MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco
Fuera de temporada
(Maceteros de macramé adornan el restaurante Bahía. La luz, directa y blanca, hace más visibles los cables, las cuarteaduras y el apareamiento de bichos resistentes a los insecticidas. Manteles de vinilo cubren las mesas. En la última, junto a la puerta de la cocina, están Alicia y Raquel. Ambas esperan a su hermana Sofía.)
ALICIA: Van a dar las siete y aquélla no llega.
RAQUEL: Tú también estás preocupada.
ALICIA: Nada más quiero saber cómo le fue de viaje. Anoche que hablaste con ella ¿cómo la oíste?
RAQUEL: Se me figuró que estaba llorando. Se lo pregunté y me dijo que no, que sólo tenía un poco de gripe.
ALICIA: ¿Por qué nos habrá citado aquí?
RAQUEL: Que para darnos los recuerditos que nos trajo de Veracruz.
ALICIA: ¿Y ese misterio? Pudo habérnoslos entregado en la comida del domingo.
RAQUEL: Es que no les compró regalos a sus cuñadas.
ALICIA: Todo está rarísimo. ¿Quieres que te diga una cosa? Para mí que la lloradera y esta reunión tienen que ver con Luis. Se me hace que andan en problemas.
RAQUEL: No lo creo. Ya lo habríamos sabido. Piensa que llevan cinco años de matrimonio.
ALICIA: Seis. Jaime y yo nos casamos antes que ellos.
RAQUEL: Pues si llegas a tener razón ¡bonitas vacaciones! Para ir a pelearse, mejor se queda uno en su casa ¿no te parece?
ALICIA: Yo no dije que se hubieran peleado, nada más que se me figuró... Olvídalo. Mira, allí viene Sofía.
(Sobre la mesa están dos servilleteros en forma de caballitos de mar y dos conchas con escenas marinas bajo la leyenda Recuerdo de Veracruz.)
SOFIA: Les compré a las dos lo mismo para que ninguna fuera a sentirse. También quería traerles cocadas pero no pude comprarlas porque Luis, con sus prisas, no me dejó.
ALICIA: Por mí, mejor; así no engordo más. En serio las faldas ya no me cierran. El lunes, si Dios quiere, me pongo a dieta.
RAQUEL: ¡Ay, Licha, ya cállate! Deja que Sofía nos cuente cómo le fue en Veracruz. ¡Qué lugar más lindo!, ¿verdad?
SOFIA: Había muy poca gente.
ALICIA: Porque no es temporada.
SOFIA: A lo mejor por eso me pareció todo un poquito triste. (Al sentirse observada por sus hermanas intenta sonreír.) O quizá era yo la que no estaba muy bien de ánimo.
RAQUEL: ¿Pasó algo?
SOFIA: No, pero me sentí rara, quizá porque desde que Luis y yo nos casamos es la primera vez que salimos de vacaciones sin los niños.
ALICIA: ¿Cómo encontraste a los enanos?
SOFIA: ¡Felices! Imagínate: se pasaron tres días con sus abuelos, consentidísimos. Me costó trabajo lograr que se regresaran a la casa. Sobre todo la Mimí, ¡cómo lloró! Y yo, de boba, agarré un sentimiento... (Respira para desvanecer la angustia que la oprime.) Con decirles que, de contárselos, de nuevo me dan ganas de llorar.
RAQUEL (en secreto, a Alicia): ¿Ves? Te dije que la había oído mal.
ALICIA (acariciando el hombro de Sofía): ¿Qué pasa? No te aguantes, dí las cosas, y si quieres, ¡llora! ¿No somos tus hermanas?
SOFIA: Es que... van a pensar que estoy loca, pero me sucedió algo terrible: me pareció que Luis era un desconocido.
RAQUEL: Después de todos los años que llevas de casada, no te lo creo.
SOFIA: ¿Verdad que es una estupidez? Lo reconozco, pero así me sentí. Vi muchas cosas en mi marido que nunca había notado.
ALICIA: ¿Como cuáles?
SOFIA (llevándose la mano a la frente): No sé explicarlas.
RAQUEL: No vengas con eso ahora porque vamos a pensar cosas horribles. ¡Sigue!
RAQUEL (enérgica): Licha, no la presiones tanto, ¿qué no ves cómo está? (En tono más suave.) Y tú, Sofía, trata de calmarte.
SOFIA: Les juro que tenía muchísima ilusión del viaje, pero luego... (mirando a la distancia). Desde que salimos a la carretera sentí ganas de que nos regresáramos. (Muy agitada.) Y es que Luis iba como loco porque se le metió en la cabeza rebasar a todo el mundo. Ni me dejó disfrutar del camino.
ALICIA: ¿Y por qué tanta prisa?
SOFIA: Se lo pregunté y se enfureció. Me reclamó que no le tuviera confianza. De allí, no sé ni cómo, pasó a decirme que por eso él nunca ha podido salir adelante; que siempre que piensa emprender algo desiste porque sabe que no voy a apoyarlo, que no creo en él. Caray, ¡no es justo!
RAQUEL: ¡Qué bárbaro! No es porque seas mi hermana pero no conozco a otra mujer que apoye tanto como tú a su marido.
ALICIA: ¿Y qué le contestaste?
SOFIA: Nada. Ibamos de paseo y no quería pleitos. (Levanta los hombros.) No valió la pena que me callara porque cuando llegamos al hotel y acepté que un empleado me cargara la maleta -por cierto, un joven muy guapo-, Luis se enfureció de nuevo.
RAQUEL: Se me hace que a mi cuñadito le dieron celos.
SOFIA: ¡Estás loca! Se disgustó porque tuvo que darle su propina al muchacho. Traté de calmar a Luis, le hice ver que diez pesos no son nada, que se los gasta en cigarros. ¡Uh!, no se lo hubiera dicho. Me salió con que soy muy manirrota.
ALICIA: Bueno ¿y qué quería?, ¿que tú cargaras la maleta?
SOFIA: Sí, aunque te parezca mentira. Protesté, le dije que estaba pesadísima. (Se cubre la boca.) Ahorita me da risa, pero en ese momento me dio coraje que me saliera con que soy de esas payas que llevan hasta la plancha en la maleta, que no sé viajar.
RAQUEL: ¿Y cómo quiere que sepas si jamás te lleva a ninguna parte? Eso estábamos comentando antes de que llegaras: que ustedes nunca antes habían salido juntos; digo, después de la luna de miel.
SOFIA: Pues esta fue la primera y será la última.
ALICIA: No exageres. No todos los viajes tendrían que ser como éste.
SOFIA: Quién sabe. ¡Ah!, y si vuelvo a viajar con él llevaré mi dinero o mejor no lo acompaño. Y es que todo, absolutamente todo lo que yo quise comprar, le pareció carísimo.
RAQUEL (grave): Es que la situación económica está muy difícil.
SOFIA (exaltada): Ya lo sé y no creas que le exigí que fuéramos a restoranes elegantes o que me comprara alguna joyita; no, le pedí cosas sencillas, baratas. El primer día que fuimos a la playa vi a una señora vendiendo unos vestidos bordados, preciosos. Me puse a verlos y Luis se disgustó. Salió con que me estaban dando precio para turistas y que además no habíamos hecho un viaje tan largo sólo para ver trapos.
RAQUEL: ¡Qué pesado! A todas las mujeres nos gustan los vestidos.
SOFIA: Pues sí, pero preferí no discutir. Nos fuimos al acuario. Allí también le agarró la maldita prisa porque, según él, teníamos que ir a Mocambo y después a San Juan de Ulúa y verlo todo para aprovechar.
RAQUEL: ¿Era paseo o manda?
ALICIA (intencionada): A lo mejor los mariscos le estaban haciendo efecto y por eso tenía urgencia...
SOFIA (triste): ¡Los mariscos! ¿Les digo una cosa? Pero por favor, no se la vayan a contar a nadie.
RAQUEL Y ALICIA (al unísono): ¡Tonta! ¿A quién se lo vamos a decir?
SOFIA: En los días que estuvimos en Veracruz, nada de nada... que por el calor. Le dije que nos fuéramos a un hotel con aire acondicionado; total, qué tanto más podía costarnos. ¡Qué espanto! Otra vez Luis se soltó a decirme que yo no cuidaba su dinero, que de cuándo acá tan exigente. (Procura sonreír.) A lo mejor exagero y no debo darle tanta importancia a esas cosas. Díganme: si a ustedes les hubiera sucedido lo que me pasó a mí ¿volverían a salir con sus esposos de vacaciones?
RAQUEL: Pues yo sí, siempre y cuando me garantizara un cuarto con aire acondicionado. ¿Y tú, Licha?
ALICIA: Yo también iría, pero jamás fuera de temporada.