Javier Flores
Dolly: Revolución del conocimiento

Han transcurrido solamente once días desde que aparecieron publicados los resultados de los experimentos de Ian Wilmut y sus colaboradores. A pesar de su brevedad, este tiempo ha sido suficiente para generar enormes efectos en el mundo entero, dentro y fuera de los medios científicos. Se trata de la primera demostración de que es posible crear, a partir del núcleo celular de un donador adulto, sujetos con las mismas características genéticas que posee el donante. Las reacciones (en su gran mayoría objeciones), no se han dado sin embargo en el territorio de la ciencia, sino en otras áreas que llevan a considerar a estos hallazgos como una especie de amenaza. Se levanta lo mismo la voz de la Iglesia que la del poder político y se multiplican las especulaciones sobre los usos inebidos que puede darse a esta tecnología, en especial si se dirige hacia la clonación en humanos. Los aspectos éticos que toca aquí el conocimiento científico son desde luego muy importantes, lo mismo que la nueva cara de las relaciones entre la ciencia y las sociedades, pero ésto no debe hacernos perder de vista que estamos frente a uno de los más grandiosos acontecimientos científicos del final del siglo XX, ante el cual no puede uno dejar de sentirse maravillado.

El trabajo de los investigadores del Instituto Roslin y PPL Therapeutics de Edimburgo es muy cuidadoso e inteligente. Quizá anticipando las reacciones que sus hallazgos pudieran despertar, en ningún momento utilizan el término clonación. El problema que se plantean no es la creación de clonas de oveja, sino averiguar si la diferenciación celular, es decir, el proceso que lleva a que una célula se especialice en una determinada función --como las del hígado, el estómago o el cerebro-- es o no un proceso reversible. En este sentido sus resultados son de gran trascendencia científica pues demuestran que tanto a partir de células embrionarias, como de células fetales (sobre las que ya existían reportes) o de las provenientes de animales adultos plenamente diferenciadas, es posible hacerlas aptas para dar origen a otras especializaciones, en este caso la creación de un organismo completo 1.

El reporte confirma esta capacidad de las células embrionarias y fetales pues Wilmut y sus colaboradores logran --además de Dolly-- el nacimiento y desarrollo normal de 7 ovejas a partir de núcleos de células derivadas de embriones (4) y de fibroblastos de fetos (3). La originalidad del trabajo tiene una parte metodológica, pues los autores modifican el medio en el que se mantiene a las células donantes, que permite la manipulación del ciclo celular llevándolo a una etapa inactiva, lo que parece ser clave en el éxito de los experimentos 2. Pero además, los resultados muestran cosas totalmente inéditas, como la ya mencionada capacidad de las células adultas para desdiferenciarse, en este caso células obtenidas del tejido mamario de animales adultos, cuyo material genético cumple ahora la función que antes estaba reservada a las células sexuales fusionadas, la procreación. Esto lo había logrado ya de algún modo Solter en 1966 en anfibios (Nature 380: 24-25) pero el éxito llegaba hasta la formación de nuevos sujetos en etapas juveniles de desarrollo, no hasta la forma adulta. La aportación del equipo científico de Edimburgo es que logran no solamente el nacimiento de un sujeto, sino que éste alcanza la etapa adulta gozando, hasta donde sabemos, de cabal salud. Por otra parte, al realizarse este estudio en mamiferos grandes como las ovejas (no es lo mismo trabajar con bacterias, batracios o roedores), se transita en otra escala que sugiere que esta capacidad es común a todas las especies, es decir, se trataría de una propiedad general de los seres vivos.

Y es aquí donde el perfeccionamiento y las potenciales aplicaciones de este trabajo despiertan las mayores esperanzas y preocupaciones, que se sitúan, en mi opinión, en 4 áreas: a) el avance del conocimiento, al permitir una mayor comprensión de los mecanismos de funcionamiento de los seres vivos; b) El bienestar, al abrir enormes posibilidades en la producción de alimentos de origen animal y vegetal al igual que en la salud al posibilitar la obtención de nuevos medicamentos y tratamientos contra enfermedades de origen genético; c) el comercio, al hacer todavía más floreciente una industria derivada de los puntos anteriores cuyos éxitos ya son patentes en las bolsas de valores y d) La moral y la ética de las sociedades, al abrir una discusión intensa sobre los límites al conocimiento científico. El valor del trabajo de Wilmut y sus colaboradores es que constituye también un mensaje, pues al orientarse al estudio de un problema netamente científico, opta por la ruta del avance del conocimiento y al realizarse la clonación de una especie de utilidad para el hombre, se dirige a la búsqueda del bienestar. Por eso resulta inapropiado que se les presente como los nuevos Frankesteins, cuando en realidad son los protagonistas de una auténtica revolución en la biología, que si bien no se inicia con ellos --Las primeras clonaciones en bacterias se remontan quizá a los trabajos de Chang y Cohen en 1973-- adquieren una nueva jerarquía, pues abren caminos antes insospechados o reservados a la ficción. Pero más que nada, inauguran en los albores del siglo XXI una etapa plena de nuevas interrogantes.

1. Wilmut, I., Schnieke, A. E., Mc. Whir, J., Kind, A. J. y Campbell, K. H. S. Viable offspring derived from fetal and adult mammalian cells. Nature 385: 810-813, 1997.

2. La metodología empleada es una modificación de un protocolo anterior desarrollado por el mismo equipo: Capmpbell y cols.

Nature 380: 64-66, 1996. En este caso las células obtenidas del tejido mamario de una especie de oveja de cara blanca (Finn Dorset), son puestas en una caja de vidrio con un medio de cultivo capaz de detener el ciclo celular. La reducción de nutrientes por espacio de una semana permite que estas células entren en un periodo de quiesencia (que recuerda un proceso de hibernación). Por otro lado, a un óvulo no fertilizado de otra especie escocesa de oveja, en este caso, una de cara negra (Blackface) se le remueve mediante una pipeta de vidrio de punta microscópica, el núcleo celular y con ello se extrae la totalidad del ácido desoxirribonucléico (ADN) que contiene. El núcleo de la célula donante y el óvulo incompleto se fusionan mediante la aplicación de corriente eléctrica con lo que el ADN ingresa al óvulo receptor. Un segundo pulso eléctrico desencadena el proceso de división celular del óvulo, característico de la fecundación. Aproximadamente seis días después, el embrión que se desarrolla in vitro es implantado en el útero de otra oveja de cara negra. Al termino de la gestación, el resultado es el nacimiento de una oveja idéntica a la donadora del ADN, una Finn Dorset de cara blanca, su nombre: Dolly.