Alberto Aziz Nassif
Estados Unidos y la crisis mexicana
Un Estado que sufre de aguda descomposición en sus instituciones de impartición de justicia, es un Estado que tiene un problema grave; si además, ese país está siendo presionado por su principal socio comercial, y uno de sus aliados más importantes en la construcción de su modelo económico, entonces el caso es doblemente delicado. Sin duda el país atraviesa por una de las crisis más importantes de las últimas décadas, tanto en sus instituciones como en su relación con Estados Unidos.
Pasará a la historia la frase de la secretaria de Estado, Madeline Albright, de mantener a México bajo una observación de microscopio, metáfora insultante que sintetiza de forma clara el complicado momento por el que pasan las relaciones entre los dos países. Ahora se abrió un nuevo capítulo en la relación bilateral que cruza por varias rutas: el sistema político mexicano es juzgado entre la Casa Blanca y el Congreso; la agenda negra del narcotráfico y la migración se han colocado por encima de la agenda de desarrollo; la intervención norteamericana en la política mexicana está llegando a grados insoportables; el momento político de los dos países es muy diferente, porque mientras en Estados Unidos Clinton está empezando su segundo periodo de gobierno, en México Zedillo va a las elecciones intermedias y está en juego la segunda parte de su sexenio; con la posible revocación del certificado de ``buena conducta'' el Congreso norteamericano pone a prueba el sentido y el futuro de la alianza entre los dos gobiernos.
La narcopolítica ha evidenciado la crisis institucional por la que atraviesa el sistema político mexicano. Una parte fundamental del problema es que no contamos con una institucionalidad para contener la avalancha. El presidente Zedillo lo formuló así: ``No tenemos las condiciones de seguridad; no tenemos la vigencia del Estado de derecho que se requiere para que México se desarrolle...'' (La Jornada, 8/III/97). La decisión de descertificar a México del Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, el pasado 6 de marzo, es una pieza que no tiene desperdicio. Los ``aliados'' del gobierno mexicano defendieron a su vecino del sur como su patio trasero, en la vieja tesis de que si Estados Unidos presiona demasiado a los mexicanos, se puede crear una situación de inestabilidad que también va a afectar a los estadunidenses; por su lado, los ``antagonistas'' reconocieron su error de haberse aliado al PRI. Según nuestros vecinos, lo que está en juego es la posibilidad de crear una crisis política en México. ¿Qué tanto es factible?
La información de la narcopolítica que ha salido a la opinión pública en las últimas semanas ha creado el efecto de poner a México contra la pared, como se verá estos días en el famoso juicio a Mario Ruiz Massieu en la Corte de Houston. Desde el punto de vista de la soberanía mexicana es inadmisible el procedimiento de certificación estadunidense, pero desde la perspectiva de la política real entre los dos países, México buscó esa aprobación y en caso de la revocación se vería seriamente afectado. El instrumento de la certificación es una intromisión agresiva en la vida interna de los países, sin embargo, el factor Estados Unidos ha jugado un papel básico para el gobierno mexicano desde el ``error de diciembre'' de 1994 con el paquete económico de rescate. La debilidad del gobierno mexicano se ha visto compensada en cierta forma, por la fortaleza de la alianza con el gobierno de Clinton. Sin embargo, desde que apareció la certificación en el camino, las cosas se han complicado para los aliados.
Esta crisis ha actualizado el debate sobre la alternancia mexicana. Lo que deben saber en Estados Unidos es que el apoyo a Zedillo no es ajeno del apoyo al PRI, y menos después de que el presidente se puso, de fea manera, la camiseta priísta en el último aniversario de ese partido. Desaprobar a México no significará una reprobación del país, sino de un gobierno que ha sido incapaz de defenderse del narcotráfico y que tampoco ha sido un defensor muy activo de la soberanía. Pero lo más importante es que en México la sociedad ya ha asimilado que la estabilidad y la gobernabilidad del país no dependen de que el PRI siga en el poder. El gobierno de Washington debe entender que los mexicanos no necesitamos de intervenciones norteamericanas para terminar nuestra transición democrática.