Más que ganar, la responsabilidad de un partido democrático es ofrecer claridad en el rumbo y en el significado del cambio. No basta hacer del juego electoral un simple movimiento de relevo; sería frustrante e irresponsable. La vía electoral debe ser camino para la transformación de sociedad e instituciones, y la legitimación de una nueva mayoría política ha de ser puerta de un proceso revolucionario. Sólo así puede convertirse la ruptura en transición.
Hoy la irresponsabilidad política se esconde en el pragmátismo ``democrático'' y convierte la opción en pretendida mediación; es fácil cambiar el compromiso partidario por el pactismo y la ``gobernabilidad''. Lo ético es también eficiencia y el partido que releve al viejo régimen sólo podrá hacerlo con mujeres y hombres comprometidos con un programa de transformaciones, que en México se llama revolución democrática.
Esta condición conducirá a un proceso de cambios legislativos antineoliberales en beneficio de los mexicanos y su soberanía, y llevará al referéndum y a formas plebiscitarias; a una nueva mayoría de diputados que no caiga en la prevaricación política, justificada en la búsqueda de consensos; en términos gramcianos, una nueva hegemonia política e ideológica.
En la sociedad hay consenso contra el PRI: éste ya no es solución, sino parte fundamental del problema, y ya se le acabó el tiempo. Pero la ola pragmática que se ha extendido a los partidos no llena las expectativas del pesimismo social. De ahí que el mensaje opositor deba ser claro no sólo en discurso, compromisos y formas de hacer la política futura, sino también con los nombres de quienes representarán al partido y a los intereses del país. Hay dos maneras de tejer la coyuntura electoral: con el hilo de la incertidumbre o con hechos que apunten hacia la articulación de esa fuerza política.
Además del propósito de relevar al PRI, ¿existe una oposición antineoliberal? ¿Qué debería hacer una organización de este corte como nueva mayoría política expresada en partido, movimientos, jefatura del gobierno urbano, ARDF y Congreso? El neoliberalismo marca una diferencia entre oposición y partido de Estado, así como entre la misma oposición, lo cual hace muy complejo el relevo, pues el neoliberalismo radical y ultraconservador puede ser sustituto del neoliberalismo surgido como malformación del estatismo. Para un partido antineoliberal un triunfo conlleva la responsabilidad de garantizar reformas que eleven las condiciones de vida y trabajo y restauren los derechos cercenados.
Tanto en el DF como en el Congreso hay posibilidades de relevo opositor. Pero el PRD calcula un triunfo que se contradice con los hechos, dado el peso que dan facciones y grupos dirigentes a las candidaturas plurinominales; ante esto sucumben muchos aliados externos, lo cual manifiesta una alianza minoritaria, pues hay contradicción entre lista plurinominal y candidatos uninominales lo que tiene un efecto poselectoral demoledor: los triunfos por mayoría reducen la lista plurinominal tan despiadadamente como la falta de votos. Así, un triunfo mayoritario dejaría fuera del congreso y de la Asamblea Legislativa del DF las prioridades de grupos y facciones, interesadas en un porcentaje alto de votos, sin que se conviertan en triunfos por mayoría, pues reduciría su peso dentro de partido y congreso. En este debate se priorizan cuotas sobre perfiles de candidatos en un absurdo método de selección e integración de candidaturas, lo que demuestra debilidad de la dirección que no es capaz de anteponer una estrategia general por encima de intereses personales y de grupo.
La falta de perspectiva ante la posibilidad de triunfo se esconde tras el pragmatismo que busca incorporar todo lo que deje votos, pese a las implicaciones, y que refleja irresponsabilidad. El PRD se pierde entre la necesidad de abrirse y confundirse; entre sumar pero manteniendo un rumbo preciso; entre lo que es la base plural de una propuesta o un acuerdo, y una política sin programa ni principios.
La próxima legislatura será histórica debido a su composición y el PRD no puede darse el lujo de perder a uno solo de sus integrantes. Por responsabilidad debe ser una fracción coherente, integrada y diferente a la del PAN y la del PRI. Los candidatos asegurados deberán ser no sólo diputados, sino los futuros presidentes de las comisiones de hacienda, presupuestos, gobernación, trabajo, derechos indígenas, campesinos, energéticos... La próxima fracción perredista debera ser cuantitativa y cualitativamente distinta, y en ello debería trabajar una dirección visionaria. Si no, ¿para qué ganar?.