El proceso de la certificación está desbordado. Durante los días previos a que esa nota de buena conducta fuese aprobada, el gobierno mexicano se esforzó por minimizar el conflicto que esto representaba, como si, finalmente, el problema fuera interno de Estados Unidos, un asunto entre el Presidente y el Congreso. Grave pifia del canciller Gurría. Los senadores y diputados no son banqueros internacionales y el pleito no se parece a los que el funcionario sostuvo cuando contribuyó, en cancha cerrada, a desactivar --aunque temporalmente-- la bomba de la deuda externa.
Apenas unos días después de que Clinton parecía confirmar su posición de aliado del gobierno de México, estalló de nuevo la disputa y mediante un grupo bipartidista en el Congreso que exige que se revoque la certificación. Ante esto se han movilizado en Washington diversos personajes para afirmar la posición del gobierno y las virtudes de la relación con México, aunque al hacerlo sólo evocan el dicho que dice ``no me ayudes, compadre''. Ni Albright ni Rubin han sido efectivos en sus intentos por señalar la buena conducta del gobierno mexicano, el viaje relámpago de MacCaffrey sólo desató más sospechas acerca de los posibles tratos (hasta ahora secretos) en la cooperación binacional, y mientras tanto Feinstein y Gephard se dan vuelo exponiendo los males que azotan a la nación del sur.
Uno de los efectos de todo este asunto es el resurgimiento del sentimiento nacionalista ante la nueva agresión de los gringos. Pero esta reacción puede tomar distintas direcciones. La primera reacción oficial fue la de declarar que se defenderá la soberanía ante los intentos intervencionistas en los asuntos internos de la nación. Sabemos que el tema de la soberanía ya no es, cuando menos, tan claro como se solía pensar antes. Durante los últimos 15 años se ha desdibujado rápidamente este concepto y ni siquiera se sostiene una de sus manifestaciones que eran más evidentes, es decir, los principios que mantuvo la política exterior del país. Ahora que la dependencia, perdón, la globalidad, no deja que esta economía pueda funcionar mínimamente sin grandes entradas de capital y sin las exportaciones de la industria maquiladora, o sea, con una vinculación directa con los capitales estadunidenses, aquellos principios no parecen tener una base en qué sustentarse, además de que para ello se requiere de una vocación que hoy no existe en las concepciones predominantes sobre lo que es este país.
Los escenarios que ha creado el conflicto de la certificación pueden llevarse a diversos terrenos. Algunos podrían ver en todo esto la maldad conspiradora del imperio que haría que Clinton diera la certificación pero, al mismo tiempo, alentara al Congreso para solicitar su revocación. Después de todo, la deuda que tenía con él el gobierno mexicano no se expresaba únicamente en miles de millones de dólares, aunque hayan sido pagados con anticipación. La conspiración no requiere de teoría, por eso es tan exitoso --y creíble-- John Le Carré.
Otro escenario, fantástico, sin duda, es el que resulta de la osadía de Gephard de decir que los problemas de México, y con ello la tersura de las relaciones con Estados Unidos, necesitan de la salida del PRI del poder. Pero pongamos esas declaraciones en el marco de las elecciones que se van a realizar el próximo mes de julio, y que son el acontecimiento político más relevante del sexenio. Gephard le está quitando de manera efectiva armas a la oposición y reforzando (¿sin querer?) al propio PRI; esa sí es una verdadera injerencia en los asuntos nacionales, ya que nos la estamos jugando a que las elecciones finalmente sean un vehículo efectivo de expresión de lo que quieren los ciudadanos. Esto es todavía una posibilidad, y de no lograrse en julio entonces sí estará abierto el camino para toda la injerencia que se quiere tener desde Washington.
El gobierno mexicano está en una difícil situación. Tiene que convencer a Estados Unidos que no merece sanciones por la descertificación, y también tiene que convencer a los mexicanos, más allá de los llamados al patriotismo, de que puede mantener una posición de independencia. La oposición tiene, a su vez, un nuevo frente abierto en el que se movilizará toda la maquinaria del Estado y del PRI para capitalizar la afrenta yanqui y convertirla en votos. Sólo falta que el peso no resista la cirugía plástica a la que se le ha sometido y muestre sus cicatrices.