Héctor Aguilar Camín
La querella americana
Es difícil acotar y responder la querella planteada por la descertificación del Congreso americano a los esfuerzos antidroga de México. No se trata de un pleito con el Ejecutivo ya que el presidente Clinton certificó y ha dado antes pruebas claras de apoyo, financiero y político, a su vecino del sur. El pleito no es con Clinton, sino con el Congreso, es decir, con parte del Congreso. También, con la Drug Enforcement Agency, la DEA, cuyas huellas pueden rastrearse a todo lo largo del debate actual. Sería estúpido e impráctico enderezar las baterías nacionalistas de México contra Estados Unidos como un todo y no contra quien en verdad propone la querella.
Situado el pleito en el ámbito del Congreso, todavía es difícil articular una respuesta. Las palabras públicas duelen a veces más que los hechos privados, pero han de reconocerse dos cosas. Primero, las declaraciones de funcionarios y congresistas americanos no son actos de intervención en la vida política de México, del mismo modo que una bravata no es un golpe. Segundo, las notas más críticas que se han escuchado en el Congreso americano, las que suenan más intervencionistas, se refieren a la corrupción crónica de México y a la conveniencia de echar al PRI del poder. Estados Unidos, ha dicho el senador Hollings, se ha estado equivocando de amigos en México. Debería favorecer la llegada al poder de los amigos correctos.
Una raíz del asunto es la arrogancia estadunidense, reforzada hasta el narcisismo por su triunfo en la guerra fría. Estamos frente a expresiones de un nuevo unilateralismo internacional que es despótico y provinciano: juzga sin contrapeso con reglas impuestas por criterios locales. En el caso de México es difícil responder o refutar sus juicios. Muchos mexicanos los comparten. Los propios mexicanos son en gran medida responsables de ellos. En su afán democrático, México se ha sometido a una autocrítica feroz, rayana por momentos en el masoquismo. Nadie ha ido más lejos en la descalificación de México que los mexicanos. Irrita las cuerdas nacionalistas oír en boca de políticos extranjeros argumentos que los mexicanos han vuelto moneda corriente. ¿Cómo encontrar pérfido e intervencionista en labios de otros lo que juzgamos virtuoso y democrático en los nuestros?
Coincido en que no le vendría mal al país un chapuzón de sano nacionalismo para hacer frente a su nueva vecindad --más compleja, más rentable y más conflictiva-- con Estados Unidos. Pero hay que hacer algunas acotaciones. El primer beneficiario de una escalada oficial en tonos nacionalistas serían el gobierno mismo y su partido, ése al que tantos nacionalistas agraviados querrían ver fuera de palacio nacional. Luego, como lo estamos viendo hoy en Estados Unidos y en algunas respuestas mexicanas, no es fácil discernir dónde termina el sano nacionalismo y dónde empieza la beatería patriotera, con sus pasiones aldeanas y sus hipócritas autocomplacencias. Finalmente, hay que medir bien las bravatas, porque pueden tener respuesta.
La cuestión práctica de fondo es cómo responder a la inspección pública americana. Más que discursos nacionalistas y respuestas globales, habría que buscar instrumentos y blancos específicos. México no tiene capacidad de sanción o represalia contra Estados Unidos en ninguno de los frentes cruciales en que puede recibirlas. Pero México puede hacerse menos vulnerable en el campo de la descertificación y las drogas ampliando la red institucional de sus decisiones al respecto. Una forma de responder y contener la presión de la DEA --fuente de un sordo conflicto con México desde el asesinato de su agente encubierto Enrique Camarena, en 1985-- sería someter la actividad y las pretensiones de la DEA en nuestro suelo a la inspección del Congreso y del público, de modo que la negociación secreta de la DEA con el gobierno deje de ser la única instancia de acuerdo y presión.
El Congreso mexicano, que ha brillado por su ausencia en el debate con el Congreso americano, podría hacerle un gran servicio al país, al Ejecutivo federal, a la opinión pública, a su propio papel como poder independiente, volviéndose un agente activo en la inspección, el debate y la autorización de las actividades de la DEA en territorio mexicano. Sométase el programa nacional de acción contra el narcotráfico, lo mismo que la actuación de la DEA en territorio mexicano, a la inspección sistemática del Congreso. Hay que echarle luz pública a esos sótanos. Será una protección más efectiva para México. Y el escándalo del año entrante nos tomará menos desprevenidos, indefensos y desinformados que ahora.