo. Autora de Reivindicación de los derechos políticos de la mujer, Mary murió al dar a luz a una niña del mismo nombre. Receptiva a los ideales de sus padres Mary Godwin contrajo nupcias, a los 19 años, con el poeta romántico Percy B. Shelley.

Los historiadores de la medicina recuerdan a Mary Shelley por El último hombre (1823), libro en el que reflexiona sobre la futilidad de la política cuando la humanidad está sentenciada a morir por las plagas epidémicas. Sin embargo, otro libro publicado en 1818 en el que subyace la decepción ante los supuestos de la razón y el progreso, fue el que la hizo famosa. Se trataba de una novela de terror inspirada en una leyenda griega: Dr. Frankenstein, el moderno Prometeo.

Como se recuerda, Prometeo amasó con tierra y agua el cuerpo humano hasta darle vida, entregándoles a los hombres el fuego del saber. En la novela, Mary Shelley narra la vida de un científico que muere a manos del monstruo creado por su razón. En el pasaje en que el Dr. Frankenstein habla con el engendro al que dio vida en su laboratorio injertándole pedazos de cadáveres y un cerebro privilegiado, el monstruo gime desesperadamente diciendo que de nada le sirve la vida: ``Me falta afecto y amor'', reclamó el engendro. El Dr. Frankenstein respondió: ``Lo que pides es imposible''.