El ministro de relaciones exteriores de Venezuela sugiere que en la próxima Combre Iberoamericana, a fin de año, habría que proponer una contracertificación de América Latina hacia Estados Unidos. Y uno se queda así pensando si se trata de una idea genial o de una tontería. Siempre es bueno intentar desfacer entuertos pero, antes de hacer el ridículo, valdría la pena intentar entender el origen de los mismos. A riesgo de simplificar en exceso una situación seguramente más compleja, habrá que reconocer que hasta ahora ha sido Estados Unidos el que certifica a América Latina, y no al revés, por una razón muy sencilla que tiene que ver con pesos y densidades gravitacionales. Veamos. Con una población correspondiente al 55 por ciento de la población latinoamericana, Estados Unidos genera cada año una cantidad de riqueza cuatro veces superior. Este es el punto. Si a esta gigantesca asimetría añadimos la arrogancia de quien se siente ``nación imprescindible'', es obvio que no cabe duda sobre quién certificará a quién, ahora y en el futuro, si esta asimetría no es corregida.
Desde la política pueden tomarse iniciativas para modificar marginalmente la relación de fuerzas que los datos económicos reflejan brutalmente, pero no hay corrección sostenible en el tiempo si no se corrige la asimetría descomunal entre el norte y el sur de este continente. La insolencia estadunidense tiene de su parte la fuerza incuestionable de los números. Se podrá incluso llegar a certificar a Estados Unidos desde América Latina pero nadie tiene el derecho de esconderse que esta sólo es una forma para atenuar la humillación previa y no una forma para evitar su repetición en el futuro.
El problema no es de aquéllos que se resuelvan con palabras. Hay que modificar los hechos. Y el hecho sustantivo es que la asimetría entre las dos mitades de este continente se ha ensanchado en los últimos años y todavía nada nos indica que las cosas estén destinadas a mejorar en el futuro cercano. Veamos los números. En 1965 el PIB (Producto Interno Bruto) latinoamericano representaba apenas el 14 por ciento respecto al de Estados Unidos. En 1980, sin embargo, la relación de fuerza entre las dos Américas daba claras señas de haber mejorado sensiblemente, pasando el indicador en cuestión al 28 por ciento. Ahora estamos probablemente alrededor de un 22 o 23 por ciento. Así que en la útima década y media hemos desandado el camino y las distancias intra-americanas se han ensanchado. ¡Valiente modernización latinoamericana!
Más allá de éxitos parciales, más o menos importante, es imposible ocultar la evidencia: el sur de este continente sigue viviendo una crisis del desarrollo que lo entrega a ser víctima de arrogancias externas motivadas por sus propias impotencias internas. La vida y la dignidad de Bizancio no pueden depender de la comprensión y amabilidad de los turcos.
Hay por lo menos dos datos que indican claramente que la región sigue sin revertir las tendencias de su creciente debilidad económica frente a Estados Unidos. No obstante el aumento de las exportaciones manufactureras regionales, entre 1980 y mediados de los 90 las actividades manufactureras pasan del 25 al 21 por ciento del PIB regional. Y, para empeorar el escenario, en las mismas fechas, la tasa de ahorro promedio pasa del 23 al 20 por ciento.
¿Vamos hacia adelante o vamos hacia atrás? Lo más probable es, aunque parezca paradójico, que sean cierta las dos cosas. Y esto se llama crisis del desarrollo. Y mientras las cosas sigan así que no nos asombre la ingenerosidad de Estados Unidos hacia una región del mundo que nunca recibió del norte ni grandes muestras de respeto ni menos aún de algo que mereciera el nombre de generosidad.