La sabiduría popular acuñó la frase que encabeza este comentario, para calificar los actos que parecen encaminados a obtener una cosa pero persiguen otra. Todo indica que en Washington se preparó un plan con maña contra México, que ahora está en plena ejecución y cuyo objetivo es avasallar las últimas líneas de resistencia que se oponen al sometimiento del país a las directrices e intereses estadunidenses.
Primero fue una persistente campaña para hacer aparecer al sistema político mexicano minado desde sus bases por la corrupción, y penetrado en sus altos niveles por las mafias del narcotráfico. Conforme se aproximaba la fecha en que la administración Clinton debía optar por la certificación o la descertificación, se multiplicaron las notas informativas que involucraban a ex funcionarios mexicanos de elevado rango y a gobernadores en ejercicio, acusándolos de tener nexos subrepticios o abiertas complicidades con las organizaciones criminales que controlan el tráfico de drogas. Previamente, para dar credibilidad a las filtraciones, se dejaron entrever las ``fuentes'' de donde podrían provenir: el proceso que culminó con la condena de Juan García Abrego y el juicio contra Mario Ruiz Massieu.
El paso siguiente fue crear un clima de incertidumbre acerca de si la Casa Blanca tendría suficientes argumentos para certificar positivamente la cooperación del gobierno mexicano. Fueron evidentes la artificiosa actitud dubitativa de Clinton y las deliberadas contradicciones de Madeleine Albright y Barry McCaffrey. El mensaje era muy claro: quiero certificarte, pero tengo serias dificultades para hacerlo. La intención: incrementar el monto de la factura política que sería presentada a México para su pago puntual.
Paralelamente debía manifestarse la oposición del Congreso, para que la presión fuera mayor. Si México accedía a las pretensiones injerencistas que habían sido planteadas como condiciones ulteriormente exigibles, el episodio se daría por concluido. En caso contrario, el Congreso iniciaría un procedimiento legislativo para anular la certificación con la que nunca estuvo conforme. En esta fase de la confabulación nos encontramos.
El ofrecimiento de vetar cualquier resolución del Congreso que dejara sin efecto la determinación favorable del Ejecutivo, no es sino el recordatorio de que evitar a México las represalias que presumiblemente se tienen preparadas, depende todavía de la voluntad unipersonal de Clinton. La amenaza se mantiene, envuelta en las falacias de una oferta condicionante; ayúdame para que yo pueda ayudarte, acepta lo irremediable, pues si no te sometes pagarás las consecuencias. Frente a tu empecinamiento, el Congreso podría hacer a un lado mi veto, mediante una votación calificada. Estamos como al principio.
Esta somera descripción explica tono y contenido de la advertencia pública expuesta desde Cancún por el presidente Zedillo: ``...en el momento en que en Estados Unidos... ocurra un acto jurídico, que es de carácter interno, pero que pueda tener consecuencias para la dignidad, para la soberanía de los mexicanos y consecuencias materiales sobre la cooperación que hasta ahora hemos tenido con el gobierno de Estados Unidos, el gobierno de la República actuará con toda energía para defender la dignidad y la soberanía de los mexicanos''.
Vivimos un momento de definiciones y, como corresponde a su investidura de representante de la nación, el presidente Zedillo ha expuesto la suya sin titubeos. Puso en claro que sobre los intereses comunes involucrados en la cooperación internacional, siempre deberá prevalecer el interés del país y los valores y atributos irrenunciables en que se finca nuestra soberanía. Es de esperarse que los congresistas estadunidenses no estén sordos ni carezcan de memoria histórica.
Nos menosprecian porque nos suponen divididos. No han aprendido a conocernos. El sentimiento nacionalista es nuestro principal factor de unidad y actúa con mayor vigor cada vez que se intenta pisotear nuestra dignidad como país independiente. Hacen mal en juzgarnos por el comportamiento servil de los polkos redivivos que abandonan sus deberes para acudir a postrarse a sus pies. (La inmensa mayoría de los mexicanos no usamos botas vaqueras ni nos apellidamos Fox.) Enfoquen sus microscopios y escudriñen en nuestro ser nacional. Después, mírense al espejo. Así sabrán distinguir entre un pueblo empobrecido pero digno, y una sociedad ensoberbecida y atrapada en su propia degradación moral.