Adolfo Sánchez Vázquez dividió su último volumen de ensayos marxianos en dos apartados. El inicial, de acuerdo a su criterio, corresponde a cuestiones estéticas y el segundo a cuestiones artísticas. El primero de los estudios incluidos en esta antología data de 1966 y está dedicado a un autor que fue muy leído, principalmente durante la segunda mitad de los años sesenta y setenta. Me refiero a Galvano della Volpe en su Crítica del gusto.
Se trata de un pensador coherente, que escribe su tratado en pleno apogeo de la linguística estructuralista, sin que por ello pueda ser considerado meramente semiólogo. Puede ser que el pensamiento dellavolpeano, con todo y sus méritos, resulte anticuado para el lector que de años a la fecha se ha encontrado bombardeado con estudios sobre ``posmodernismo'', tema que no les es ajeno a Sánchez Vázquez y que trata brillantemente en el apartado ``modernidad, vanguardia y posmodernismo''. Este último término, a mi modo de ver, en cierto aspecto implica retornar a postulados románticos que Della Volpe objeta.
Es tan racionalista el italiano, que asigna una función cognoscitiva a la poesía, cosa en la que se puede estar de acuerdo sólo si se toma en cuenta lo siguiente: para gustar de algo, para que las emociones surjan, para que la respuesta estética se produzca, la aprehensión es indispensable y ésta no sólo se corresponde con los procesos intuitivos (aunque la intuición es también una forma de conocimiento), o con las respuestas emotivas, sino con el intelecto.
El enunciado socrático es correcto: ``nadie ama lo que no conoce''. Sea como sea, la respuesta estética ocurre inicialmente a partir de una función cognitiva, y puede ser tanto de agrado como de desagrado. En cierto momento Sánchez Vázquez saca a flote una cuestión otrora planteada por Lukacs. Se trata de comparar o de calibrar a Franz Kafka frente a Thomas Mann. Y el dilema es la asignación que Lukacs plantea: ¿decadencia artística (el primero) o realismo crítico? (el segundo). Si al lector le interesa el binomio le sugeriría que además de acudir a este libro, lo haga a El arte de la fuga de Sergio Pitol, uno de cuyos capítulos versa precisamente sobre tal confrontación, resuelta de manera excelente.
Della Volpe está contra todo romanticismo o misticismo estético, advierte Sánchez Vázquez. Al analizar esto anota: ``conocer es superar lo que hay de caótico en lo inmediato o bruto, es instaurar orden, unidad y coherencia''. Yo me digo a mí misma: eso es precisamente lo que intenta el espectador cuando se enfrenta a una obra de arte que no es ni ordenada ni coherente, pero a la que le encuentra sentido, sin que en todos los casos pueda explicarse si ese sentido se debe a su estructura misma, a su carácter ``novedoso'', a su comicidad o simplemente a su pertinencia en relación con los tiempos en que se produce. Sin embargo, en contra de Della Volpe yo diría que no es un contrasentido hablar de una ``coherencia fantástica'' instituida por la fantasía o la imaginación.
De pensar así, descartaríamos de nuestro acervo cultural, Un perro andaluz y La edad de oro de Luis Buñuel. En la primera película colaboró Salvador Dalí, en la segunda la mancuerna se había debilitado en extremo. Aquí hay quizá dos ejemplos de ``universales fantásticos'' que no reciben su universalidad de la razón.
No sucedería lo mismo con imágenes plasmadas por Dalí pictóricamente: la pintura, cualquier pintura, requiere de ``la mano que dirige el intelecto'' de la que hablaba Miguel Angel, aunque sea tan visceral, tan reveladora de procesos preconscientes como las pinturas negras de Goya. A esto debe añadirse que las leyes del azar --inconocibles-- rigen ciertos procesos creativos propios de la pintura, de la poesía y aun de la música, pero en todas formas, si la frase, la imagen azarosa, el intervalo o la reiteración acuden espontáneamente, es el autor quien decide si quedan o no en la composición.
¿Pero quiénes son los que logran, de algún modo, apropiarse de productos artísticos de variada índole? Son los que, sea por la razón que fuere, empezaron a leer poesías, a observar pinturas, grabados, etcétera o a escuchar cierto tipo de música, adiccionándose a ello. Con el correr del tiempo se logra ampliar los universos estéticos, porque sólo mediante la exposición continua o al menos frecuente de este tipo de productos es posible, para cualquier sujeto, establecer patrones comparativos que le permitan preferir ciertas cosas sobre otras. Así se forma el ``gusto'', pero el gusto jamás es universal, es siempre subjetivo e individualizado, aunque susceptible de adherirse a otros gustos. Es así que se forman consensos.
Otro de los trabajos incluidos en la antología que comento contiene una observación en extremo pertinente hoy día. Dice Sánchez Vázquez: (existe) ``la tendencia a considerar la función estética no sólo en el producto, sino también en la actividad creadora que desemboca en él''. El libro Cuestiones estéticas y artísticas contemporáneas de Adolfo Sánchez Vázquez (FCE) fue presentado en dos sitios: de Facultad de Filosofía y Letras y el Museo de Arte Moderno. Es de lectura obligada para los interesados en el campo artístico.