La Jornada 9 de marzo de 1997

SIERRA MADRE ORIENTAL

José Gil Olmos, enviado/I, Sierra Madre Oriental Ť En el caso de que el gobierno de Ernesto Zedillo opte por una salida militar en Chiapas, el Ejército Popular Revolucionario (EPR) usará su potencial de fuego y dejará atrás la etapa de ``autodefensa revolucionaria'', advierte el comandante José Arturo.

Como vocero de este grupo armado, manifiesta su deseo de que el gobierno no tome ``una salida cruenta'' para resolver el actual conflicto no sólo en esa entidad sino en varios estados del país, porque, asegura, habría ``la tragedia de una guerra civil''.

Sostiene que el gobierno ya dio luces de que no hay disposición para resolver los problemas económicos, políticos y sociales que originaron el resurgimiento del conflicto armado, y cita ``la respuesta que dio en enero pasado al EZLN y la represión recrudecida últimamente en contra de luchadores sociales en los estados de Guerrero y Oaxaca, so pretexto de combatir al EPR''.

Cuidado siempre por dos combatientes armados con rifles de asalto, en el campamento clandestino en algún punto de la Sierra Madre Oriental, el jefe rebelde asegura en entrevista con La Jornada que en Chiapas, incluso, el gobierno ha fortalecido desde enero del 94 un plan contrainsurgente, la estrategia de una guerra de baja intensidad, ``para desorganizar la base social y tratar de golpear la base política del EZLN''.

Sostiene que con la negativa al anteproyecto de iniciativa de ley de derechos indígenas elaborada por la Cocopa, con base en los acuerdos de San Andrés, el gobierno de Zedillo está ``jugando con los tiempos en función de la coyuntura electoral'' para favorecer al PRI, fortaleciendo la escalada militar en lugar de fortalecer el proceso de paz.

Por ello, y ante la importancia de que se reconozcan en la Constitución la cultura y los derechos indígenas, señala que la Cocopa tendrá que hacer valer su propuesta ante el Ejecutivo, aunque prevé la subordinación del órgano legislativo al Presidente.

Quince horas para llegar al campamento

Es de día cuando se realiza el encuentro solicitado por el mando eperrista en un lugar de la Sierra Madre Oriental, donde la humedad de la lluvia acrecienta el frío. Zona de árboles frutales a la que se llega después de un complicado viaje en la ciudad y en el campo, de varios contactos, mensajes en clave, de acatar órdenes para cerrar los ojos y de cambios incesantes de autobuses y vehículos. En total 15 horas de continuo desplazamiento.

Al llegar una noche anterior, en la penumbra todo era siluetas y susurros en náhuatl. En el primer campamento unos 15 milicianos dormían en el suelo de hojas podridas y se cubrían con un delgado plástico de la lluvia o el sereno. Otros cinco montaban una vigilancia que se cambia cada seis horas.

--Así llevamos 15 días, es cosa de acostumbrarse --dice un viejo que por un minuto rompió esa estricta disciplina de no encender fuego, no fumar ``porque las patrullas militares andan cerca'', no usar las lámparas en la noche para no ser descubiertos, hacer del baño en una letrina improvisada que ocultará todo rastro de los rebeldes, quienes noche y día hablan en susurro.

Durante un día y medio se da la convivencia silenciosa con una unidad de milicianos indígenas que andan en la sierra en la campaña de ``propaganda revolucionaria''. Hombres viejos y jóvenes cubiertos con paliacates que, sin uniforme, apenas despiertan realizan simples ejercicios militares de ``tomar distancia'', ``descanso'' y ``firmes'' que un joven dicta con voz baja y que corrige con suavidad cuando en lugar del flanco derecho alguno toma el izquierdo.

Después de un desayuno de café y galletas de animalitos que sacan de los morrales y mochilas, el responsable de la unidad eperrista espera las órdenes del segundo campamento. Al mediodía llegan y el desplazamiento es corto en medio de la vegetación.

Un combatiente instalado en una trinchera de piedras de medio metro de altura y el AK-47 en posición de disparo recibe a los dos reporteros. Detrás de él se abre el campamento central construido en un balcón natural donde se domina un valle verde.

Dan la bienvenida el comandante José Arturo --el primer mando del EPR que dio una entrevista a reporteros--, que lleva una gorra verde con una placa metálica al centro, los tres colores de la bandera nacional y las tres estrellas que distinguen su rango; y, a su lado, el mayor Felipe. Son los mandos de unos 40 hombres, la mitad uniformados y fuertemente armados con R-14 y AK-47, que forman ambos campamentos.

El comandante eperrista, con los ojos verdes detrás del trapo café que le cubre todo el rostro y el cuello, quiere mostrar la construcción del campamento: una fogata cubierta con amplias hojas que mitigan el humo, tres trincheras construidas con laja, corredores naturales que usan para ejercitar la disciplina militar.

``Tenemos un primer curso de 30 días para los combatientes, nosotros lo desarrollamos, pero el gobierno ya sabe de estos cursos, se lo llevaron de una casa de seguridad. Después les damos más instrucción cuando son milicianos'', explica mientras otros, civiles, traen arroz, platos y tortillas.

Cada uno se voltea para alzar el paliacate y digerir los alimentos. El motor de una avioneta --''es de la PGR'', dice uno de ellos-- los hace que se oculten en la maleza. Sentados frente a la fogata, donde se calienta una olla con café, los mandos eperristas argumentan: ``Nosotros con gusto nos dedicaríamos a otras cosas, pero el gobierno no nos dejó otra opción''.

El gobierno no quiere resolver las causas del resurgimiento de grupos armados

Después de los alimentos viene la entrevista, que inicia el comandante José Arturo con la lectura de un comunicado del PDPR y de la comandancia general del EPR.

Señalan los eperristas que ``el régimen económico neoliberal'' impuesto en México es consecuencia de una ``nueva fase de desarrollo histórico social: la globalización de la economía y de la dictadura del capital financiero''. Etapa, explica, en la cual el Estado ha cobrado su ``verdadera y real dimensión de órgano policiaco militar que garantiza la reproducción de la injusticia y la estancia de un reducido número de oligarcas en el poder''.

Aunque también es evidente, agrega el dirigente eperrista, que algunos sectores muestran una falta de capacidad para entender, y asumir como falsa visión, que desde el poder se descalifica el recurso de las armas empuñadas por la defensa popular.

``Como PDPR y EPR quisiéramos evitar una salida cruenta al actual conflicto armado interno y la tragedia de una guerra civil en todo el país, pese al empecinamiento gubernamental de imponer una salida militar a un conflicto que tiene como origen el autoritarismo y la desigualdad extrema. Sin embargo, ante la violencia estatal no podemos renunciar a la autodefensa armada ni a la propaganda revolucionaria, ni perder la movilidad y la iniciativa político militar'', apuntó al dar lectura al documento.

Sin embargo, a pregunta expresa sobre la forma en que responderían ante una eventual salida militar al conflicto en Chiapas, el comandante José Arturo dijo que ``llevaría a abrir nuevas tácticas y usar la potencialidad de fuego con la que cuenta el EPR, en un intento por detener el baño de sangre con el cual el gobierno federal amenaza al movimiento zapatista de no ceder a sus pretensiones de reducir sus demandas.

``Chiapas es un punto muy importante para la situación nacional, pero desde luego consideramos necesario precisar que para nosotros no existe en estos momentos un estado de paz en el país, y no por la emergencia del EPR el 28 de junio del 96, sino porque en ningún momento ha desaparecido el clima de violencia e intimidación del gobierno ante las organizaciones sociales ni los asesinatos que permanentemente llevan a cabo los grupos paramilitares amparados por el propio Ejército.

``La paz --concluyó-- sólo será posible si un Congreso verdaderamente libre construye las garantías para ello. De otra manera, la paz no podrá ser una realidad en el país y, por el contrario, la situación tenderá a agudizarse''.