La Jornada Semanal, 9 de marzo de 1997
Bowie cumplió medio siglo de edad el miércoles 8 de
enero y se dignó celebrarlo al día siguiente, en el
neoyorquino Madison Square Garden, en compañía de
Placebo, Frank Black, Foo Fighters, Robert Smith, Sonic Youth, Lou
Reed y "un invitado sorpresa".
El papá del glitter y del glam decidió donar las utilidades del cuasi-festival a Save the Children, una organización filantrópica.
Medio siglo del hombre que cayó a la Tierra y fue bautizado como David Robert Jones: ƑCuánta heroína representa, cuánta cocaína, cuánta nicotina, cuánto sexo, cuánta falta de precaución y profilaxis, cuántas ansias de vivir vertiginosamente? Medio siglo del artista alguna vez conocido como Davie Jones: ƑCuánto maquillaje significa, cuántos modelitos exclusivos, cuantos cortes de pelo, cuántos hits?
Atrás quedó la olvidable etapa post-Lets Dance y pre-Tin Machine (algunos también querrán olvidar a este grupo) y una vez más, de la mano de Brian Eno, el crooner futurista, el vampiro sediento de tendencias y ritmos se coloca a la vanguardia de la música pop.
Dios salve a la Reina Bowie, a la androginia hecha fulgurante estrella, al par de ojos más disparejo de la paleta rocanrolera. De nueva cuenta, el cantante parece estar in, a tono con el zeitgeist; recientemente, en 1996, ingresó al Salón de la Fama del Rock and Roll, en Nueva York, y en Londres recibió un reconocimiento por "su sobresaliente contribución a la música británica". No sólo eso: está a punto de convertirse en el primer artista en su género que alcanza un sitio relevante en el mercado accionario, al emitir el Bono Bowie, por el que espera generar un capital de entre 30 y 50 millones de libras esterlinas ("Ahora podrá llamarse `The man who sold himself'", ironizó Rolling Stone). Innovador a más no poder, también se da vuelo divulgando sus nuevas composiciones en la red de redes, Internet. Cantante, actor, pintor, commodity. El lagarto está vivo. Y sigue coleando.
Es el segundo jueves del año y Nueva York ha sido cubierta por un suave manto de nieve. El trío Placebo, nieto post-punk de Ziggy Stardust, se ha encargado de derretirlo y le ha dejado a Bowie un escenario calientito, listo para la seducción masiva.
La lista de invitados denota influencias, admiraciones mutuas y travesías compartidas. ƑCómo invitar al escenario a todos los que han sido tocados por el estilo Bowie, a todos aquellos que no han tenido empacho en emularlo de una u otra manera? ƑCómo agenciarse a los New York Dolls, a Iggy Pop, a Ultravox, a Gary Numan, a Annie Lennox (Eurythmics), a Boy George (Culture Club), a Peter Murphy (Bauhaus), a Richard Butler (Psychodelic Furs), a Suede, a Pulp, a Spacehog, a más de un new romantic y hasta a Miguel Bosé? Imposible. Hay que conformarse, por lo tanto, con los que han sido llamados a esta cena.
Bowie sabe revelársele a la multitud. Sabe abandonar las penumbras y entregarse súbitamente a las ráfagas de la luz. Como que lo ha hecho por más de 30 años; como que goza haciéndolo. Se le ve a gusto con su actual sonido, la onda cibergótica de 1.Outside, su nueva encarnación. El grupo que lo acompaña (Reeves Gabrels en la guitarra, Gail Ann Dorsey en el bajo, Mike Garson en los teclados y Zachary Alford en la batería) se nota bien aceitado. Si las composiciones de 1.Outside suenan enigmáticas e inquietantes en disco, en conciertoson poderosas y cautivadoras. El camaleón se mimetiza en fiera industrial. Trent Reznor, aquí está David Bowie.
El primer invitado a compartir el escenario con el cumpleañero es Frank Black, mejor conocido como Black Francis, de los Pixies ("serán los próximos Talking Heads", vaticinó en los ochenta un Bowie entusiasta, aunque desconocedor de los conflictos internos del grupo bostoniano). El gordito con pinta de roadie demuestra saberse "Scary Monsters (And Super Creeps)" y "Fashion". Sí, Frank Black parece un fan que logró treparse al escenario sin ser tacleado por el personal de seguridad; es, en este sentido, la proyección de muchos que sólo podemos corear las canciones desde acá abajo.
Se irá Frank Black y Bowie seguirá echando mano de su rico catálogo, de los highlights de 1.Outside y de Earthling, su nuevo álbum. Llama la atención que, a pesar de que la prensa lo menciona embelesado por el novísimo ritmo drumnbass, Bowie haya decidido acompañarse de dos grupos deliciosamente estridentes (los Foo Fighters y Sonic Youth) a la hora de mostrar canciones nuevas como "Looking for Satellites" y "Little Wonder". Quizás el Bowie de las grabaciones busque un sonido bailable, trip-hopero o trance, pero el actual Bowie en directo se inclina por la dureza, por lo áspero, y con una pequeña ayuda de sus amigos construye, enjundioso, murallas infranqueables de guitarra eléctrica. No son competencias, claro está, pero Reeves Gabrels ųel guitarrista de Bowie desde Tin Machineų, le da una buena clase al ex nirvanesco Dave Grohl, de los Foo Fighters, y a Thurston Moore y Lee Ranaldo, de Sonic Youth.
Sabido es que el fenómeno David Bowie (alguna vez moribundo, hoy vigoroso) nunca se redujo a los sonidos. Es evidente que este hombre se contempla con atención todos los días; seguramente ensaya frente al espejo guiños y sonrisas, parpadeos, aplausos y ademanes. Este camaleón no sólo es voz, también es apariencia, look. Siempre lo ha sido. Con sus 50 años de edad, este David Bowie tiene el cabello anaranjado y un corte de pelo punketo; una piochita ųno llega a ser candadoų le puebla la barbilla y una arracada se balancea en su lóbulo izquierdo. Si a fines de los ochenta y principios de los noventa Bowie se acopló bien a una elegancia capaz de anunciar Hugo Boss o Giorgio Armani, hoy parece un gremlin desmadroso. Favorece las levitas de cuello levantado que le dan un aire de príncipe demente; una de las que luce en esta ocasión tiene los colores de la bandera británica y está razgada por todas partes, como si Bowie regresara, justo a tiempo, de un inconfesable reventón en el infierno.
La presencia del despeinadazo Robert Smith entusiasma a los admiradores de The Cure, que al parecer no son pocos. Sus lamentos encantan y su look de osito panda dark contrasta con la figura estilizada de Bowie. Pero el camaleón no es un narciso que se tome muy en serio: sobre el escenario hay muñecos con su rostro y hace muecas que sugieren extrañas comezones físicas y existenciales.
En terminos de repertorio, este cronista provoca una sola queja:las ausencias de "Changes" y "Young Americans". Hubiera sido un verdadero milagro que Freddy Mercury bajara del cielo y lo acompañara con "Under Pressure"; Gail Ann Dorsey, su bajista, toma el lugar del inolvidable cantante de Queen y la canción es recibida con entusiasmo. El público baila, jubiloso.
Bowie presenta a Lou Reed como "el mismísimo Rey de Nueva York" y el born-again junkie, el genial, ex Velvet, musculoso, sanote, de riguroso negro, se arranca con puras canciones de su cosecha, como trayéndole serenata al del cumpleaños: "Waiting for my man", "Dirty Boulevard" y "White Light/White Heat". Reed y Bowie han guardado en el closet el agresivo maquillaje de su era más glitter, pero siguen plantándose con determinación sobre el escenario. Muchas coincidencias los unen: amigos de Andy Warhol; sobrevivientes de las costosas guerras heroicas; ciudadanos, en algún momento de los setenta, de un Berlín dividido que se fue para no volver. Ambos son claros ejemplos de lo que significa crecer, enfrentarse a la adultez, llegar a los cuarenta, a los cincuenta, y seguir tocando rocanrol. Cuando Reed se despide, un reclamo retumba en el Madison: Lou, Lou, Lou, Lou... No, no es un abucheo: es el rey que se aleja de su templo.
Bowie es hermoso. Lo saben las mujeres y lo sabemos los hombres que siempre entendimos el guiño de su perversa y liberadora ambigüedad. Es grácil al empuñar el micrófono. Es delicado al entrecerrar los ojos y entonar sus canciones. Es fascinante al actuarse a sí mismo, al recordarnos a Ziggy Stardust, su doppelgänger, su alter ego; al cantar "Moonage Daydream" y escupir: "I'm an alligator, I'm a mama-papa comin' for you/I'm the space invader, I'll be a rock'n'roll bitch for you." Bowie es hermoso, palabra de fan.
Pero hay un momento en el que histrionismo y sentimiento confluyen pasmosamente: cuando Bowie revisita ese himno amoroso llamado "Heroes". El alumno de Lindsay Kemp, el mimo convertido en figura multimedia, se balancea y canta "I wish you could swim/Like the dolphins/Like dolphins can swim", y sus manos se transforman en delfines que surcan un océano imaginario.
Bowie abandona el escenario, pero más tarda en irse que en estar de regreso, reclamado por gritos, aplausos, silbidos y llamaradas de encendedor. Ahora sale con su "invitado sorpresa": Billy Corgan, materia gris de los Smashing Pumpkins. Con él recrea "All the young dudes" y "Jean Genie", que suenan asombrosamente frescas, como si acabaran de componerlas tras bambalinas. Al razgar la guitarra, Corgan transmite convicción.
Bowie huye otra vez, pero el público tiene hambre y lo reclama de nuevo. Es su compleaños y no queremos irnos. Esta es una celebración por la supervivencia, por medio siglo de viaje. Que nuestro hombre en la luna empuñe su guitarra acústica, complete el periplo y nos recuerde las vicisitudes de "Space Oddity", su primer hit, allá en el verano de 1969; que nos hable, una vez más, del Mayor Tom y que nos deje imaginar el lado oscuro que le vio a la Tierra.
La Jornada Semanal, 9 de marzo de 1997
Haciendo torbellinos en los límites de la cultura, los grandes cantantes de rock de nuestro tiempo personifican nuestros lamentos, nuestros miedos y nuestros sueños. Son las figuras fantásticas de la visión romántica del arte, puestas en libertad para desarrollarse como les plazca, en disco o en actuaciones en vivo.
En una sociedad tecnológica obsesionada con la redefinición de lo masculino/femenino, hacen añicos las nociones convencionales del carisma sexual: cantantes hombres cubiertos de lápiz labial y rubor que giran como bailarinas de vientre; cantantes mujeres enfundadas en armaduras de cuero y metal cambiando el soprano natural por la gutural voz de pecho.
Al mirar esta pasmosa confluencia de creatividad y poder, uno no puede sino preguntarse por qué tan pocas estrellas de rock han transitado por la pantalla. Los expertos nos dicen que las audiencias de discos y de películas son casi las mismas, jóvenes para quienes el cambio no sólo no es atemorizante sino que resulta esencial, un tipo de consumidor gustosamente experimental que marca los principales cambios de atuendos, estilos e ideas.
Una magnífica excepción es David Bowie, la estrella de glitter rock, quien se elevó a la fama en los años setenta con sus extravagantes actuaciones en concierto y sus singulares personajes ųZiggy Stardust, Thin White Dukeų. Bowie, quien siempre ha pronosticado el fin de los géneros con su apariencia elegante y felina, no sólo es fascinante como actor sino que en sus películas exagera esa belleza andrógina que sustenta su encanto de poderoso cantante de rock.
Como el delicado extraterrestre de El hombre que cayó a la tierra, de Nicholas Roeg, Bowie le dio una nueva dignidad a lo frágil y a lo pasivo. Y en su papeldel decadente vampiro John Blaycock en El ansia, dotó a la película ųcasi enteramente a través de la exquisita y modulada lectura de sus líneasų de una extraordinaria profundidad trágica. Y aunque entre una y otra película transcurrieron siete años, se asemejan de modo sorprendente en la forma de aprovechar el aura de vulnerabilidad que Bowie posee: en ambas, él es un monstruo condenado y herido.
En Merry Christmas, Mr. Lawrence, de Nagisha Oshima, Bowie interpreta a Jack Celiers, un soldado británico prisonero en un campo de guerra japonés, que una vez más es la víctima de fuerzas avasallantes. Pero en esta película Bowie es también un héroe con un vigor irreprimible, muy distinto al excéntrico extraterrestre y al lánguido vampiro que antes interpretó.
Algo nuevo está sucediendo con Bowie que nos conduce a una reflexión. Cada una de estas tres películas fue realizada por un equipo creativo diferente, y aún así es imposible no ver en cada una de ellas un juego deliberado con la ambigüedad sexual. ƑCómo puede uno ignorar, por ejemplo, que tanto en El hombre que cayó a la tierra como en El ansia Bowie representa personajes tan débiles que en cierto momento han de ser cargados por las protagonistas femeninas? (En El hombre... Candy Clark, una novia maravillosamente mundana, lo lleva hacia el vestíbulo de un hotel, y en El ansia Catherine Deneuve, su inmortal amante, lo arrastra hasta el desván de su casa en Manhattan.) No obstante, en Merry Crhistmas, Mr. Lawrence es él quien carga a un oficial británico que ha sido severamente golpeado (Tom Conti).
ƑY cómo podemos dejar de observar que en El hombre que cayó a la tierra Bowie, el extraterrestre, es incapaz de llevar agua a su planeta moribundo, mientras que en Merry Christmas, Mr. Lawrence es él quien lleva el sustento para los hambrientos prisioneros ingleses a quienes los japoneses han negado comida?
En El hombre que cayó a la tiera, Bowie horroriza a Candy Clark cuando se le muestra bajo la apariencia de un reptil; ella brinca de la cama y huye. En El ansia Catherine Deneuve besa al decrépito y decadente Bowie que ha envejecido trescientos años en un día ųun momento de verdadero horror. Y en Merry Christmas, Mr. Lawrence Bowie nunca deja de ser, incluso en el martirio, el incuestionable objeto del deseo de uno de los oficiales japoneses.
El aspecto más interesante de Merry Chistmas es que, a través de todas estos cambios de orden, Bowie nunca pierde su atractivo andrógino. Aun maltratado y sucio, muestra un dorado resplandor de gestos ágiles, una seráfica expresión y un pelo satinado. No importa lo que la acción exija de él, siempre hay un ritmo encantador en sus movimientos. Al llevarle comida a los hambrientos prisioneros británicos, también recoge cestas llenas de flores rojas que mastica en forma desafiante frente a los guardias japoneses. En los vívidos flashbacks de la película, él recuerda entrañablemente a su hermano menor (se le ve un par de veces en un jardín de belleza pasmosa), quien canta con una voz de soprano casi mágica, una voz que verdaderamente antecede a cualquier noción de género.
Y es a través de un gesto cargado de sexualidad, el beso al capitán japonés (Ryuichi Sakamoto) frente al campamento entero, como Bowie logra distraer la ira que este rabioso soldado está a punto de volcar contra un comandante británico.
En esta película, Bowie es el salvador y el héroe que no había sido en las otras, aunque se trate de un heroísmo muy peculiar. Bowie redefine su androginia antes que cambiarla por la simple y frágil masculinidad que un actor menos seguro le hubiera dado al papel.
Los espectadores nunca dudamos de la bondad de Newton, el extraterrestre en El hombre que cayó a la tierra, como tampoco dudamos que posea su propia fortaleza. Su fragilildad y generosidad de espíritu no tienen nada que ver con la sofisticada renuncia al género que podemos asociar con algunos cantantes de rock, o con la temeraria, burlona y extremadamente talentosa estrella de la película Liquid Sky, quien, en cierto momento, mira directamente a la cámara y nos dice que es tan andrógina como David Bowie. La incapacidad de Newton no es la impotencia del travesti o del transexual, cuyo desafío a la noción de género puede ser su único acto creativo. Antes bien, es un regreso a la androginia pre-adolescente que todos conocemos, la del sabio inocente que abarca el poder de ambos sexos y lo utiliza sin mayor esfuerzo, antes de que las diferencias de género se endurezcan en la edad adulta.
Si viéramos los papeles de Bowie en estas tres películas como la creación de una verdaderapersonalidad cinematográfica ųcomo la de un Bogart o un Fondaų el cantante nos estaría diciendo en Merry Christmas, Mr. Lawrence que su temprana sabiduría andrógina representa una reserva de energía mucho mayor de lo que creemos, y que se puede crear una figura de inmenso magnetismo y valentía sin renunciar a ella, equiparable a la de los Fonda y los Bogart del pasado.
El fin de los géneros no significa la abolición de lo masculino/femenino. Antes bien, representa la abolición de la tiranía del género que nos divide en campos encontrados. Y esta película, de manera más cabal que El hombre que cayó a la tierra, nos dice que si somos capaces de conservar esa complejidad temprana, esa mezcla de masculino y femenino que escuchamos tan exquisitamente en un infante soprano, seremos dueños de las infinitas posibilidades que ello supone.
En suma, Bowie ha expandido su rango sin sacrificar para nada su viejo encanto. Sus ojos (uno cobalto, otro gris), su quijada perfecta, su resplandor casi prenatural, siguen distrayendo y desarmando.
Es un misterio que a El hombre que cayó a la tierra no haya seguido una cadena de películas de Bowie. Pero ésta es una nueva década, y es obvio que la estrella que alguna vez se vio totalmente asociada con las obsesiones sexuales y sicodélicas de los setenta, está más viva que nunca, mientras persigue su visión única en el mundo de los Mel Gibson, los Richard Gere, y otros héroes de la pantalla cuyo atractivo tiene sus raíces en el pasado. La simple virilidad nunca será más anticuada que un vino robusto o el fuego de un leño. Pero en una época en la que tanto los hombres como las mujeres se han vuelto más y más andróginos para satisfacer sus demandas amorosas, profesionales y familiares, Bowie, a través de la alquimia de su fortaleza sutil y su belleza suave, emerge como una estrella nueva y cabalmente contemporánea.
Anne Rice
Traducción: Ernesto Flores Vega
La Jornada Semanal, 9 de marzo de 1997
El comunicado de prensa que presenta el nuevo álbum de Bowie
advierte que, como es su costumbre, está con un pie en lo de
ahora y el otro en lo que vendrá después. Se puede leer
textualmente: "Otros músicos están tratando de
llegar a lugares donde él ya ha estado." Esto, más
que un lugar común dicho entre hinchas y conocedores, se ha
vuelto, de algún modo, el sello de la casa: con Bowie se puede
oír lo que se oirá. La tentación está en
darlo por asumido; cuando se habla de nuevo material de Bowie, la
novedad está de más.
De cualquier modo, antes de decir otra cosa, sumémosle las efemérides: a) desde 1974, con Diamond Dogs, Bowie no producía un álbum; b) el primer sencillo, Telling lies, fue lanzado en septiembre del año pasado a través de la red, demasiado tiempo como para que la canción ųinestable como tierra raraų se privarade mutar cual virus posmoderno al llegar al silicón del disco; c) nacido bajo el signo de Capricornio, Bowie festejó el pasado 8 de enero su primer medio siglo con un concierto en el Madison Square Garden; más que una retrospectiva, fue un ajuste de cuentas (en términos físicos: un balance en el continuo espacio-tiempo), a la vez que una afirmación de que sin importar el momentum Bowie es una constante; entre sus invitados estuvieron Lou Reed, Robert Smith y Billy Corgan, de los Smashing Pumpkins, y las velitas eran de las que se vuelven a prender.
Desde el título de su nueva producción, Earthling, puede decirseque el hombre que cayó a la tierra se ha asumido terrestre en el desde aquí y desde ahora de la pesadilla global para lo que sigue. Bowie se celebra y se canta a sí mismo como un híbrido que puede repetirse para ser siempre distinto. Suena a Bowie, y a la vez suena a algo que nunca había hecho Bowie: combinación de arqueología musicológica y literatura de anticipación. El segundo corte, Looking for Satellites, por ejemplo, es sin duda un buen punto de partida para la música de una religión que apenas gesta sus liturgias, lugar y fetiche (ninguna parte, champú, tele, zona de guerra) inherentes al nuevo orden se suceden como mantras orwellianos.
Earthling fue hecho y armado apenas Bowie terminó su gira el año pasado, y por ello tiene la cohesión y solidez características de los productos cuyo acoplamiento deja sentir muchas pruebas de sonido pasadas en compañía. El vigor y energía de una producción así se acrisola con esa vocación preciosista, que entre devaneos lúdicos no deja de tener un cuidado acucioso que tiende ųsumadas la programación de percusiones, la extravagancia de la mezcla y la suavidad violentada de las melodíasų a la asepsia por saturación. Bowie, como amiba insaciable, se abre al mundo por asimilación y como vampiro particularísimo reformula el entorno. (šLa glosa transforma la fuente, la hace irrecuperable!) Desde lo nuevo, ha hecho un decantado de ritmos trance y jungle como excipiente cbp para su veneno. Lo anterior es la superficie por la que se desliza Bowie, en la que se refleja multiplicado. Cual metáfora china, Bowie tiene su trayectoria frente a sí, como ciempiés que enfila de espaldas a lo desconocido. Hace feedback para reemprender la gesta; tramposo, ha minado con magdalenas el trayecto de su nuevo disco: pianos, intenciones, rifs en un pretérito que se yuxtapone nuevo en el paisaje siempre renovado que supone todo paisaje. Bowie, demasiado hiperbóreo, no se pierde en contemplaciones nostálgicas, se busca adelante, confiado en el eterno retorno que debe llevarlo de nuevo al origen.
Después de la popularidad extrema (frívola) que tuvo Bowie en los años ochenta, la presente década ha sido campo de experimentos y revaloraciones. El pop polarizado, el guiñol esquizoide de máscaras (personajes) deslindados, el ruido que se arma como gran coctel, como amalgama, como martini... todo confluye al punto en el que destrucción y transformación acaban por ser sinónimos. ƑQué decir? Este álbum tiene tanto parque como para poetizar in extremis; la compañía disquera quiere venderlo como algo más fresco y directo (1. Outside, su álbum anterior, una verdadera joya, asustó por la complejidad esgrimida de sus contenidos). Digamos mejor que Earthling será, como tantos otros discos de Bowie, un lugar a dónde regresar: el futuro es hoy.
Ricardo Pohlenz